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Mejor que el gingko biloba.
La lucha contra el copyright sienta bien a la memoria

Wu Ming 1

Si en el futuro remoto siguen existiendo los arqueólogos, se sentarán inquietos y perplejos frente a los escasos vestigios de la era del capitalismo como al borde de un agujero negro, con la antimateria que roza la punta de los zapatos y provoca un cosquilleo. Y será así porque nuestro tiempo amenaza con convertirse en nada más que un enigma, como la Atlántida, como Mu, como la civilización que traza las pistas de Nazca. La formación social que desde la noche de los tiempos ha producido la mayor cantidad de información amenaza con ser una de las menos conocidas en los próximos siglos. Los únicos «testimonios» que estamos seguros de que perdurarán son los residuos nucleares, los vertidos tóxicos y la basura.

Pero, ¿cómo? ¿Y la literatura, la ciencia, el cine, la música...? Los problemas, a primera vista, son tres:

  • la perecibilidad de los materiales (y por lo tanto de los soportes de la información);

  • la obsolescencia de las tecnologías (parte del problema general de la obsolescencia planificada de las mercancías);

  • la propiedad intelectual, para cuya defensa se impone a la información un número clauso que prohíbe la copia. Los monjes que, durante el medievo, copiaron y salvaron los libros antiguos, hoy estarían perseguidos por la ley.

Varias novelas y relatos de ciencia-ficción describen el gran problema de un futuro sin pasado. El ya citado relato de Robert Silverberg Breckenridge and the Continuum tiene en común con The Telling, última novela de Ursula K. Le Guin, la idea de que el problema sólo puede resolverse narrando y copiando, copiando y narrando, haciendo circular las historias, apartando lo que obstaculice esa circulación.

Le Guin, nacida en 1929, es la gran decana de la ciencia-ficción libertaria, creadora del famoso ciclo de Ekumene. También The Telling forma parte del ciclo, pero, como todos los demás episodios, puede leerse independientemente. En el planeta Aka rige la dictadura del «Estado-empresa», una síntesis de fanatismo neoliberal y «polpotismo», que ha tratado de destruir todas las historias y los mitos pre-existentes. Las comunidades, entre ellas la de la ciudad de Okzat-Ozkat, resisten y recurren a miles de subterfugios para continuar contando historias. The Telling, el Relato, es precisamente el nombre de esta religión del narrar, carente de entidades sobrenaturales, con elementos afines al taoísmo y al zen. «Dharma sin karma» es una de las descripciones aproximativas que da la protagonista, la terrícola Sutty, enviada por Ekumene para estudiar esta cultura de resistencia y, copiando sus textos, salvarla de la extinción.

En determinado momento, un maz (chamán-narrador) afirma que no sólo la guerra y la explotación, sino también la polución y el ecocidio son consecuencias de una gran perturbación en la transmisión de las historias, una interferencia causada por la lógica capitalista:

Sin la narración, las piedras, las plantas y los animales salen adelante sin ningún problema. Pero las personas no. Las personas vagan extraviadas. No distinguen una montaña del reflejo de la montaña en un charco. No distinguen un camino de un despeñadero. Se hacen daño. Se enfadan y se hacen mal los unos a los otros. Quieren demasiado. Descuidan las cosas. Dejan de sembrar. Los ríos se llenan de mierda. La gente come comida envenenada. Todo se vuelve confuso. Todo está mal. Nadie se preocupa de las personas enfermas, de las cosas enfermas. Pero esto es grave, gravísimo, ¿no? Porque cuidar de las cosas es nuestra tarea, ¿no? Cuidar de las cosas y de nosotros mismos.¿Quién debería hacerlo si no? ¿Los árboles? ¿Los ríos? ¿Los animales? Ellos sólo hacen lo que son. Pero nosotros estamos aquí, y debemos aprender de qué modo estar, cómo hacer las cosas, como hacer que todo funcione de la forma adecuada. El resto del mundo sabe lo que tiene que hacer. Nosotros sabemos cómo aprender. Cómo estudiar, cómo escuchar, cómo hablar, cómo narrar. Si no contamos el mundo, no lo conocemos. Nos perdemos en el mundo, morimos. Pero debemos contarlo bien, de forma verdadera. ¿Está claro? Tenemos que tener cuidado y contarlo tal y como es de verdad. Allá abajo, allá abajo, en la región de Dovza (?) ¡la gente engaña por dinero! ¡Enriquecerse con las mentiras, tiranizar a la gente! ¡No resulta extraño que la policía haya tomado el poder!

