Wu Ming, las historias como hachas de guerraAmador Fernández-Savater
Lo que sigue es el prólogo del libro Esta revolución no tiene rostro, de próxima aparición en librerías (Acuarela, Madrid, 2003), editado íntegramente bajo una licencia copyleft de libre copia. Esta revolución no tiene rostro agrupa textos de Wu Ming escritos durante los últimos dos años en condiciones y con intenciones muy variopintas: hay textos de coyuntura política, cuentos, investigaciones sobre «formas de vida», relatos pegados a la acción política del movimiento global, cartas de circunstancias a periódicos italianos, panfletos, manifiestos, declaraciones, etc. Una buena muestra de la producción de uno de los experimentos político-literarios más relevantes de los últimos años. Todo ello, y muchos más elementos que conforman la actividad literario-política de Wu Ming, puede encontrarse en su página web: www.wumingfoundation.com
«Generalmente, el mito es la verdad rumorosa de los jodidos, los vencedores tienen la televisión en cadena nacional [...] La leyenda de la peregrinación a la búsqueda de Aztlán, Wyatt Earp en el OK Corral, los poemas de Byron y Espronceda, las aventuras de Sandokan y los Tigres de Malasia, el día en que papá se le puso enfrente a su jefe y lo mandó a chingar a su madre, las canciones donde aparecen tres jinetes en el cielo (Dios, Zapata y Jaramillo), Pedro Infante de pobre reivindicador, no son una colección de material de mentiras, son otra cosa, algo esencial: son nuestras vidas» (Paco Ignacio Taibo II). Quien no piense como Taibo II perderá su tiempo leyendo este libro. Los que crean, legitimados por la corriente dominante de la filosofía heredada, que los mitos son «mentiras nobles» o embustes para engañar a las pobres masas, los «cultos» que no se dejan atravesar de veras por las historias que leen o escuchan y las tratan como un objeto inerte de disertaciones pedantes, los que citan el Proyecto más antiguo del idealismo alemán («necesitamos una mitología de la razón») de Hölderlin, Schelling y Hegel emparentándolo sin vacilación con las aberraciones que ha conocido el siglo XX,1 los individuos narcisistas que juzgan como una forma intolerable de opresión cualquier relato que abra un mundo que no sólo habite su ego, los enemigos de las pasiones fuertes y los laberintos de la memoria y la imaginación, los amigos de las versiones únicas, autorizadas, los «ojetivosos» que sólo quieren historias que negocien con el presente, todos ellos perderán su tiempo (y seguramente su paciencia) leyendo a Wu Ming. Sin embargo, otro destino muy distinto está reservado a los que en algún momento de su vida se han visto tentados a arriesgar su timidez, su estatus, su cordura o su vida, porque se les había agarrado al alma cierta historia oída en cierto sitio a cierta persona que recordaba de forma apremiante lo que hace que merezca la pena vivir. Ésos comparten con Wu Ming que el fondo más profundo de todo lo humano es un magma compuesto del «material con el que se hacen los sueños»: imágenes, historias, personajes de leyenda, signos de fortuna o desastre, ritos, oráculos, etc. Los libros de Wu Ming les buscan a ellos. Desde 1994 a 1999, los miembros de Wu Ming participaron en una de las columnas más numerosas, creativas y radicales del Luther Blissett Project, la columna boloñesa. A principios de la década de los ochenta, Luther Blissett era sólo el nombre de un jugador de fútbol jamaicano que militó sin demasiado fortuna en el Milan A.C. Pero a finales de los noventa, después de que una parte del movimiento underground italiano y europeo se lo apropiara y lo promoviera como un seudónimo que cualquiera podía utilizar para firmar acciones estéticas o políticas, Luther Blissett se convirtió en el nombre de una especie de moderno Robin Hood, otro fantasma amenazante para toda autoridad como el General Ludd, cuya ubicuidad difusa representaba la potencia de la comunicación y de la «intelectualidad de masas» contra todas los nuevos «cercamientos» impuestos por el capitalismo «de espíritu» (copyright, derechos de autor, etc.). Un nombre colectivo para designar la creación y la inteligencia colectiva que está en el corazón de las luchas políticas hoy día, el uso generalizado de la guerrilla de la comunicación para arruinar los mecanismos de captura de la propiedad intelectual, los media y las instituciones oficiales del arte y la política, la manipulación de constelaciones culturales enteras (como la «cultura pop») para desviar sus elementos en un sentido emancipador y construir narrativas de masas políticamente orientadas, literatura-guerrilla, sabotaje del comercialismo, etc.: todo eso y más fue el Luther Blissett Project, que arruinó el prestigio de los presupuestos