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El papel de la crítica en la dinámica de las pruebas

Podemos considerar que existen dos maneras de criticar las pruebas. La primera tiene una intención correctiva: la crítica desvela lo que, en las pruebas cuestionadas, transgrede la justicia y, en particular, las fuerzas que algunos de los protagonistas movilizan a espaldas de los otros, lo que les procura una ventaja inmerecida. El objetivo de la crítica es, en este caso, mejorar la justicia de la prueba -tensarla, podríamos decir-, aumentar su nivel de convencionalismo, desarrollar su marco reglamentario o jurídico. Las pruebas instituidas como, por ejemplo, las elecciones políticas, los exámenes escolares, las pruebas deportivas y las negociaciones paritarias entre agentes sociales, son el resultado de semejante trabajo de depuración de la justicia, de tal forma que no se permita pasar más que a las fuerzas que sean consideradas coherentes con la calificación de la prueba. No obstante, estas pruebas permanecen perpetuamente susceptibles de mejora y, por lo tanto, de crítica. El trabajo de depuración es un trabajo sin fin porque las relaciones bajo las cuales pueden ser aprehendidas las personas son ontológicamente ilimitadas45.

Una segunda forma de criticar las pruebas podría denominarse radical. Lo fundamental ya no consistiría en corregir las condiciones de la prueba con el fin de hacerla más justa, sino en suprimirla y, eventualmente, reemplazarla por otra. En el primer caso, la crítica toma en serio los criterios que se supone que satisface la prueba, para demostrar que su realización se aleja, en determinado número de aspectos, de su definición o, sí se quiere, de su concepto, tratando de contribuir a hacerla más conforme a las pretensiones que supuestamente debería satisfacer. En el segundo caso, es la validez misma de la prueba, que es precisamente lo que da sentido a su existencia, lo que es puesto en cuestión. Desde el punto de vista de esta segunda posición crítica, la crítica que pretende corregir la prueba es, frecuentemente, criticada como reformista, en oposición a una crítica radical que históricamente se ha afirmado como revolucionaria..

Con respecto al modelo de las economías de grandeza (Boltanski, Thévenot, 1991) en el que nos basamos aquí, la crítica correctiva es una crítica que toma en serio la ciudad en referencia a la cual ha sido construida la prueba. Inversamente, la crítica radical es una crítica que se ejerce en nombre de otros principios, principios provenientes de otra ciudad diferente de aquella sobre la que la prueba, en su definición admitida habitualmente, pretende basar sus juicios.

Vamos a evocar, en un primer momento, el destino posible de una crítica correctiva con pretensiones reformistas. En la medida en que las pruebas criticadas pretenden ser consideradas como legítimas (lo que provoca que recurran para justificarse a las mismas posiciones normativas que son invocadas por la crítica), es imposible que quienes tienen como tarea controlar su realización práctica ignoren eternamente las observaciones de las que son objeto estas pruebas, ya que para continuar siendo legítimas deben ser capaces de plantear una respuesta a la crítica. Esta respuesta puede consistir, bien en mostrar que la crítica se equivoca (y para ello debe entonces aportar pruebas convincentes), bien en estrechar el control sobre la prueba y depurarla para hacerla más conforme con el modelo de justicia que sostiene los juicios que aspiran a la legitimidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando, tras las denuncias, se hace anónimo un examen que anteriormente no lo era o cuando se prohibe la divulgación de informaciones procedentes de operaciones de bolsa (délits d'initiés46).

Pero puede producirse otra reacción ante la crítica correctiva de una prueba que no consistiría en satisfacerla, sino en tratar de esquivarla. Cabe esperar este movimiento, por un lado, entre aquellos que resultan beneficiados por la prueba, pero que la crítica ha demostrado hasta qué punto éstos la superaban de manera ilegítima, ya que ven, por consiguiente, como merman las ventajas de las que disponían y, por otro lado, entre los organizadores de la prueba o entre aquellos sobre quienes descansan mayoritariamente los costes de su organización47, que consideran que el aumento esperado de la justicia de la prueba -y, por lo tanto, en su legitimidad- no compensa el mayor coste de la misma (reforzamiento de los controles, precauciones, perfeccionamiento de los criterios de enjuiciamiento), o incluso que, con independencia de las ventajas obtenidas desde el punto de vista de la justicia, el coste se ha vuelto prohibitivo.

