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Otra lógica

Belén Gopegui

El texto que sigue fue leído por Belén Gopegui en su intervención en las II Jornadas contra el canon de las bibliotecas, que tuvieron lugar los días 1 y 2 de marzo de 2005 en Madrid. Aquí lo reproducimos, bajo una licencia Creative Commons, con permiso de la autora.

La barbarie es más estable que la justicia. La justicia exige atención, cuidado y voluntad de contrarrestar fuerzas e influencias a fin de lograr un equilibrio incierto y sin embargo valioso.

En la opresión, en la violencia, no es preciso el equilibrio, así también dispara el cazador al pato que vuela y el pato cae y hay en su muerte aumento del desorden pero hay, al mismo tiempo, estabilidad, facilidad. Lo que en el aire fue promesa de itinerarios, incertidumbre, vida, ahora es un peso muerto que puede, además, ser vendido y comprado.

Las bibliotecas públicas no son la barbarie. Las bibliotecas públicas son espacios delicados, vulnerables, de justicia.

«Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes, y ciegas, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. Sólo ve la amplitud de un horizonte que parece infinito [...]. De todos modos, se muestra el camino con escollos que, aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar, para llegar a la meta; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de los otros», escribió Ernesto Che Guevara. Esa carrera de lobos es la barbarie. Las bibliotecas públicas son uno de los pocos lugares que, dentro del capitalismo, escapan a la lógica según la cual llegar, obtener, consumir supone siempre hacerlo sobre el fracaso de otros.

No hay mercancía en la biblioteca. Prestar un libro en una biblioteca pública, más allá de la producción material del libro o de la situación administrativa de cada biblioteca, no es un acto que se se realice contra los otros, ni sobre su carencia, su explotación, su fracaso. El libro que lee el lector o la lectora en la biblioteca a nadie falta, el acto de prestar un libro es, como decía, un acto de justicia y no el fruto de una transacción económica siempre desigual en el contexto de un mercado capitalista.

Se ha escrito a menudo sobre la cualidad distinta del silencio de las bibliotecas. Esa cualidad no procede del aire ni siquiera procede de las historias que allí fueron y son y serán imaginadas al ser leídas. Esa cualidad es fruto de la justicia, fruto de un equilibrio delicado y valioso.

Pero la barbarie avanza y se extiende y quiere ahora introducir el préstamo de pago en las bibliotecas públicas. Se pretende que las bibliotecas deban pagar a los autores por prestar un libro, y se anuncia como un mal menor que ese pago no llegará nunca a los usuarios. En la práctica política de la democracia formal es frecuente que lo que hoy se anuncia que no ocurrirá, ocurra sin embargo dentro de uno o dos años. Pero al margen de esto, la introducción del préstamo de pago significa abrir las puertas a los lobos. El lector pasa a convertirse una vez más en consumidor que, con su elección, provoca un intercambio económico desigual en el marco del capitalismo. Quienes aspiramos a un modo de vida en donde los derechos de autor y la llamada propiedad intelectual no tengan sentido, pedimos que ese espacio de referencia que son las bibliotecas públicas, no sea derribado. Porque en lo que ahora son está el origen de lo que la vida, la nuestra, podría llegar a ser.

La barbarie es más estable que la justicia. La barbarie se parece a una cacería. La justicia, a esa promesa de itinerarios que sobrevuela el silencio de una biblioteca pública.





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