sobre el artista «individual y propietario» de los creadores «medios» y volvió locos durante años a los periodistas y editores que aceptaban tan contentos el vistoso «material negro» que se les hacía llegar discretamente bajo el «logo» LB (libros «falsos», rumores y personajes inventados, leyendas, etc.) en campañas de «guerra psíquica» perfectamente preparadas.2 Con el nombre múltiple, los futuros Wu Ming firman además Q (edición castellana: Mondadori, 2000), una formidable novela de aventuras emplazada a lo largo de los primeros 30 años de la Reforma, sacudidos violentamente por las grandes sublevaciones campesinas que aspiraban a realizar inmediatamente el paraíso en la tierra. Los autores confiesan haber situado la novela en esa época porque todos los elementos que constituyen nuestra modernidad están de alguna manera allí presentes, in nuce: comunicación de masas, pugnas por la libre circulación del conocimiento, éxodos masivos, capitalismo financiero, insurrecciones que expresan las significaciones que nutren el moderno proyecto de autonomía «todavía en un lenguaje religioso», etc. Este «western teológico», traducido a multitud de idiomas, es uno de los resultados más brillantes en la creación de mitos con sello Luther Blissett. Todos los aspectos que hacen irresistible la lucha política se transmiten con un estilo electrizante: disputas teóricas interminables, encuentros insólitos, hermosas empresas sin porvenir, enemigos imbatibles, traiciones sorprendentes, exaltación compartida, viajes clandestinos, etc. Los autores de Q imponen además a la edición del libro una declinación de la fórmula conocida como copyleft:3 se autoriza la libre reproducción del libro por todos los medios excepto para usos comerciales. Así, para indignación y rabia de las SGAE de turno, cualquiera puede fotocopiar el libro y regalarle una copia a un amigo. Una punta de lanza importantísima en el conflicto político por la libre reproducción de los productos de la inteligencia colectiva contra todas las modalidades de propiedad intelectual que privatizan los cerebros y criminalizan la compartición de saberes.4Mediante el copyleft, según afirman los autores de Q, «se defiende nuestro trabajo y el trabajo del editor y, al mismo tiempo, la libertad de los lectores de disfrutar y manipular lo que nosotros escribimos». Luther Blissett nace con los días contados, al menos para las columnas italianas de la iniciativa. El proyecto tiene una vida programada de cinco años, aparece con los zapatistas en el 94 y desaparece con la revuelta de Seattle en el 99, durante un suicidio ritual, el Seppuku japonés.5 «Como dijo el incomparable Cary Grant, es mejor dejarlo demasiado pronto, para que la gente quiera más, que demasiado tarde, cuando la gente empieza a aburrirse», dijeron los autores de Q para explicar esa decisión. El estilo Blissett para entonces se había extendido por todo el mundo. ¿Acaso no son los suyos los rasgos más relevantes del movimiento de resistencia global que ha sacudido la escena política mundial como desde hace mucho tiempo nadie hacía?:6 la importancia fundamental concedida a la comunicación, no como un canal por donde transmitir mensajes políticos (ya fuesen radicales o más tradicionales), sino como un ámbito más de intervención política; la crítica radical de las nuevas «enclosures» que el capitalismo impone sobre las «tierras comunales creativas»;7 la propuesta de símbolos ciegos que representen el carácter irrepresentable del movimiento global (los pasamontañas zapatistas, por ejemplo); la ambigüedad constituyente que sortea los callejones sin salida formateados por la lógica identitaria («local, global», «violencia, no violencia», «reformismo, revolución», «amigo, enemigo», etc.), etc. Desde Chiapas hasta Génova, la intervención sobre las representaciones, los deseos y los afectos de la multitud global se ha vuelto una cuestión política de primer orden que supera las arbitrarias oposiciones entre teoría/práctica et alii. Las fábulas de Marcos, los pasamontañas «detrás de los cuales estamos ustedes», las manifiestos desobedientes, la sola mención de Seattle o Praga, la estampa de Carlo Giuliani asesinado, los monos blancos, el «otro mundo posible», la fórmula del asedio a las zonas rojas como «espacios sin derechos», etc., condensan aspiraciones y temores de la «sociedad civil global». Son imágenes que, como ocurre con las buenas imágenes que vemos en el cine o transmite el arte, «permanecen en la mente y allí trabajan en silencio». El repertorio mitológico del movimiento global es un arma cuya importancia sólo puede escapar a los que comparten con el neoliberalismo que el motor del ser humano son las motivaciones económicas y que lo demás pertenece a una