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Los efectos de la crítica sobre el espíritu del capitalismo

El impacto de la crítica sobre el espíritu del capitalismo parece ser potencialmente al menos de tres tipos.

En primer lugar, la crítica es capaz de deslegitimar los espíritus anteriores y privarles de su eficacia. Daniel Bell (1979) sostiene que el capitalismo estadounidense se encontró con grandes dificultades a finales de la década de 1960 derivadas de la existencia de una tensión creciente entre las formas de ubicarse en el trabajo provenientes del ascetismo protestante sobre las cuales continuaba apoyándose el capitalismo y, por otro lado, el desarrollo de un modo de vida basado en el goce inmediato a través del consumo, estimulado por el crédito y la producción en masa, que los asalariados de las empresas capitalistas se veían incitados a abrazar en su vida privada. El hedonismo materialista de la sociedad de consumo vendría, según este análisis, a chocar de lleno -es decir, a criticar- con los valores de laboriosidad y ahorro que supuestamente sostenían, al menos implícitamente, la vida de trabajo, minando de este modo las modalidades de adhesión asociadas a la forma del espíritu del capitalismo por aquel entonces dominante, que se vio parcialmente deslegitimada. La consecuencia de todo ello es una desmovilización importante de los asalariados, resultado de una transformación de sus expectativas y aspiraciones.

Como segundo efecto, podemos observar que la crítica, al oponerse al proceso capitalista, obliga a quienes actúan como sus portavoces a justificarlo en términos de bien común. Cuanto más virulenta y convincente se muestre la crítica para un gran número de personas, más obligadas se verán las justificaciones planteadas como respuesta a insertarse en dispositivos fiables que garanticen una mejora efectiva en términos de justicia.. En efecto, si los portavoces de los movimientos sociales se contentasen con declaraciones superficiales no acompañadas de acciones concretas -con palabras huecas, como suele decirse- como respuesta a sus reivindicaciones, si la expresión de buenos sentimientos bastase para calmar la indignación, no habría ninguna razón para que los dispositivos que se supone hacen de la acumulación capitalista un fenómeno conforme al bien común debieran ser perfeccionados. Cuando el capitalismo se ve obligado a responder a los puntos destacados por la crítica para tratar de apaciguarla y para conservar la adhesión de sus tropas -que corren el peligro de prestar atención a las denuncias de la crítica-, procede en esa misma operación a incorporar en su seno una parte de los valores en nombre de los cuales era criticado. El efecto dinámico de la crítica sobre el espíritu del capitalismo pasa por el reforzamiento de las justificaciones y de los dispositivos asociados que, sin poner en cuestión el principio mismo de acumulación ni la exigencia de obtener beneficios, dan satisfacción parcial a la crítica e integran constricciones en el capitalismo que se corresponden con los puntos que preocupaban a la mayor parte de sus detractores. El coste que la crítica ha de pagar por ser escuchada, al menos parcialmente, es ver cómo una parte de los valores que había movilizado para oponerse a la forma adoptada por el proceso de acumulación es puesta al servicio de esta misma acumulación mediante el proceso de aculturación que hemos evocado anteriormente.

Un último tipo de impacto posible de la crítica se fundamenta en un análisis mucho menos optimista en lo que a las reacciones del capitalismo se refiere. Podemos suponer que el capitalismo puede, bajo determinadas circunstancias, escapar a la exigencia del reforzamiento de los dispositivos de justicia social haciéndose cada vez más difícil de descifrar, «sembrando la confusión». Según esta posibilidad, la respuesta aportada a la crítica no conduce a la configuración de dispositivos más justos, sino a una transformación de los modos de obtención de los beneficios tal que deja al mundo momentaneamente desorganizado con respecto a los referentes anteriores y en un estado de enorme ilegibilidad. Frente a las nuevas concatenaciones cuya aparición no ha sido anticipada -y de las que es difícil decir si son más o menos favorables para los asalariados que los dispositivos sociales precedentes-, la crítica se encuentra desarmada durante un tiempo. El viejo mundo que denunciaba ha desaparecido, pero aún no sabemos qué decir del nuevo. La crítica actúa aquí como un acicate para acelerar la transformación de los modos de producción, los cuales entrarán en tensión con las expectativas de los asalariados formados sobre la base de los procesos anteriores, lo que llamará a una recomposición ideológica destinada a mostrar que el mundo del trabajo tiene todavía un «sentido».

