Los cercamientos de la inteligencia colectiva
Emmanuel Rodríguez
Agosto 2003
Este artículo se corresponde con el capítulo sexto de El
gobierno imposible. Trabajo y fronteras en las metrópolis de la
abundancia, editado por Traficantes de Sueños en su colección
«mapas» y constituye un adelanto de la obra que aparecerá en
librerías a partir de este mismo mes de septiembre de 2003.
El trabajo es cada vez más una actividad lingüística, comunicativa,
relacional. La subjetividad (cualquiera) puesta a trabajar, tendida
sobre la producción de valor. Pero hablar de apropiación de la dimensión
«comunicativa» es todavía insuficiente. Como hemos visto, los saberes,
ya no sólo incorporados a la producción en la forma del sistema de
máquinas, sino también en la forma de aplicaciones polivalentes en el
tratamiento y gestión de la información, son reconocidos como la fuerza
motriz de un nuevo ciclo económico. La producción de conocimiento se
convierte en la principal externalidad positiva, la presa más valiosa en
términos de formación de capital. El principal reto del capitalismo
moderno consiste, así, en unir, acompasar, sincronizar, la formación de
capital a la producción de conocimiento.
En la nueva dimensión inmaterial del trabajo, el conocimiento viene a
atravesarlo todo. La digitalización de la información abre un nuevo
horizonte en la producción/gestión de la información: posibilidades casi
ilimitadas de acumulación, posibilidades de circulación y de
reproducción a tiempo real, posibilidades de realizar tareas y cálculos
complejos que antes requerían la coordinación múltiple de grandes
equipos físicos e intelectuales.
El trabajo actual permanece siempre ligado, de alguna forma, a estos
procesos de digitalización de los saberes que aumentan, en extremo, la
conectividad operativa de cualquier región del cerebro colectivo y la
velocidad de circulación de cualquier segmento de información.
El ordenador personal y la red de redes materializan esta constelación
de virtualidades de una forma inimaginable tan sólo unas pocas décadas
antes: una disposición casi ilimitada de bancos de datos sobre cualquier
materia, una producción constante de nuevos enunciados que pueden ser
consultados automáticamente desde cualquier terminal de la red, una
capacidad de cálculo y almacenaje similar a la de la mejor facultad de
matemáticas de hace tan sólo 20 años.
Como ya se ha repetido numerosas veces, una de las primeras
aproximaciones teóricas, aproximación premonitoria, sobre la nueva
centralidad del conocimiento como potencia productiva proviene del mismo
Marx. En el «fragmento sobre las máquinas» de los Grundrisse:
El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el
conocimiento o knowledge social general se ha convertido en
fuerza productiva inmediata y, por lo tanto, hasta qué punto las
condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los
controles del general intellect.1
General Intellect, intelectualidad de masas que, sin embargo,
no se acumula en el capital fijo, en el sistema de máquinas, sino en las
ejecuciones del cerebro social colectivo. Desde los primeros ensayos de
teorización de la sociedad postindustrial, que apuntaban hacia esta
nueva centralidad del conocimiento,2 hasta el desarrollo universal de
Internet y de las redes ciudadanas sin cables, el saber social acumulado
se impone como la nueva matriz de crecimiento y acumulación de riqueza.
Este saber general o intelectualidad de masas describe en
principio una ampliación exponencial de los puntos de enunciación. El
conocimiento colectivo no depende ya de unos pocos académicos o de unos
pocos tecnólogos considerados la fuente creativa de la sociedad. El
saber se produce en procesos de cooperación cada vez más complejos, que
rebasan ampliamente el ámbito universitario y que, por primera vez,
comprenden las modificaciones de cada usuario o receptor. La utilización
y modificación de las aplicaciones informáticas es propiamente una
actividad creativa que se añade, de formas muy diversas, al dispositivo
de software.
Las aplicaciones de un programa de tratamiento de textos, por ejemplo,
no quedan simplemente definidas por una cantidad de funciones
estandarizadas, sino por el uso extremadamente activo -que desde luego
puede ser también extremadamente mecánico- de recombinación y
rearticulación de esas mismas funciones. De hecho, los comandos
informáticos se comportan como la gramática vacía o abstracta de la
posibilidad, casi infinita, de construcción de nuevos mensajes y
aplicaciones. El diseño gráfico, en todas sus variantes informáticas, y
el tratamiento de sonidos digitalizados son sencillamente dos ejemplos
de esta expansión de los usos activos de las tecnologías, de la
apertura, todavía incompleta, hacia una socialización real de las
posibilidades de la imaginación y de la creación colectivas.
Lo «intelectual» se desprende de una previa fijación en un puñado de
cabezas ilustres, se convierte en intelectual colectivo, en saber social
general.
Por otra parte, el general intellect se refiere también a la
gramática vacía del lenguaje, al saber abstracto que no se encuentra en
el objeto, en el programa o en el producto objetivado, sino, en palabras
de Virno, en «el conjunto de esquemas cognitivos abstractos» que
convergen y se derivan por y de «los lenguajes artificiales, los
teoremas de la lógica formal, las teorías de la información y de
sistemas, los paradigmas epistemológicos, algunos segmentos de la
tradición metafísica, los juegos de lenguaje y las imágenes del
mundo».3Como en el caso del pliegue de los afectos y las facultades relacionales
a la lógica de formación del capital, el intelecto general se define a
partir de una capacidad genérica de desplazarse y operar con códigos
formales.
En este sentido, la frontera digital, en tanto expresión nuclear del
general intellect, se profiere también como el confín del nuevo
horizonte social. La pregunta se desplaza desde su viejo punto de
articulación, situado en el cuerpo y en el trabajo -en la cadena de
montaje-, hacia la habitación todavía mal iluminada de los saberes y su
propiedad -en la red de redes. Desde la perspectiva del capital, de la
necesidad imperativa de plegar la constelación viviente de la producción
de saberes, el problema del valor adquiere una dimensión inmediata de
gobierno, de governance.