suerte de «superestructura» derivada. Pues bien, los miembros del colectivo Wu Ming han participado como artesanos anónimos de enorme importancia en la «guerra de metáforas» durante la que el movimiento de resistencia global consiguió, mediante un juego habilidoso de espejos y en un lapso asombrosamente breve de tiempo, reflejar al mundo entero la imagen intolerable de unos poderosos encerrados en sus castillos y sus zonas rojas decidiendo el contenido y la calidad de la vida de todos y cada uno, mientras eran asediados por una multitud airada y alegre de desheredados. Lo hicieron en los Monos Blancos, por ejemplo, un experimento político de enorme interés nacido al calor de los centros sociales italianos.8La imagen que devolvían esos enormes espejos resueltamente manejados era tan infame que los propietarios del mundo decidieron romperlos en añicos al precio que fuera: les costó dos balas en la cabeza de Carlo Giuliani el 20 de julio del año 2001 en la Piazza Alimonda de Génova, el ataque brutal a una manifestación de 300.000 personas al día siguiente, que Amnistía Internacional definió como la más grande y masiva violación de derechos humanos en la Europa de posguerra, y decenas de compañeros salvajemente torturados por la policía ascendida a soberana absoluta en un estado de excepción temporal.9 Los textos de Wu Ming captan, como pocos otros más, la intensidad y el drama del acontecimiento-Génova, su naturaleza más honda, la atmósfera de pesadilla que reinaba en la ciudad y también la belleza y la superioridad ética del gesto de desafío desobediente, que para muchos de nosotros conforman un pequeño 68 en-nuestras-cabezas, aunque el provincianismo insoportable que rige las mentes que «piensan» en España no le haya dedicado ni un minuto (sólo lo hicieron para cubrirlo de mierda). Su posición como «observadores» era privilegiada en Génova, porque ocupaban la primera fila del cortejo «desobediente» que trató de alcanzar la zona roja mediante el recurso a dispositivos de protección no agresivos (plásticos, escudos, cascos, gomaespuma, etc.). Y es que en el movimiento global no hay «intelectuales» que iluminen el sentido de la acción política que llevan a cabo otros, las relaciones entre pensar, contar y hacer se han trastocado hasta un punto que quizá animaría a Hannah Arendt a escribir una segunda parte de La condición humana.10 La participación de Wu Ming en el «movimiento de movimientos» siempre ha estado muy ligada a la narración de sus victorias, sus impasses y sus catástrofes, a la elaboración del inmenso material poético que proporciona la actividad de múltiples fuerzas anónimas en marcha, a la producción de historias y sentido, a la creación de mitos. Cuando se habla de mitos y política, uno evoca inmediatamente la figura de George Sorel, calumniado y malentendido durante mucho tiempo, según los mismos Wu Ming. Pero Sorel no se equivocaba cuando definía los mitos por contraste con las utopías: éstas nos describen modelos acabados (sean paradisíacos o pesadillescos), los mitos sin embargo expresan la fuerza de una comunidad, «alarman de aventura» los oídos de quienes los escuchan, devuelven la confianza (que no la fe) en las propias posibilidades, en la propia potencia, que se renueva en el mismo acto de escuchar el relato mítico. Quitan el miedo, vaya. El mito tiene (y ha tenido siempre, si hacemos caso a los antropólogos) una relación directa con la noción de «milagro», la causa incausada de nuevas conexiones causales, la capacidad humana de «empezar de nuevo» en la que consiste la política. ¡Cuántos relatos cinematográficos, novelescos, cotidianos, no transmiten esa idea: «todavía no está todo visto», y provocan así ese «estado de conciencia épico» que pedía Sorel a los mitos! Por su lado, la política, la acción colectiva de autoinstitución de la sociedad, es el ámbito de la actividad humana en el que se expresa mejor el exceso que supone cualquier lazo social a las consideraciones mecanicistas o funcionalistas. La acción política es el ámbito de lo heroico y lo superfluo, de la excelencia y la sobreabundancia; y por eso le viene como un guante el «lenguaje del entusiasmo» en que consisten los mitos. Es verdad que la reflexión sobre los mitos de Sorel no sorteaba algunos obstáculos que podían desembocar finalmente en la justificación de formas míticas trascendentes (Líder, Modelo, Origen, etc.) que disciplinasen a los sujetos educándoles en la sumisión gregaria a la voluntad de los tribunos. La cristalización del material mítico en una serie de «palabras-propaganda» que sometan el porvenir a la repetición de lo previsto por esquemas supuestamente infalibles es el «reverso tenebroso» de la fuerza mitopoiética. Wu Ming advierte de ello una y