Deberemos invocar estos tres tipos de efectos para dar cuenta de las transformaciones del espíritu del capitalismo a lo largo de los últimos treinta años.

El modelo de cambio que utilizaremos es un modelo a tres bandas. La primera representa la crítica y puede ser definida en función de lo que denuncia (siendo, como veremos, los objetos de denuncia bastante variados en el caso del capitalismo) y de su virulencia. La segunda corresponde al capitalismo, caracterizado por los dispositivos de organización del trabajo y las formas de obtención de beneficios específicas de una época determinada. La tercera remite asimismo al capitalismo, pero esta vez desde el punto de vista de la integración de dispositivos destinados a mantener una separación que resulte tolerable entre los medios empleados para generar beneficios (el segundo de los elementos que hemos señalado) y las exigencias de justicia que se apoyan en convenciones reconocidas como legítimas. Cada uno de los polos de esta oposición a tres bandas puede evolucionar: la crítica puede cambiar de objeto, así como perder o ganar virulencia; el capitalismo puede conservar o cambiar sus dispositivos de acumulación; también puede mejorarlos dotándolos de una mayor justicia o desmontar las garantías mantenidas hasta entonces.

Una crítica que se agota, es vencida o pierde su virulencia permite al capitalismo relajar sus dispositivos de justicia y modificar con toda impunidad sus procesos de producción. Una crítica que gana en virulencia y en credibilidad obliga al capitalismo a reforzar sus dispositivos de justicia, a no ser que, por el contrario, constituya -si el entorno político y tecnológico se lo permite- una incitación a transformarse, confundiendo las reglas de juego.

El cambio de los dispositivos de acumulación capitalista tiene como consecuencia el desarme temporal de la crítica, pero tiene también bastantes posibilidades de conducir, a medio plazo, a la formulación de un nuevo espíritu del capitalismo con el fin de restaurar la implicación de los asalariados que han perdido, en tal proceso, los puntos de referencia a los que se aferraban para tener algún asidero sobre su trabajo. Asimismo no es imposible que una transformación de las reglas de juego capitalistas modifique las expectativas de los asalariados sin socavar los dispositivos de acumulación, como en el caso analizado por D. Bell (1979).

Por otro lado, la introducción de dispositivos que garanticen una mayor justicia apacigua a la crítica en lo que respecta a los objetos de las reivindicaciones planteados hasta ese momento, pero a la par puede también conducirla a desplazarse hacia otros problemas. Este movimiento suele ir acompañado, en la mayoría de los casos, por un descenso de la vigilancia en torno a los antiguos puntos de contestación. Se abren así para el capitalismo nuevas posibilidades de transformar las reglas de juego, lo que entraña una degradación de las ventajas obtenidas previamente y provoca a medio plazo un relanzamiento de la crítica.

En el centro de este juego a tres bandas, funcionando como un dispositivo de registro, caja de resonancia y crisol donde se forman nuevos compromisos, encontramos al espíritu del capitalismo, un espíritu del capitalismo renegociado -puesto en cuestión o incluso aniquilado antes de un nuevo surgimiento- por la transformación tanto de los dispositivos dirigidos a la obtención de beneficios, como de aquellos orientados a la consecución de la justicia, a la par que por la continua metamorfosis de las necesidades de justificación bajo el fuego de la crítica. El estudio del espíritu del capitalismo y de su evolución es una vía de entrada pertinente para analizar la dinámica conjunta del capitalismo y de sus críticas, que hemos situado en el centro de este trabajo.

Una noción que nos ayudará a articular estos tres términos de capitalismo, espíritu del capitalismo y crítica, será la de prueba, que constituye, por otro lado, un excelente dispositivo para integrar en un mismo marco, sin caer en reduccionismos, las exigencias de justicia y las relaciones de fuerza.


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2002-04-27