¿Bajo qué medios y con qué dispositivos se fuerza esta subordinación de
la producción de conocimiento a la formación de capital? Una respuesta
difícil. Los saberes no son mercancías corrientes, no están definidos,
limitados en la forma de un objeto tangible y material, cuya producción
exige siempre un número determinado de calorías animales o de
inversiones monetarias.
Efectivamente, en la producción de automóviles, vasos de plástico o
lavadoras intervenía siempre la figura del capitalista que coordinaba la
organización de las tareas y de los procesos por medio de la división
funcional del trabajo y la secuenciación de los gestos en la cadena de
montaje. El proceso quedaba definido en sus límites: la compra de las
materias primas -el acero, el hierro, la energía, el plástico- y el
acabado de los productos finales; entre ambos mediaba la ejecución de un
trabajo estandarizado, simple y sometido siempre al mando del capital.
Se trataba, pues, de una producción fundada en tecnologías
disciplinarias de acoplamiento y subordinación del cuerpo a la máquina.
Sin embargo, frente a la producción de mercancías estandarizadas, la
producción/gestión de conocimientos pone en crisis la práctica totalidad
de las baterías conceptuales de la economía clásica fordista. Abre un
universo complejo de comprensión del trabajo como trabajo cognitivo y de
la producción de valor como producción y gestión del conocimiento.
- La fábrica del conocimiento es a la vez más compleja y más difusa
que la fábrica de bienes. La producción de saber no se restringe al
laboratorio, a la enunciación de unos axiomas generales o a la
«invención» de un dispositivo tecnológico. La sociedad del conocimiento
comprende, a un tiempo, la producción de conocimiento y su
socialización: la producción de tecnología, el feed-back de los usuarios
como actores que modifican y enriquecen los saberes parciales y la
posibilidad siempre abierta de su revisión. En pocas palabras, la
sociedad del conocimiento viene señalada por la centralidad original de
la facultad social genérica de operar con lenguajes formales.
Tomando un ejemplo bien conocido, la producción de software comprende
medios de cooperación entre equipos de programadores de procedencia muy
diversa -departamentos universitarios, empresas,
particulares- y la reutilización/reinvención de dispositivos y
métodos de programación desarrollados en otros proyectos. El resultado
puede ser un programa, una aplicación. Pero, a menudo, el proceso de
formación de saberes no acaba en el producto terminado, los usuarios de
este programa encuentran nuevas aplicaciones en sus contextos concretos,
añaden -según el modelo hacker que más tarde analizaremos-
nuevos componentes al programa, modifican su estructura. La producción
de conocimiento se extiende así ilimitadamente en su uso, su discusión y
su aplicación. Por esta razón, el conocimiento es siempre situado,
contextual y, a la vez, el resultado concreto de la centralidad masiva
del general intellect como conocimiento abstracto, capacidad genérica de
razonar y operar con lenguajes formales, que en el caso del software o
de la utilización de una aplicación cualquiera actúa como resorte
creativo, motor autopropulsor.
- De esta naturaleza de la producción del conocimiento se deriva una
imposibilidad de separar la fuerza de trabajo de la persona del
trabajador o, más concretamente, del cerebro colectivo se identifica, en
términos de Marx, con el capital fixe. Propiamente, se podría decir que
queda anulada la vieja separación entre medios de producción y fuerza de
trabajo. Los medios de producción coinciden tendencialmente con el
neuromagma colectivo, la fuerza de trabajo como capacidad genérica para
producir, innovar, manejar enunciados o cuerpos de información de
acuerdo a lógicas formales precisas, la capacidad genérica de resolver
problemas o responder a imprevistos.4
De este modo, la separación tajante entre ejecución y concepción de la
fábrica fordista que se proyecta en la distancia absoluta entre la
subjetividad del trabajador y el sistema de máquinas, y que hacía del
trabajo concreto una actividad manual repetitiva y monótona, se difumina
o se pierde en un sistema productivo adaptado al paradigma de las Nuevas
Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC). En cualquier
caso, este horizonte no deduce per se una posibilidad inmediata de
autoorganización, aunque contiene elementos que apuntan en este sentido.
Por supuesto, también, puede conducir a una suerte de neofeudalismo,
motivado por el atrapamiento capitalista de la subjetividad. Sólo así se
explica la enorme fuerza del modelo de gestión empresarial fundado en la
prestación total de la persona del trabajador -esa condición ya
descrita de reinvención semifeudal de la relación laboral.
Únicamente cuando el trabajo exige el completo pliegue de la
personalidad y del cerebro del trabajador a la actividad productiva se
pueden generalizar con rapidez nuevas formas de servidumbre personal.
En cualquier caso, la identificación cerebro/medio de producción no
comprende una posibilidad de apropiación completa de la actividad
cognitiva. La novedad reside en que esta apropiación es compleja, por
primera vez, no sólo para los trabajadores individuales sino también
para el capitalista colectivo.
- Por otra parte, y de modo congruente, la producción de conocimiento
como producción transversal, que comprende la totalidad de las tramas de
la cooperación social, no conoce un principio definido y tampoco un fin
preciso. Es un flujo continuo o en otras palabras una externalidad pura.
Cualquier proceso de producción de conocimiento comprende multitud de
«fragmentos» de trabajo que en principio no pueden ser aislados o
coordinados por una empresa capitalista singular; cada empresa, de
hecho, tiene que actuar como una máquina de captura de algunos de esos
segmentos colectivos de trabajo que, al final y de forma muy diversa,
incorpora al objetivo de su producción. Cada empresa opera, así, en un
medio ambiente compuesto por una multitud de externalidades positivas,
pero sólo gestiona directamente los segmentos de trabajo considerados
estratégicos, aquellos sobre los que aplica una decidida política de
apropiación por medio de patentes o derechos de exclusividad.
La producción de noticias, por ejemplo, es cada vez más un proceso
complejo en el que la agencia de información o la cadena de prensa se
dedica únicamente a certificar la voluntad de un conjunto de actores
políticos y sociales de intervenir en la esfera pública. Su operatividad
es, de esta forma, la de actuar como mediador político - por lo
tanto posicionado y parcial- entre sujetos en conflicto. De igual
modo, la producción de biotecnologías, sólo es posible en un entorno
donde se cruzan fuertes intereses sociales, un inmenso depósito de
saberes acumulados y grandes cantidades de financiación pública, esto
es, un enorme excedente social. Respecto a esta inversión colectiva, la
actividad de Monsanto y Novartis -las grandes empresas del
sector- es una ridícula apostilla, concentrada en la
investigación final aplicada, con los resultados desastrosos que ya
conocemos.