El capitalismo perturba la transmisión de las historias. Es un modo de producción aterrorizado por el «pasadismo» y, por lo tanto, enfermo de futurofobia: en nombre del presente eterno de la producción y del consumo, dificulta la transmisión de la cultura y de la memoria a nuestros descendientes (y mientras pone en peligro su salud y su misma vida).

Vivimos un nuevo incendio de la biblioteca de Alejandría, silencioso e invisible. Las cintas se rayan y se desmagnetizan, las películas pierden nitidez, las memorias electrónicas se deterioran, el papel se deshace. Entre los «testimonios» que resisten y sobreviven, muchos han quedado mudos porque hemos perdido las tecnologías que sirven para hacerles preguntas.

Desde el paleolítico en adelante no ha dejado de aumentar la vulnerabilidad de los soportes. Los diseños de Altamira y Lascaux, fijos a la roca desnuda, han sobrevivido quince mil años, para ser descubiertos, respectivamente en 1879 y 1940 (y correr el riesgo, en el caso de Lascaux, de ser destruidos por un hongo traído por las hordas de turistas). El código de Hammurabi, grabado en una estela de diorita hace cerca de cuatro mil años, fue encontrado y traducido en 1901. La piedra Rosetta, grabada en basalto en el 196 a. C., fue traducida por Champollion más de dos mil años después. Las tablillas de arcilla grabadas con escritura cuneiforme, frecuentes en Mesopotamia entre los siglos III y I a. C., siguen siendo legibles. Muchos documentos escritos en papiro (hasta el siglo IV d. C.) y en pergamino están deteriorados, pero son todavía legibles y restaurables (pero, en cualquier caso, siguen existiendo). El papel utilizado hasta finales de 1870 está amarillento, pero se conserva.

Por el contrario, el papel de celulosa fabricado desde finales del siglo XIX hasta hoy se consume por los ácidos que contiene. Según los cálculos existentes, se ha destruido ya el 25% de los libros posteriores a 1870 que se conservan en las bibliotecas de todo el mundo. Algunos cilindros de cera para fonógrafo, aunque deteriorados, serían aún escuchables, pero faltan los fonógrafos. Los discos de vinilo se llenan de arañazos y pequeños agujeros, comienzan a «chisporrotear» y a «saltar», al escucharlos se los mata. Las películas de acetato de celulosa son fragilísimas y hay que restaurarlas cada vez más a menudo. El sonido de las cintas magnéticas se hace poco a poco más sordo y tenue, y a menudo ya no hay modo de leerlas, como sucede con los viejos cartuchos de Stereo 8. La imagen del VHS se desvanece sin parar.

¿Y lo digital?

El desarrollo vertiginoso del hardware y del software quema todos los puentes que atraviesa. Hemos perdido ya una cantidad indeterminada de los datos guardados (por así decirlo) en disquetes de 5,25 pulgadas, porque hemos desguazado los ordenadores que podían leerlos. Ahora le toca al disquete de 3,5. Además, hemos empujado a la extinción a numerosas especies de software (¿quién puede hoy leer un texto escrito en Wordstar?).

La difusión del software libre, del código-fuente abierto, puede ser una solución: limita la obsolescencia planificada del hardware (pues su objetivo es funcionar bien en cualquier máquina, no hacer que tengas que comprar un ordenador nuevo) y tutela la «biodiversidad» (pues se basa en la libre cooperación, no hay ningún interés en acabar con los «perdedores»). Permanece en cambio la perecibilidad de los soportes magnéticos y óptico-magnéticos. También los datos almacenados en un CD o en un CD-ROM no permanecen seguros durante mucho tiempo: cada vez más a menudo los CDs comienzan a saltar como hacían los discos de vinilo (aunque la dinámica sea distinta). Es cuestión de tiempo que empiece a pasarles algo a los DVDs.

Hoy se hacen experimentos con bacterias como «bibliotecas», documentos salvados en filamentos de ADN (versiones nanotecnológicas de los quipos incas). En resumen, estamos pasando al soporte más perecible de todos los tiempos, aparte de imposible de descifrar -y, por lo tanto, de reconocer como tal- para quien no disponga de la tecnología necesaria. Una nueva frontera cerrada de la información.

Frente a estos problemas, ¿qué debemos hacer? ¿Volver a grabar los mensajes sobre piedra? No quedaría entonces en el planeta una sola montaña.