otra vez, pero también considera con extrema lucidez que ese obstáculo no se supera abandonando la producción mítica y optando por la «desmitificación» como modalidad de crítica política. No. Ese fondo magmático del ser humano que da sentido(s) a su(s) mundo(s) mediante el relato de historias no se deja apaciguar así como así. Habría que extirpar del ser humano la tendencia a la admiración o a la curiosidad, por ejemplo. Se trata más bien de intervenir en la producción de sentido desde los territorios de la inmanencia, orientándola, atravesando las olas de símbolos con el virtuosismo de un surfista. La lucha no es: mito o no mito, sino mito o fetiche. Para no convertirse en fetiches, los mitos deben ser todo lo contrario del «aura» según Benjamin, esto es, reproducibles y perfectibles.11 Una narrativa de emancipación es lo contrario de una teología: no anima la negación del cuerpo y de los otros en beneficio de ciertas ideas, sino que crea lenguajes comunes a partir de las singularidades y sus trayectorias existenciales. En ese sentido, Génova desencadenó una producción mítica ejemplar: los relatos de lo que había ocurrido allí, del miedo y la desnudez de los cuerpos vejados, de la tragedia y la extraordinaria fuerza colectiva expresada, se multiplicaron, atravesaron el planeta en boca de mil modernos bardos y trovadores, se perfeccionaron entre todos, hicieron volar en pedazos las interpretaciones oficiales que pretendían imponerse, circularon en construcción permanente en todos los «soportes» posibles, etc. La elaboración colectiva de aquella experiencia de «viaje iniciático» desbordó por todos lados las mentiras oficiales y el silencio que pretendía decretar la violencia. Los mitos trascendentes que narran las acciones ejemplares de determinados héroes del sacrificio tienen afortunadamente cada vez menos influencia en la producción de la subjetividad militante. Ya nadie se siente impelido a imitarlos. Ahora nos encontramos con otros símbolos más adecuados a una época que ha debilitado enormemente la frontera entre producción y reproducción, una época que basa en buena medida la creación de valor en la «recuperación» de los valores fuertes de los movimientos políticos de los años sesenta y setenta: imaginación, creatividad, lenguaje, comunicación, virtuosismo, cualidades de autoorganización, flexibilidad, afectos, etc. Pero Wu Ming saca las conclusiones opuestas a muchos derrotistas que lamentan amargamente esa «recuperación»: no se trata de condenar toda experimentación política desde posiciones de nostalgia y resentimiento,12sino de pujar por un exceso de imaginación creadora que no se pueda contener o parasitar o contentar. Si hoy una de las fuerzas productivas principales es el lenguaje, ¡como no va a tener una importancia política de primer orden la lucha en el terreno de las significaciones, el combate entre el vaciado de contenidos fuertes de la banalización mediática, la propaganda de guerra o el lenguaje empobrecido que se impone en muchas empresas de servicios y la polisemia fecunda de las narraciones míticas políticamente orientadas! El segundo de a bordo de Bill Clinton dijo que la fuerza de trabajo más importante de este siglo la compondrían los «manipuladores de símbolos, datos, palabras». La pugna está entre la sumisión a la manipulación mecánica de signos y el exceso simbólico de los relatos que penetren hasta la fibra más profunda y animen la autonomía individual y colectiva. Cuando la comunicación está en la base del sistema económico-productivo, las comunidades pueden formarse a través del lenguaje, sin que eso signifique que son comunidades ficticias o ilusorias. Luther Blissett como nombre múltiple que expresaba el amor por el lenguaje y la comunicación de los nuevos sujetos productivos, y la consiguiente revuelta contra todas sus modalidades de instrumentalización, fue un experimento formidable en ese sentido. Wu Ming retoma ahora esa apuesta, madurada por más años de reflexión y experiencia. Libertad de lenguaje significa, hoy más que nunca, abolición del trabajo asalariado.13 En la vía Tolemaide de Génova, donde la policía detuvo el cortejo desobediente a balazos, amén de gases lacrimógenos y furgonetas lanzadas contra la multitud, muchos sintieron ya un temblor de tierra que anunciaba la «guerra global permanente» que las élites gobales desencadenarían tras el 11 de septiembre. Se acabó la «belle époque» del neoliberalismo. Ahora la guerra se inscribe de modo muy explícito en la constitución material de la civilización capitalista, ya sin máscaras. Wu Ming está excepcionalmente emplazado para pensar los rasgos fundamentales de una épica que anime a hacer la «guerra a la guerra»: Italia es ahora mismo --como ya lo ha sido en