La producción de conocimiento es un flujo continuo, una relación social
compleja de límites imprecisos, sobre la que el capital tiene que operar
«cortes» para generar procesos de apropiación. La cuestión central se
concentra, pues, en la naturaleza de estos cortes sobre el flujo tendido
de la producción de conocimiento. En este sentido, se puede hablar de la
aplicación de nuevas estrategias de apropiación fundadas en la
redefinición de los derechos de propiedad intelectual.
- Toda la diferencia con el viejo paradigma industrial puede ser
también reconocida en la nueva naturaleza de la mercancía cognitiva. A
diferencia de los bienes materiales, el trabajo cognitivo no es
mensurable en unidades-producto o en unidades-tiempo. La producción de
conocimiento es imprecisa de principio a fin, implica sujetos y agentes
diversos que producen de acuerdo a un tempo imposible de pautar de
acuerdo con la lógica normalizada de la cadena de montaje. El trabajo
cognitivo es irreductible a cualquier ecuación que utilice una relación
de tiempos sociales medios. El trabajo cognitivo es, de hecho, la
expresión palpable de la crisis de la ley del valor.
Por otra parte, el conocimiento no es un bien escaso. El principio de
escasez que podía gobernar la producción de mercancías materiales no es
en absoluto válido para la producción de conocimiento. En la producción
convencional de bienes, el coste de producción coincide con el coste de
reproducción.
Para abaratar la producción se procuraba generar enormes aglomeraciones
de los factores productivos -el ejemplo paradigmático es la gran
fábrica de automóviles-, economías de escala que permitían
rebajar al mínimo los costes productivos por medio de la descomposición
y simplificación de cada tramo de trabajo y la aplicación masiva de mano
de obra y capital fijo.
Por el contrario, los productos cognitivos digitalizados, traducidos a
código máquina, a sofisticados algoritmos, pueden ser reproducidos ad
infinitum con un coste tendencialmente cero. Los soportes informáticos
de gran almacenaje y los reproductores electrónicos permiten la copia de
cualquier información con un coste de energía y una aplicación de
trabajo vivo verdaderamente ínfimos. De este modo, el conocimiento,
independizado de los costes de reproducción, se convierte en un recurso
potencialmente infinito.
De otra parte, en el trabajo cognitivo, el aumento de la productividad
no tiene nada que ver con la aglomeración intensiva de los factores
productivos. Pequeñas unidades empresariales pueden aprovechar y
combinar grandes cantidades de recursos gracias a los nuevos
dispositivos de memoria y tratamiento de la información. Y lo que es más
importante, ejecutando estas operaciones, que pueden ir desde la
creación de nuevos enunciados a la simple modificación de una aplicación
informática, cada una de estas unidades añade un nuevo valor a esta
inmensa biblioteca digitalizada, que es también un inmenso taller de
cooperación social.
La socialización de una tecnología permite una mayor utilidad para todos
sus usuarios -como ocurre en el caso de Internet- y, por
otra parte, permite formas nuevas de multiplicación a partir del fomento
de sus usos creativos, que la propia socialización de esta tecnología
entraña. La ley de rendimientos decrecientes y la economía como técnica
de gestión y producción de bienes escasos, comienzan a ser rasgos de un
paradigma viejo, frente al nuevo orden económico del trabajo cognitivo,
frente al principio de los rendimientos crecientes del conocimiento y
del coste tendencialmente cero de su reproducción.5
Estas cuatro características del trabajo cognitivo -1) la naturaleza
cooperativa del general intellect, 2) la identidad medios de
producción/cerebro colectivo, 3) la producción de conocimiento como
flujo continuo y 4) los rendimientos crecientes de las nuevas
tecnologías informáticas en relación a los costes de reproducción y los
beneficios de su socialización- pronuncian un severo límite a las
viejas técnicas de apropiación capitalista fundadas en la salarización
de la fuerza de trabajo y la propiedad de los medios de producción.
El control y apropiación del general intellect por parte del
capital se concentra, de este modo, en una nueva batalla sobre los
derechos de propiedad del conocimiento o, lo que es lo mismo, sobre los
lugares de corte en el flujo de la producción de conocimiento que
definen los segmentos de trabajo cognitivo controlados por el capital.
En este sentido, cómo se describe la paráfrasis que hace posible la
propiedad de una mercancía intangible o en otras palabras, cómo se puede
hacer pagar por ejecuciones musicales que pueden circular libremente en
internet o, cómo se puede poner a producir valor en redes de cooperación
social, que funcionan con conexiones tremendamente complejas y no
mensurables en unidades-tiempo de trabajo simple.
La cuestión radica en dónde se ubican estos cortes que el capitalismo
realiza en el flujo de trabajo. La precisión de este corte no es un
asunto banal. Un derecho de propiedad absoluto sobre el conocimiento
-pongamos por caso las patentes sobre los métodos cognitivos de
producción y no sólo sobre el producto final- puede ser
absolutamente contraproducente para la formación de valor a medio plazo.
Por ejemplo, en caso de que se hubiera dado curso a la posibilidad de
patentar el genoma humano -como de hecho pretendieron algunos
proyectos y como de hecho ocurre con las plantas y animales- se
hubiera limitado enormemente la investigación científica en materia
médica y a medio plazo se hubiera también limitado la propia expansión
del sector. Así pues, las agencias capitalistas tienen que conceder
márgenes de libertad e innovación amplios, que permitan reutilizar y
modificar los cuerpos de saberes previos.
Un caso bien conocido es la norma común de las sociedades de autores y
editores de cualquier país, por ejemplo la española, por la que se
considera «distinta» una pieza musical cuando se incorpora una simple
variación melódica o armónica en dos o tres frases musicales.
