No explicaré aquí los orígenes de Internet, pueden encontrar trabajos mucho mejor documentados, escritos por personas que a lo mejor sólo hace un par de años que están en esto, y jamás tuvieron que lidiar con un modem de 300 baudios. Una de las ventajas de Internet es que se puede conseguir información sobre cualquier cosa: juntarla toda en un libro y ponerle un copyright es bastante fácil. Seguramente en ese tipo de libros encontrarán detalles de cómo se inventó el primer ratón, o de cómo Vinton Cerf se tomó un Alka - Setzer la mañana que envió su primer e-mail. No es de eso de lo que estamos hablando, sino de cuál es la esencia de Internet. Y la esencia de Internet es el libre flujo de información.
Internet no ha dejado de crecer, basada en el principio de intercambio libre de información. Intentar censurarla va contra la misma esencia de la Red. En un artículo titulado «El efecto Gilmore»[1], David Casacuberta, primer presidente de Fronteras Electrónicas España, explicaba que Internet siente la censura como si fuese un daño y se reorganiza para contrarrestarla. El mecanismo lo hemos visto en acción cientos de veces: un gobierno o una corporación intentan silenciar un determinado documento. La red, sin embargo, responde rápidamente y al cabo de pocos días existen cientos de copias en todo el mundo del documento censurado. El resultado final no es solamente que el documento original no ha podido ser silenciado: de hecho, el texto peligroso se ha hecho mucho más famoso y conocido de lo que era antes del ataque censor. La Red responde como un cuerpo vivo ante un ataque vírico.
Un contertulio de Kriptópolis escribía hace poco: «Los militares norteamericanos engendraron un monstruo llamado Internet. No dejemos que aprendan a domesticarlo.»