Estas características de las tradiciones críticas del capitalismo y la imposibilidad de construir una crítica total, perfectamente articulada, que se apoye equitativamente sobre las cuatro fuentes de indignación que hemos identificado, explican la ambigüedad intrínseca de la crítica, la cual -aún en los movimientos más radicales- comparte siempre «algo» con aquello que trata de criticar. Esto se debe, simplemente, al hecho de que las referencias normativas en las que se apoya la crítica se encuentran a su vez parcialmente inscritas en el mundo58. Estas mismas razones son las que dan cuenta de la falibilidad de la crítica, que puede, por ejemplo, observar sin intervenir cómo el mundo avanza hacia una situación que acabará siendo desastrosa, o incluso ver con buenos ojos los cambios en curso porque implican una mejora de un aspecto importante que era fuente de indignación, sin darse cuenta de que al mismo tiempo la situación se degrada en otros aspectos. En el periodo que a nosotros nos interesa, podemos verlo en el hecho de que el capitalismo ha evolucionado en dirección a una reducción de las formas más antiguas de opresión, al precio de un reforzamiento de las desigualdades.
La dialéctica del capitalismo y de sus críticas se muestra por estas razones necesariamente sin fin, al menos mientras permanezcamos dentro del régimen del capital, lo cual parece la eventualidad más probable a medio plazo. La crítica, escuchada hasta cierto punto e integrada en determinados aspectos, parcialmente ignorada o contrariada en otros, debe desplazarse sin descanso y forjar nuevas armas, retomar sin cesar sus análisis, de tal forma que se mantenga lo más cerca posible de las propiedades que caracterizan al capitalismo de su tiempo. Se trata, en muchos aspectos, de una forma sofisticada del suplicio de Sísifo, un suplicio al que se encuentran condenados todos aquellos que no se contentan con un estado social dado y que piensan que los seres humanos deben tratar de mejorar la sociedad en la que viven, idea que constituye en sí misma una concepción bastante reciente (Hirschman, 1984). No obstante, los efectos de la crítica son reales: la piedra logra subir hasta lo alto de la pendiente, aunque corra siempre el riesgo de volver a caer por otro camino cuya orientación depende en la mayoría de las ocasiones de la forma en que se ha subido la misma59. Por otro lado, aún admitiendo una interpretación pesimista de la dinámica del capitalismo y de sus críticas, según la cual, a fin de cuentas, «el capitalismo -como fuente de indignación- siempre sale adelante», podemos encontrar un consuelo en la observación siguiente extraída de la obra de K. Polanyi: «¿Por qué la victoria final de una tendencia tendría necesariamente que confirmar la ineficacia de los esfuerzos destinados a ralentizar su progreso? ¿Por qué no ver que estos esfuerzos han alcanzado su objetivo precisamente por haber logrado ralentizar el ritmo del cambio? Desde este punto de vista lo que es ineficaz para detener una evolución no es del todo ineficaz. A menudo, el ritmo del cambio no es menos importante que la dirección del mismo. Y si bien ésta última tiende a escapar por lo general a nuestra voluntad, esto no impide que dependa de nosotros el ritmo impreso a aquel.» (Polanyi, 1983, pp. 63-64).
Por más que reconozcamos a la crítica una eficacia innegable, no abordaremos directamente en este libro la cuestión -desarrollada por la ciencia política y la historia social- de las condiciones que intervienen en el grado de eficacia de la crítica en una situación histórica determinada60. Aunque no ignoremos el conjunto de factores de los que dependen la virulencia y la eficacia de la crítica, pretendemos centrarnos principalmente en su dimensión propiamente ideológica, es decir, en la manera mediante la cual se produce la formulación de la indignación y la denuncia de la transgresión del bien común. Esta elección nos hace correr el riesgo de ser acusados de no interesarnos más que por los «discursos», en oposición a lo que constituiría lo «real», pero, sin embargo, hace hincapié en una parte esencial del trabajo de la crítica que es la codificación de lo que «no va bien» y la búsqueda de las causas de esta situación al objeto de encontrar soluciones. Se trata además del nivel de análisis pertinente para un estudio consagrado al espíritu del capitalismo. De este modo, cuando evocamos un desarme de la crítica, nos referimos a un desarme ideológico (la crítica ya no sabe qué decir) y no a un desarme físico (la crítica sabría qué decir pero no puede hacerlo, no logra hacerse oír).