La frontera cognitiva del capital se tiende, por lo tanto, sobre una
línea continua entre dos polos. Uno que apunta al libre desenvolvimiento
de la cooperación social inscrita en la naturaleza expansiva del general
intellect y otro a la costrificación de los derechos de propiedad que,
en sus formas más extremas, se convierten en severos límites a la
posibilidad misma del conocimiento. Esto es, la apuesta del capital se
desenvuelve sobre una fragilidad de base que separa sólo a medias la
potencia de un nuevo comunismo cognitivo y la involución cultural en
clave de una nueva versión digital de Fahrenheit 451. En este
sentido se puede, aunque todavía en ciernes, describir una doble
estrategia de gobierno:
a) La asimilación de la mercancía inmaterial a los viejos bienes
industriales como objetos mensurables, con unos costes precisos y unos
límites definidos en su proceso de producción. Obviamente, esta
asimilación es absolutamente arbitraria. Los dispositivos de apropiación
empresarial del flujo de producción de conocimiento se realizan sobre la
captura de segmentos de trabajo que no remuneran y que, en la mayor
parte de los casos, tienen un ambiguo estatuto de propiedad común. En
efecto, hoy cualquier empresa opera sobre un flujo de información libre
que extrae de la red y de los nodos de reproducción social.6 Igualmente,
se puede decir que cualquier producto cultural o cognitivo añade muy
poco a sus precedentes. Los músicos de moda promocionados por las
grandes compañías discográficas o el software propietario que se renueva
a una velocidad de vértigo, no aportan modificaciones sustanciales a los
productos disponibles previamente y, sin embargo, se apoyan y se
alimentan de «saberes sociales acumulados» sobre los que no pagan ningún
derecho.
b) Por otra parte, esta vampirización del flujo continuo de la
producción de conocimiento y de las externalidades positivas derivadas
de la producción cognitiva, se acompaña de un correlato estratégico
absolutamente necesario. La mercantilización de los saberes se suma,
para ser operativa, a la revaluación legal del derecho de propiedad. En
este sentido, la producción de norma jurídica busca activamente hacer
efectivo el corte que permita la apropiación de algunos segmentos
fundamentales -en términos de estrategia económica- del
trabajo cognitivo. La guerra del capital a las formas desmesuradas de la
cooperación social persigue la subsunción de la producción de
conocimiento a la formación de capital: refuerzo de los derechos de
propiedad, leyes de patentes sobre el código genético y los métodos de
producción de software, restricción del derecho de copia,
criminalización de algunos usos sociales ampliamente extendidos,
etc.7
El enjeu, lo que está en juego, en la apuesta del capital es el
doblegamiento de la forma cognitiva del exceso -el general
intellect- a las reglas precisas de la formación de capital. Las
posibilidades de emancipación y autoproducción, de juego y libertad,
están de este modo amenazadas por el imperativo, cada vez más
arbitrario, de la formación de capital a partir de la producción de
conocimiento. En esta contradicción nuclear entre excedencia y control,
riqueza y acumulación, el cercamiento -las enclosures- de las
áreas comunes de conocimiento se torna tan prioritario como el
cercamiento de las tierras comunales en el primer capitalismo
industrial. La aplicación de derechos de propiedad absolutos -sin
límites de transacción- sobre los saberes, se convierte en un asunto de
vida o muerte en el afianzamiento del capitalismo cognitivo.
Las mercancías culturales de consumo de masas -libros, música,
cine y juegos multimedia- componen uno de los frentes abiertos en
esta batalla por la redefinición de las reglas de producción y
explotación del conocimiento. En estos últimos años se certifica una
fuerte ofensiva, impulsada por las corporaciones discográficas y las
grandes editoriales, que trata de modificar la norma jurídica de forma
restrictiva: redefinición de los derechos de propiedad intelectual y
endurecimiento de las penas a la llamada «piratería intelectual».
La amenaza al monopolio de estas compañías deriva de un doble movimiento
que pocas veces se reconoce como un despliegue único. En primer lugar,
el abaratamiento acelerado de los costes de edición y la multiplicación
de los dispositivos digitales de memoria ha permitido la entrada en
escena de una nueva empresarialidad de orden vocacional que, con muy
pocos medios, puede competir en el mercado con productos especializados
de alta calidad. La aparición de estos nuevos vectores de
autoempresarialidad ha obligado a las grandes compañías a redoblar sus
esfuerzos en publicidad -inversión relacional y simbólica-
en orden a conservar el carácter oligopolista del mercado.
Al mismo tiempo, las grandes compañías han promovido grandes
holdings en los sectores de distribución y venta al público
-las grandes cadenas de discos y libros. La consecuencia combinada del
mantenimiento de la estructura oligopolista y del aumento de los gastos
de promoción ha disparado los precios muy por encima del IPC.
En segundo lugar, los límites técnicos y sociales al mantenimiento de un
fuero de privilegio monopolista son cada vez mayores. La reducción de
los costes de reproducción hace cada vez más impensable y más
insoportable tener que pagar por la distribución de los productos
cognitivos. El propio desarrollo tecnológico, de la mano de los
entusiastas de la libertad de acceso a la información, ha fomentado la
difusión de dispositivos de copia gratuitos. Este es el caso de MP3 que
permite el intercambio pair to pair de archivos musicales, o de las
bibliowebs en el caso del libro, o del software libre en la producción
de aplicaciones informáticas. Una suerte de autoprotección o antivirus
contra las estrategias de fragmentación y apropiación de los saberes.
Naturalmente, ninguna argumentación que apele al servicio social que
supuestamente prestan estas empresas, ya sea en lo que se refiere al
«estímulo de la creación», como en lo que respecta a los capítulos de
reproducción y distribución, se sostiene con un mínimo de rigor. Sobre
este último aspecto los reproductores digitales y la red son
infinitamente más eficaces y más baratos que los medios tradicionales de
edición en soportes físicos comercializables en tiendas o almacenes. Por
el contrario, estos soportes tradicionales distribuidos en el circuito
comercial están artificialmente encarecidos e incorporan, de hecho, un
sobreprecio derivado de la estructura oligopolista del mercado y de los
gastos de promoción.