No, la única solución es hacer como los amanuenses de antaño: copiar, copiar, copiar. En jerga técnica, esto se llama «migración» (en el caso de datos que pasan continuamente de un ordenador a otro más nuevo) o refreshing (en el caso de datos que pasan de un soporte viejo a uno nuevo: de lo analógico a lo digital, etc.). Si lo pensamos, esto ha sucedido siempre: «migraciones» de textos de un libro a un libro nuevo, refreshing de un documento de la escritura a la imprenta. Debemos seguir haciéndolo. Pero el capital hace de todo para ponernos un palo entre las ruedas. Aquí reaparece el problema del copyright, de la propiedad intelectual, como ha explicado Paolo Attivissimo:

La llegada de sistemas anti-copia permite crear soportes revocables. Consiente a la discográfica y al magnate de Hollywood definir una fecha de caducidad, limitar la ejecución a determinadas personas y a determinados lugares o aparatos. Se trata de cosas que ya están sucediendo, por ejemplo, con los discos promocionales de Oasis enviados a los periódicos, con los códigos regionales de los DVD y con las películas y la música descargada de sitios como Movielink.com (al que, entre otras cosas, sólo se puede acceder desde Estados Unidos, como queríamos demostrar). En resumen, la difusión de los sistemas anticopia... cambia de forma dramática las reglas del juego. Las cintas digitales pueden ser desactivadas a distancia y tienen una fecha de caducidad intrínseca: de hecho dependen de formatos propietarios, de un sistema operativo específico y de un hardware específico, que dentro de pocos años estarán obsoletos y ya no serán disponibles y que no pueden ser transferidos a otro soporte (si no es recurriendo a la piratería) porque están cifrados. Quién sabe cómo se sentirán los historiadores del futuro cuando no puedan estudiar la música, las películas y los libros digitales de nuestro siglo porque no sepan desprotegerlos: los soportes seguirán existiendo y cada bit será perfectamente legible, pero no habrá manera de descodificarlos, porque se habrán perdido las claves de acceso. (Paolo Attivissimo, «¿Piratas? No, guardianes de la cultura», www.apogeonline.com, 17 diciembre 2002).

Attivissimo prosigue y concluye:

...hay quienes, gracias al cielo, están trabajando para preservar nuestra cultura y transmitirla a nuestros descendientes y no se trata de una institución, una biblioteca o una agencia del gobierno: son los piratas informáticos. De hecho, las copias piratas de las películas y los DVD no contienen códigos de protección y utilizan formatos no propietarios para conseguir la máxima difusión. Estos formatos son independientes del sistema operativo y están plenamente documentados, por lo que para las generaciones venideras será una tarea sencilla recrear la tecnología capaz de leerlos. No se puede decir lo mismo de los formatos bendecidos por los grandes grupos de la industria del disco y del cine, que pretenden blindar el hardware [?] Como los amanuenses del medievo, estos maestros masterizadores crean copias de las obras que, de este modo, no se perderán por culpa de la miopía colectiva de una época. Es cierto que éste no es el objetivo principal de estas duplicaciones, pero es un efecto colateral benéfico que no debemos infravalorar. (Ibídem).

Con palabras más simples: el copyright es enemigo (y la «piratería», amiga) del futuro, de la migración, del refreshing.

Siendo puntillosos, diremos que Attivissimo se plantea el problema de cómo encontrar un antídoto a la obsolescencia de las tecnologías y de los formatos propietarios, pero no el de la perecibilidad de los soportes. No estamos tan seguros de que en el futuro «los soportes seguirán existiendo y cada bit será perfectamente legible». Sin embargo, el antídoto (migración y refreshing gracias a la «piratería») funciona también para este otro veneno. Si seguimos narrando, todo sigue en movimiento y se extiende más allá del eterno presente. Claramente, en el mundo no nos encontramos sólo con el problema del testimonio y de la trasmisión de la memoria: hay también toda una vida que reconquistar, para nosotros y para aquellos que nos sucederán. En esta tarea, la crítica a la propiedad intelectual es una condición necesaria, pero no suficiente, porque el problema es la propiedad tout court. Estamos tan condicionados por el No Future que no somos capaces de comprender que la tierra y la Tierra no son propiedad de nadie, al contrario, nos han sido «cedidas en usufructo» por nuestros herederos, de los cuales tendemos a olvidarnos. Llegará el día en que ellos estén aquí y nosotros ya no estemos más. Deberíamos entregarles la tierra en mejores condiciones de como la encontramos, y, en cambio, van a heredarla llena de basura, miasmas y venenos. Si no conseguimos invertir el rumbo, tratemos al menos de dejarles un testimonio que puedan estudiar para saber por qué éramos así de gilipollas...  y llegar a una conclusión que a nosotros se nos escapa.

Bolonia, 18 de octubre de 2003

Traducción: Hugo Romero


Copyright © 2003 Wu Ming 1
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