De este modo, un cierto número de actores puede tener interés en reducir la importancia concedida a una prueba, en su marginalización, sobre todo si parece difícil poner fin al trabajo de la crítica, cuyo relanzamiento obliga de continuo a tensar aquella y a aumentar sus costes. En lugar de poner frontalmente en tela de juicio las pruebas instituidas -lo que sería demasiado costoso, en primer lugar en términos de legitimidad-, tratan de buscar nuevos caminos para la obtención de beneficios realizando desplazamientos locales, de escasa amplitud, poco visibles y múltiples. Estos desplazamientos pueden ser geográficos (deslocalización hacia regiones donde la mano de obra es barata y donde el derecho laboral se encuentra poco desarrollado o respetado) si, por ejemplo, las empresas no quieren introducir las mejoras propuestas por la crítica en el reparto de salarios/beneficios (podrían hacerse exactamente las mismas observaciones con respecto a las nuevas exigencias en materia de medio ambiente). También puede tratarse de una modificación de los criterios de medición del éxito en la empresa para escapar a los procedimientos vinculados a la gestión de las promociones o de la supresión de pruebas formales en los procesos de selección (resolución de los casos por escrito, tests psicotécnicos) considerados como demasiado costosos. Estos desplazamientos, que modifican el recorrido de las pruebas48, tienen por efecto la reducción de los costes asociados al mantenimiento de las pruebas puestas en tensión y la mejora de los beneficios de aquellos que pueden disponer de recursos diversificados y que se encuentran liberados de las trabas que limitaban hasta entonces los usos que podían hacer de sus fuerzas. En una sociedad capitalista, donde los fuertes son los poseedores de capital, y en la que la historia ha demostrado con regularidad que, sin trabas legislativas y reglamentarias, éstos tienden a usar su poder económico para conquistar una posición dominante en todos los ámbitos y para no dejar a los asalariados más que lo indispensable para su supervivencia del valor añadido extraido, evidentemente es el partido del beneficio el que suele salir ganando de estos microdesplazamientos.

Este modo de reaccionar ante la crítica mediante desplazamientos, tiene también por efecto el desarme temporal de esta última, que se ve frente a un mundo que ya no es capaz de interpretar. La crítica y los aparatos críticos propios de una etapa anterior del espíritu del capitalismo son incapaces de aferrar las nuevas pruebas que no han sido aún sometidas a un trabajo de reconocimiento, de institucionalización y de codificación, porque una de las primeras tareas de la crítica es, precisamente, identificar las pruebas más reseñables vigentes en una sociedad dada, clarificar o empujar a los protagonistas a aclarar los principios subyacentes a las mismas para, posteriormente, hallarse en condiciones de proceder a una crítica correctiva o radical, reformista o revolucionaria, según las opciones y estrategias de aquellos que la llevan a cabo.

A resultas de la multitud de microdesplazamientos desplegados con objeto de evitar localmente las pruebas más costosas o las más sometidas a la crítica, la acumulación capitalista se ve en parte liberada de los obstáculos que hacía pesar sobre ella la noción limitadora de bien común. Pero, al mismo tiempo, se ve desposeída de las justificaciones que hacían de ella algo deseable para la mayoría de los actores, excepto si esta reorganización de las pruebas resulta estar en armonía con temáticas planteadas por una crítica radical encaminada (también en nombre del bien común aunque invocando valores diferentes) a suprimir las antiguas pruebas. Un desplazamiento de este tipo pierde en legitimidad desde el punto de vista de los antiguos principios, pero puede apoyarse en principios de legitimidad aportados por otros sectores de la crítica. A nos ser que logre una salida completa del régimen del capital, el único destino posible de la crítica radical (cuya cerrazón en el mantenimiento de una postura de oposición testaruda e interminable suele ser fácilmente calificada de «irreal» por sus detractores) parece ser su utilización como fuente de ideas y de legitimidad para salir de un marco demasiado normativizado y, para determinados actores demasiado costoso, heredado de una etapa anterior del capitalismo.

De este modo, podemos considerar posibles situaciones en las que el conjunto de la crítica se ve desarmada como resultado de un mismo movimiento: una, que aquí hemos calificado de correctiva (lo que no quiere decir que se conciba necesariamente como reformista), porque las pruebas a las cuales se ajustaba desaparecen o caen en desuso; la otra, que hemos denominado radical (lo que no significa tampoco que sólo sea cosa de aquellos que se denominan a sí mismos «revolucionarios»), porque la evolución de las ideas dominantes va en un sentido que ella reclamaba y que en parte satisface. Como veremos a continuación, una situación de este tipo ha caracterizado, desde nuestro punto de vista, a Francia en la década de 1980.

Sin embargo, tal situación no parece destinada a durar mucho tiempo: la reorganización del capitalismo crea nuevos problemas, nuevas desigualdades y nuevas injusticias, no porque sea intrínseco a su naturaleza ser injusto, sino porque la cuestión de la justicia no es pertinente dentro del marco en que se despliega -la norma de acumulación de capital es amoral- a no ser que la crítica le obligue a justificarse y autocontrolarse.

Progresivamente van reconstituyéndose diferentes esquemas de interpretación, permitiendo dar sentido a estas transformaciones y favoreciendo un relanzamiento de la crítica al facilitar la identificación de las nuevas modalidades problemáticas de la acumulación. La recuperación de la crítica trae consigo la formación de nuevos puntos de apoyo normativos que el capitalismo ha de ser capaz de integrar. Este compromiso se afirma en la expresión de una nueva forma de espíritu del capitalismo que contiene, al igual que aquellos que le precedieron, exigencias de justicia.

Así, pues, el nacimiento de un nuevo espíritu del capitalismo se realiza en dos tiempos, aunque sea ésta una distinción fundamentalmente de tipo analítico, pues en realidad ambas fases se encuentran profundamente imbricadas. Asistimos, en un primer momento, al esbozo de un esquema de interpretación general de los nuevos dispositivos, a la puesta en marcha de una nueva cosmología que permite ubicarse y deducir algunas reglas elementales de comportamiento. En un segundo momento, este esquema va a depurárse en dirección a una mayor justicia. Una vez que sus principios de organización se han establecido, la crítica reformista va a esforzarse por tensar las nuevas pruebas identificadas.


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2002-04-27