En cuanto al argumento que sostiene la importancia de la empresa como
exclusivo medio de remuneración de los «creadores» y la necesidad de
mantener los derechos de propiedad como forma única para «proteger» la
producción cultural, la respuesta es necesariamente más larga. En primer
lugar, la mayor parte de la producción musical y editorial no produce
verdaderos beneficios para los autores. Más del 95% de los
«creadores» inscritos en la SGAE (la Sociedad General de Autores y
Editores en España) no alcanza a ingresar el salario mínimo
interprofesional en concepto de derechos de autor. Esto es, su trabajo
es esencialmente vocacional y se remunera por otros medios. Los derechos
de autor, por otra parte, representan una parte mínima del valor de los
productos -entre el 6 y el 10% en el libro, menos incluso en el
disco-, que además no se suele percibir debido a la práctica habitual
del pago por obra o por proyecto. Efectivamente, la compañía negocia
normalmente la cesión absoluta de los derechos de autor. De este modo,
los derechos de autoría no son tanto un medio de remuneración de los
novelistas, los compositores o los artistas, como un instrumento
fundamental de apropiación capitalista de sus creaciones.
De otro lado, los derechos de propiedad intelectual se imponen de una
forma totalmente arbitraria en relación con la naturaleza cooperativa de
la producción cultural. Ni en el menos evidente de los casos se puede
seguir sosteniendo la noción romántica del «autor» o del «creador». Hoy,
cada obra es el resultado de un proceso de síntesis recombinante, en la
que operan líneas colectivas irreductibles a la noción de individuo. De
un modo absolutamente cínico, las grandes compañías explotan un concepto
caduco, condensado en la idea del genio y fundado en una suerte de
biologicismo ingenuo y de «self-made» adscrito a la singularidad
artística.
Los gestores de la industria cultural conocen el carácter colectivo de
la autoría, por eso mismo son capaces de explotarlo. Producen grandes
estrellas mediáticas, de facto logos empresariales que agrupan
y dirigen el consumo. En términos de calidad e innovación, las marcas de
la industria cultural -novelistas reconocidos, artistas celebres, el
top 40 de cada año- rara vez representan aportaciones interesantes o
significativas. Su principal valor consiste en su «facilidad»,
asimilable al sentido estético común de los sectores mayoritarios de los
consumidores. Es decir, los grandes logos de la industria cultural son
precisamente vectores de síntesis, muy modestos por otra parte, de
elementos y composiciones previas que han logrado cierto éxito
comercial. Las grandes compañías saben que ésta es la única condición de
posibilidad para comercializar un producto cultural y por eso parece
legítima cualquier mínima variación o modificación de una partitura o de
un texto, siempre y cuando no sea literal, para producir nuevas
mercancías «de éxito».
En una palabra, las grandes corporaciones no estimulan, ni añaden nada
al proceso colectivo de creación. Por el contrario y según la formula de
los Wu Ming,8 es en la «república democrática de los
lectores» y en la generalización de los medios de autoproducción
cultural donde se puede reconocer el sujeto vivo de la innovación.
El derecho de propiedad en la industria cultural se desenvuelve de una
forma contradictoria: 1) con relación a una individualidad jurídica
-el autor- que realmente no es el sujeto de la creación y
tampoco el usufructuario de la misma, y 2) con relación a un estatuto de
la obra que confiere derechos a modificaciones mínimas en el código del
producto. Sólo sobre este doble pilar jurídico (creación = obra = autor
y mínima-diferencia = creación) se sostiene el entramado de explotación
cognitiva de la industria cultural.
Y sin embargo, el intento de distribuir la creación por los medios
jerárquicos del oligopolio de mercado, está ahora amenazado de muerte
por la expansión de los reproductores digitales y los grupos de
autoproducción. En ésta nueva coyuntura, las grandes compañías han
constituido un lobby de presión, dirigido fundamentalmente a reforzar su
posición privilegiada en el mercado por medio del endurecimiento de las
leyes de propiedad. La aplicación de las medidas antipiratería, la
extensión de los derechos de autor a la copia privada o la imposición de
un canon sobre las fotocopias o sobre los CDs vírgenes demuestran el
carácter fuertemente reactivo de su política.
No obstante, la aplicación de estas políticas represivas y
criminalizatorias sobre las posibilidades abiertas con las tecnologías
de reproducción digital puede, de hecho, tener un efecto boomerang, que
se manifieste en una involución neta de esta dimensión «cultural» de
la excedencia subjetiva.
No es, en absoluto, inimaginable la aplicación represiva de leyes cada
vez más duras contra la copia y el préstamo que podrían derivar en un
efectivo retroceso de las posibilidades de compartir y producir nuevos
saberes. En el curso pasivo de la tendencia a la socialización de las
nuevas tecnologías de reproducción, las grandes compañías tienen perdida
toda la partida y por eso no descartan soluciones represivas de largo
alcance. El régimen de la inteligencia distribuida9 por los grandes
oligopolios de la industria cultural está condenado por la propia
evolución de los sistemas de reproducción digital, a no ser que la
solución represiva y oligopolista, por otra parte de dudosa viabilidad,
consiga invertir el curso de los acontecimientos.
El problema de fondo es un problema de márgenes de beneficio que se
encuentra ante la imposibilidad de adecuar el precio de la mercancía
cultural a sus costes reales de producción y a la remuneración efectiva
de los creadores. Mensurar en términos de tiempo y esfuerzo las
interacciones sociales que contribuyen a la producción de bienes
cognitivos es una tarea imposible. En la actualidad, el precio de una
melodía, de un programa informático o de un libro tiene más que ver con
la capacidad de una compañía para imponer en el mercado su producto, que
con cualquier otra razón económica.
De todas formas, el problema de la remuneración de los creadores
permanece sin resolver. Las soluciones sólo puedan ser abordadas,
quizás, desde un punto de vista radicalmente distinto al que sostienen
los departamentos de relaciones públicas de las grandes empresas. Si se
reconoce la centralidad de la cooperación social en los procesos de
producción cultural, deberemos también reconocer que este sujeto difuso
lejos de ser remunerado justamente, está sometido a un régimen de
explotación intensivo sin la contraparte de un sistema
institucionalizado de redistribución de la renta.