otras ocasiones-- el mayor laboratorio de acción política antagonista de Europa. Durante un año entero, se han sucedido cotidianamente las iniciativas contra el régimen global de «guerra infinita»: desde las enormes manifestaciones contra la intervención estadounidense en Afganistán hasta la huelga general contra el gobierno Berlusconi de la primavera pasada, pasando por la acciones de «diplomacia desde abajo» de un buen puñado de italianos integrados en la caravana «Action for Peace» en Palestina durante la ofensiva israelí de abril. Como no podía ser de otro modo, el gang mafioso y racista que compone el gobierno Berlusconi declina a su modo la sempiterna «estrategia de la tensión» y hace resucitar a unas fantasmales «Brigadas rojas» para sembrar desconcierto e impotencia entre los actores más activos del «movimiento de movimientos» italiano. Toda la sociedad italiana está en efervescencia, el movimiento agrupado en torno a los Social Forum que han proliferado por toda Italia se ha convertido en una de las fuerzas fundamentales de oposición a Berlusconi. Las inmensas cuestiones a todos los niveles que suscita la acción política en estas circunstancias de «guerra global permanente», de guerra económica, política y social contra la humanidad entera, ocupan muchos de los textos de Wu Ming agrupados en Esta revolución no tiene rostro. De todas formas, la situación de Wu Ming ha cambiado de un tiempo a esta parte y el grupo se encuentra ahora en otra fase, cuya cartografía es todavía una incógnita. Wu Ming ha abandonado la corriente que llevó de los Monos Blancos a los Desobedientes14 porque, a su juicio, durante la metamorfosis se perdió el espíritu de apertura y contaminación que define al «movimiento de movimientos» y se sustituyó la lectura política viva del periodo presente, y la consiguiente línea política concreta, por un «lenguaje de palo» incapaz de aprehender los procesos reales en marcha. Según Wu Ming, las coordenadas analíticas que sirvieron para aferrar las transformaciones en curso durante un cierto periodo ahora se revelan inservibles: «En lo que se refiere a Imperio, estoy convencido de que, en este momento, se trata de una categoría poco útil, y al leer los materiales escritos inmediatamente después del 11 de septiembre los encuentro demasiado «ideológicos», como si la realidad debiese adecuarse a la fuerza a categorías preexistentes y de moda. El análisis de Negri y Hardt tenía fecha, se refería a una fase anterior del orden mundial, al neoliberalismo, a la new economy, al «clintonismo» y a un multilateralismo que, en estos momentos, está en crisis. Ahora estamos en la fase del «nacional-liberalismo», de la austeridad y del «keynesianismo militar». Una fase diferente que necesita de otras categorías y de otra épica. No necesariamente todo lo que han escrito Negri y Hardt debe ser dejado a un lado, pero hay mucho que investigar. Tratamos de evitar lecturas desalentadoras, que producen sobre todo una sensación de impotencia y que no revelan nada sobre la complejidad y la fuerza-invención de movimientos de los cuales nosotros sólo hemos escuchado el llanto de un recién nacido. También las formas de la guerra («preventiva», «global permanente» o como quiera llamársela) cambiarán a causa del conflicto. Evitemos, si es posible, producir una nueva jerga teórica llena de palabras-contraseña. No tenemos ninguna necesidad de un lenguaje reiterativo y alienante, hecho de «ritornelos» identitarios y de conceptos vacíos. Ésta es la mejor forma de, por decirlo en términos de Bifo, «abandonar las ilusiones y prepararse para la lucha», que es también la lucha contra nuestras ilusiones de ayer».15 Pero, por otro lado, Wu Ming prosigue su trayecto: narraciones de todo tipo (novelas, textos de combate, infiltración en la cultura de masas, etc.), mitopoiesis, investigación de signos de creatividad y gestos de rechazo en los modos de vida que se dan en los intersticios entre el underground y la acción política, creación de una comunidad viva de lectores, oposición a la propiedad intelectual, búsqueda de una épica adecuada al momento histórico, con todas las «desviaciones» oportunas y los replanteamientos necesarios, militancia dentro del movimiento global y del específico movimiento italiano, en el espíritu que tenían los primeros Social Forums de abrir espacios de cooperación entre diferentes y evitar en lo posible todas las formas de canibalismo político que han devorado a la izquierda desde hace décadas, etc. Pescando, distribuyendo, contando y riendo siempre, «riendo de frente al horror, para resistir, riendo de frente al peligro, para redimensionarlo, riendo para incendiar los tigres de papel».
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