La no remuneración deriva de la falta de visibilidad y de reconocimiento
de la naturaleza colectiva de la creación y de su carácter esencialmente
cooperativo, antitético con la idea biologicista del genio, pero también
de la falta de experiencias de autoorganización que aprovechen
abiertamente esta dimensión cooperativa y abierta del general
intellect.
En una de las campañas que recientemente han promovido las grandes
compañías del disco y la edición en pro del endurecimiento de las leyes
de copyright y la criminalización del derecho de copia, un grupo de
activistas realizó una acción de denuncia con una consigna enormemente
audaz: «la creación se defiende compartiéndola».
Quizás haya pocos logos más ajenos a nuestra tradición cultural empeñada
en encumbrar la originalidad y el genio, estrictamente ligados a la
noción de individuo. Sin embargo, esta consigna parece ser el título del
modelo más óptimo de producción de conocimiento y cultura en la era
postfordista.
Ciertamente, podríamos ser más comedidos. Es una exageración reconocer
en este enunciado una posición fuerte de ruptura. En buena medida, la
universidad y los saberes académicos, la ciencia y las humanidades han
conseguido sus mejores resultados, y con ello han logrado acumular un
cuerpo de conocimiento increíble, gracias a las prácticas de
socialización y comunicación libre de la información. Con un ejemplo
obsceno: si la ley de atracción de los cuerpos descubierta por Newton
hubiera sido patentada, muy difícilmente hubiera sido pronunciada la
teoría de la relatividad o la mecánica cuántica. El conocimiento ha
encontrado en este modelo de democracia básica -libre circulación
de la información, libertad de expresión, libertad de juicio,
posibilidad siempre abierta de discusión y refutación- el único
marco de despliegue posible.
Por el contrario, la argumentación a favor de las patentes y de los
derechos de autor arranca de la combinación histórica de dos ordenes de
discurso con genealogías históricas muy distintas.
Por un lado, la revolución industrial se ha apoyado sobre una
legislación que permitía al autor -en su defecto, la empresa que
compraba la patente- mantener unos derechos de exclusividad sobre
el resultado de su trabajo. Las leyes de patentes se aprobaron, en
principio, como una forma de reconocer una cierta ventaja de salida para
los agentes sociales y económicos que estimularan la innovación
tecnológica. Una suerte de derecho de exclusividad -por supuesto,
objeto de transacción- que compensaba los costes de investigación
y animaba así, la búsqueda de nuevas aplicaciones.
Por otro lado, la idea de autor se ha construido sobre un sustrato
cultural difuso ligado a la constitución, desde la época renacentista,
de las Bellas Artes. La noción romántica de autor, indisociable de la
figura de la individualidad -de su trayecto biográfico, de sus
deseos y sus tormentos-, parecía suponer una lazo indeleble entre
creador y obra, ésta última como prolongación paradójica del mismo.
Como hemos visto, este nexo sigue sosteniendo la política de derechos de
autor en la industria cultural.
Esta doble raíz genérica de la propiedad intelectual está sin embargo
refutada en un terreno que, de forma nada casual, se considera
estratégico para el actual ciclo económico.
La producción de software -sistemas operativos, lenguajes y
aplicaciones informáticas-, que en principio parece ligada al
ámbito técnico, parece ser más efectiva y más útil socialmente si se
realiza sobre un modelo que ha abandonado tanto el concepto de premio a
la innovación en términos de exclusividad de uso, como cualquier devaneo
narcisista ligado a la concepción tradicional autor.
En la producción del software libre (free software) se ensaya
un nuevo paradigma de auto-producción creativa, desligada a un tiempo de
la lógica de apropiación capitalista como de la necesidad de
centralización autoritaria y de la individualición subjetiva de la
creación. Se trata de un paso importante en las posibilidades, realistas
hasta la intemperancia, de emancipación y de autoorganización del
general intellect; por paradójico que parezca asistimos a la gestación
de los primeros embriones de los soviets del trabajo cognitivo.
La Free Software Foundation (FSF), la institución más prestigiosa en el
ámbito hacker, define:
Software libre se refiere a la libertad de los usuarios para ejecutar,
copiar, distribuir, estudiar, cambiar y mejorar el software. De modo más
preciso, se refiere a cuatro libertades de los usuarios del software:
- Libertad 0, de usar el programa con cualquier propósito.
- Libertad 1, de estudiar cómo funciona el programa, y adaptarlo a tus
necesidades. El acceso al código fuente es por tanto una condición
previa.
- Libertad 2, de distribuir copias con las que puedes
ayudar a tu vecino.
- Libertad 3, de mejorar el programa y hacer públicas las
mejoras a los demás, de modo que toda la comunidad se beneficie. El
acceso al código fuente es, de nuevo, un requisito previo para esto.
Un programa es software libre si los usuarios tienen todas estas
libertades. Así pues, deberías tener la libertad de distribuir copias,
sea con o sin modificaciones, sea gratis o cobrando una cantidad por la
distribución. El ser libre significa -entre otras cosas-
que no tienes que pedir o pagar permisos.10
Curiosamente el software libre coloniza un territorio -de hecho
lo produce- que se localiza en las antípodas de la ingeniería
capitalista. El software libre se distancia del software propietario no
tanto por lo que se refiere a su gratuidad como por este conjunto de
libertades que para sus representantes son parangonables a la libertad
de expresión. Construir un programa de acuerdo con el principio de la
open source (código fuente abierto) y, por lo tanto, expresar un máximo
de publicidad y de voluntad de contagio y seducción -cualquiera
puede tomar y modificar el programa a su antojo- supone una
modificación radical de la norma jurídica.
En este sentido, la fsf ha dado cobertura a la llamada General Public
License (gpl), que precisamente asegura el carácter público y abierto de
la propiedad. De este modo, la gpl garantiza que el programa pueda
seguir siendo libre, que no pueda ser objeto de apropiación privada.
Pero la fuerza del software libre no radica tanto en esta declaración de
intenciones, en la adopción de un articulado constitucional que toma
como principio el rango público de los programas, como en su potencia
constituyente, en su capacidad de movilizar un nuevo modo de producción
cooperativo que resulta más eficaz y que tiene mayores utilidades
sociales que las formas tradicionales de subordinación del trabajo
cognitivo a la formación de capital. De modo fuerte, se podría decir que
el software libre inaugura un medio de autoproducción del general
intelect no sometido a mando.11
En primer lugar, el software libre se funda en la producción
cooperativa. En ningún otro caso se comprende mejor lo que hemos llamado
rendimientos crecientes. El open source permite a distintas
comunidades programadores y usuarios introducir cambios en las líneas de
programación, modificar y mejorar los programas. Precisamente, esta
libertad de acceso a la información, y de poder modificarla de acuerdo
con los intereses específicos de cada programador o usuario, permite
testar y mejorar los productos de un modo que no está al alcance de
ninguna empresa. Según la sentencia de un conocido hacker «si se tienen
las miradas suficientes, todas las pulgas saldrán a la
vista».12
De este modo, la programación hacker traza líneas de cooperación
absolutamente inalcanzables para un equipo de programadores a sueldo de
una sola empresa. En cada proyecto de software libre colaboran decenas,
cientos e incluso miles de programadores y usuarios que señalan
problemas y descubren soluciones de acuerdo con sus situaciones y
especializaciones concretas. La enorme potencia de este modelo en red
viene señalada por los propios productos de software libre. Por
supuesto, el buque insignia, GNU/Linux -el sistema operativo
desarrollado mayoritariamente bajo licencia GPL- se muestra bastante
más eficaz y con una arquitectura, a un tiempo, más compleja y más bella
que la de Windows.
Por otra parte, el desarrollo del software libre como el desarrollo de
la red está ligado a una nueva figura, el hacker. La palabra
hacker designa en principio a un entusiasta de cualquier
actividad. En la jerga de los programadores señala a aquellas personas
que se dedican a programar de forma apasionada. El acento se coloca en
el aspecto voluntario y vocacional de la actividad. Nótese bien, que la
ética hacker no tiene nada que ver con una moral de la abnegación o el
servicio y mucho menos con la moral protestante que considera el trabajo
una prescripción, una obligación.13 Al contrario es la capacidad de
producir, de crear, de comunicar, la que anima la actividad de
programación.
Además, la actividad hacker está atravesada por una dimensión
estrictamente social. La genealogía de la informática hacker es, de
hecho, una genealogía política, que esta estrechamente ligada a los
desarrollos de la contracultura californiana. Internet nació como una
red ciudadana entre departamentos universitarios y equipos de
investigación animada por estudiantes inquietos del ambiente político y
contracultural de Berkeley y San Francisco. El primer ordenador personal
fue desarrollado por un grupo de hackers liderado por Steve Wozniak.
Incluso Bill Gates se formó en este medio tan extravagante desde una
perspectiva tradicional de la tecnología.
El carácter cooperativo de la producción de software libre y la ética
entusiasta y vocacional de los hackers es congruente con una cierta
forma de pasión civil. Se trata de poner en común una información y unos
programas que pueden ser útiles a la comunidad en la medida que lo son
ya a los productores y a los usuarios más implicados en el proceso de
producción. Aparece, así, una nueva figura del benefactor social, que no
tiene nada que ver con el viejo filántropo paternalista, sino que se
presenta como un actor apasionado y deseoso de comunicar.
De este modo, en el software libre se da una coincidencia no casual
entre una alta composición técnica del trabajo cognitivo, un modelo
cooperativo fundado en la libertad de acceso a la información y la
pasión civil que prima el valor social de las aplicaciones sobre
cualquier otro criterio de rentabilidad. El software libre refleja una
nueva composición del trabajo que aplica y organiza, de un modo más
efectivo, aquellas características generales que reconocíamos en el
trabajo cognitivo: la centralidad de la cooperación, la identificación
medios de producción-cerebro del trabajador, el uso creativo del
conocimiento, la espiral de rendimientos crecientes y el trabajo como un
flujo tendido. En una palabra, el modelo del software libre parece
organizar, de un modo creativo y generoso, las capacidades del general
intellect. Un dispositivo de producción expansivo y de alto valor social
que prescinde de las formas de mando y organización características de
la empresa capitalista.
En esta dirección, frente al modelo cooperativo de la comunidad hacker,
la reacción del Estado y las grandes compañías de software es
absolutamente paradójica. En el caso de las empresas, parece que por un
lado reconocen en el software libre una amenaza. Organizan estrategias
similares a la que ofrece cualquier mercado: publicidad, marketing,
reserva de derechos propiedad, ocultamiento del código fuente, secreto
industrial. Sin embargo, y por otra parte, se ven forzadas a reconocer
también las virtudes más que potenciales del modelo hacker. Netscape,
nada sospechosa de veleidades anticapitalistas, ha desarrollado sus
últimas versiones de acuerdo con el modelo del open source y de la
cooperación en red. Y paradójicamente, Microsoft sólo ha conseguido
imponerse como sistema operativo hegemónico permitiendo la piratería
masiva de su productos.
La legislación es también contradictoria, pero mucho más peligrosa. La
posibilidad de patentar los métodos de programación, ya vigente en
Estados Unidos, y en estudio en Europa,14 está dando lugar a situaciones
contradictorias que amenazan con agotar la capacidad de crecimiento del
software libre. Por un lado se ha dado curso a patentes de métodos
totalmente triviales.15 Por otra parte, las leyes
de patentes han abierto la posibilidad de registrar métodos de
programación y patentar, de este modo, los algoritmos que permiten la
resolución de ciertos problemas comunes en la programación informática.
¡Si este principio se hiciese extensible al uso de la lengua o al
desarrollo de las matemáticas se tendría también derecho a registrar la
sintaxis y las fórmulas matemáticas!
La producción de norma jurídica dirigida a la captura del exceso
cognitivo demuestra, aquí, una arbitrariedad y una ambivalencia
insalvables, que pueden desencadenar procesos de involución o de
destrucción de la saberes comunes. Las leyes de patentes del software
han destacado, en este punto, por su carácter especialmente
contraproducente y confuso.
La mayoría de las grandes empresas patentan métodos de programación que
utilizan en sus programas con una finalidad meramente defensiva. Las
patentes son ante todo, una garantía que permite eludir los tribunales
frente a otras compañías. Por otra parte, el efecto que puede tener la
aplicación de estas leyes a la producción de software libre puede ser
sencillamente catastrófico; un eficaz disuasorio para muchos
programadores que realizan su actividad libremente, pero que de acuerdo
con estas directivas se encontrarían indefensos ante un posible juicio
por «apropiación ilegal» de métodos de programación.
En resumen, el software libre es quizás el caso más avanzado de
autoorganización del trabajo cognitivo sobre el plano de una radical
inmanencia de los rasgos genéricos de la intelectualidad de masas. Por
eso, su especial significado político. Estos primeros ensayos de
autoorganización de la cooperación social se muestran como las primeras
pistas en una completa inversión del concepto de riqueza. Un concepto de
riqueza gobernado por el ethos vocacional, por la pasión de producir y
comunicar.
El software libre es, así, una proyección de las virtualidades de la
autoorganización del general intellect. Por el contrario, la versión
negativa de una producción de saberes sometida al mando del capital se
puede reconocer, de forma trágica, en las biotecnologías y, en especial,
en la expansión de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM). En
este campo de investigación las aplicaciones tecnológicas, dirigidas por
las grandes corporaciones, están orientadas en su mayoría por criterios
que tienen un valor social negativo.
Hasta la fecha, la extensión de los OGM ha contribuido a reducir la
biodiversidad de los cultivos, ha producido importantes manchas de
contaminación genética en variedades cercanas, riesgos reconocidos para
la salud y una mayor dependencia de las grandes compañías en materias de
adquisición y venta de las semillas. Y esto sin mencionar algunos de sus
efectos sociales previsibles, como son la ruina de buena parte de los
sistemas de agricultura tradicional y la desposesión de una multitud de
pequeñas economías campesinas en las grandes periferias agrarias del
Sur.
La sociedad del conocimiento se presenta, por lo tanto, como un posible
horizonte emancipatorio -e incluso como una realidad en
expansión- sólo si se considera la posibilidad de la
autoorganización efectiva del general intellect. Autoorganización
siempre contrapuesta a los mecanismos de captura y subordinación
capitalistas.
Copyright
© 2003 Emmanuel Rodríguez
Se otorga permiso para copiar y
reproducir este documento completo en cualquier medio siempre que
se haga de forma literal y se mantenga esta nota.
Notas al pie
- ... intellect.1
- K. Marx,
Grundisse, Siglo XXI, vol 2., p. 230.
- ... conocimiento,2
- Como las que venían
referidas con el concepto de sociedad posindustrial enunciado al mismo
tiempo por Daniel Bell y Alain Touraine.
- ...
mundo».3
- Paolo Virno, Virtuosismo y revolución. La acción
política en la era del desencanto. Editorial Traficantes de Sueños,
Madrid febrero del 2003.
- ... imprevistos.4
- Véase los dos artículos de
Yann Moulier Boutang: «Riqueza, propiedad, libertad y renta en el
capitalismo cognitivo», Multitudes, París, Exils, 2001, nº 5; y «Los
nuevos cercamientos: nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación, o la revolución rampante de los derechos de propiedad» de
próxima aparición en un volumen colectivo Capitalismo
cognitivo, publicado por Traficantes de Sueños.
- ... reproducción.5
- Es evidente
que el conocimiento no es una mercancía como las otras, no es tangible y
no se reconoce únicamente en su soporte material. La eliminación de los
costes del soporte -significada en el tránsito de la vieja linotipia a
la circulación de los textos por Internet-, hacen del conocimiento y
del acceso libre una posibilidad absolutamente nueva. Sobre este asunto
se puede consultar Multitudes, París, Exils, 2001,
nº 5.
- ... social.6
- No
es desde luego casual que hayan surgido nuevas formas de producción de
capital en torno a la gestión y ordenación de estos grandes almacenes de
conocimiento gratuito, desde los servidores y buscadores en Internet,
hasta la generalización de los departamentos de documentación en casi
todas la empresas.
- ...
etc.7
- Yann Moulier Boutang, «Riqueza, propiedad, libertad y
renta...», Op. cit.
- ... Ming,8
- La Fundación Wu Ming es el nombre del autor
colectivo italiano que se encuentra detrás de novelas de gran celebridad
como Q, Asce di guerra o 54 y de numerosos ensayos en
los que propugnan la creación colectiva y el libre acceso a los
productos culturales.
- ... distribuida9
- Según la
fórmula de Jean Claude Guedon, «La inteligencia distribuida» Revista
Contrapoder, nº6, verano, 2002, Madrid, pp 87-92.
- ... permisos.10
- «La definición de
software libre», Free Software Fundation, 2001.
- ... mando.11
- Algunas conclusiones generales se
pueden obtener de los textos hackers de Miquel Vidal,«Cooperación
sin mando: una introducción al software libre», 2000, y Laurent Moineau
y Aris Papathéodorou, «Cooperación
y producción inmaterial en el software libre. Elementos para una lectura
política del fenómeno Gnu/Linux», Multitudes, Paris, Exils, 2001, nº
5.
- ...
vista».12
- Eric S. Raymond, «La Catedral y el Bazar», 1997.
- ... obligación.13
- Sobre este respecto: Pekka
Himanen, La ética hacker y el espíritu de la era de la
información, Barcelona, Destino, 2001.
- ... Europa,14
- Efectivamente, la
Comisión Europea ha aprobado una nueva directiva sobre patentes de
software, que será el marco de desarrollo de las legislaciones de cada
uno de los estados y que permite tanto la patente de los programas o de
aplicaciones finales, como de los métodos de programación. Para más
información www.proinnova.com.
- ... triviales.15
- El caso más conocido es la pretensión de
Amazon de hacer valer la patente del double click -por el que
simplemente se señala una selección de compra al lado del producto
deseado- frente a sus rivales comerciales.
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