El creciente interés por lo irracional, lo paranormal y lo oculto es uno de los fenómenos sociológicos más extravagantes del siglo XX. Al parecer, el ciudadano de la era de la ciencia y de la tecnología posee una infinita capacidad de creer en cualquier cosa, y mientras más absurda mejor: fenómenos Psi, OVNIs, meditación trascendental, viajes astrales, péndulos, la Atlántida, combustión humana espontánea, levitación, biorritmo, archivos Akashi, tarot, actividad paranormal, vampiros y ángeles, piramidología, el poder de las piedras, «filosofías» orientales, astrología, y un etcétera que puede ser tan largo como se desee. Las mentiras de Charles Berlitz y de von Daeniken se venden por millares, al igual que los autoproclamados libros de autoayuda (que jamás han demostrado autoayudar a nadie, exceptuando, por supuesto, a sus autores y editores), así como cualquier otro que relate contactos extraterrestres o evoque cualquier energía trascendente e imaginaria.
Está de más decir que la ciencia médica no podía quedarse atrás en este gran salto quántico a la Era de Acuario. Ya disponemos de una amplísima gama de «medicinas» (las hay para todos los gustos) que rinden culto a lo esotérico y lo irracional, rechazando con imparcial aversión cualquier conocimiento que provenga de disciplinas tan abstrusas e inexactas como la química, la inmunología, la bioquímica, la fisiología o la física y, en general, de cualquiera que siga los pasos del obsoleto método científico. Por supuesto, esto no excluye que en más de una ocasión se apropien y usen con donoso desenfado términos procedentes de esas ramas del conocimiento. Supongo que no hace falta aclararlo más: son las Medicinas Alternativas.
Las medicinas alternativas pretenden ser opciones frente a la mal llamada medicina «oficial» (en realidad, la medicina científica). Solo que esto no es tan simple como parece. Ya no estamos en el siglo XIII (o en el XVI, o en el XVIII) en que la medicina marchaba prácticamente sola y casi al margen del resto del conocimiento científico, mezclando observaciones interesantes con teorías infundadas y supersticiones grotescas; hoy la medicina científica se asienta firmemente en ciencias tan bien establecidas como la bioquímica, la fisiología y la física. ¿Presentan las medicinas alternativas opciones también frente a estas ciencias? ¿O es que hay que rechazarlas a todas en bloque? Pues pareciera que sí. Para enredar aún más la cuestión, numerosos practicantes de las medicinas «alternativas» (los más astutos y menos belicosos) han optado por redefinirlas pudorosamente como medicinas «complementarias», lo que suena bastante inofensivo. Solo que para pasar de ser una opción frente a algo a un mero complemento de algo hay que dar un gran salto semántico (mayor incluso que el salto quántico de la Nueva Era). Y por si esto fuera poco, a los «alternativos» aún les queda otra denominación debajo de su ancha manga: terapias (o medicinas) no convencionales. De más está decir que lo convencional es la medicina científica, siempre tan apegada a las formas tradicionales.
El problema es que esta conversión táctica de alternativa a complementaria no pasa de ser un mero malabarismo verbal, ya que no toca para nada los etéreos y quebradizos «basamentos» teóricos de estas supuestas terapias. Y se hace con una finalidad muy precisa: hacer más presentables sus absurdas proposiciones de cara a un segmento del público (que incluye a una buena parte de los profesionales de la medicina) con la suficiente formación científica como para rechazar un cúmulo de ideas irracionales e indemostradas como alternativa a la verdadera medicina, pero al mismo tiempo lo bastante ingenuo como para no alarmarse si se lo presentan con la inocente etiqueta de terapia complementaria. Después de todo, solo se trata de complementar el tratamiento médico convencional. ¿No? ¿Y qué daño pueden hacer? Si lo que quieren es ayudar... Lástima que las afirmaciones sin base que constituyen todo el fundamento de las Medicinas Alternativas no puedan adquirir consistencia de un modo tan limpio. Aquí lo que han aplicado es el sabio consejo de Lenin: dar un paso atrás para conservar uno de los dos dados hacia delante.
Pero dejemos que los alternativistas se llamen como mejor les plazca. Por nuestra parte, tenemos un término mejor y más ilustrativo: las mal llamadas Medicinas Alternativas no son otra cosa que Pseudomedicinas.
Las pseudomedicinas conforman un conglomerado tan pintoresco como heterogéneo. En este pueden encontrarse algunas técnicas «terapéuticas» muy antiguas y aparentemente respetables (entre las que destacan la acupuntura y la inevitable homeopatía), acompañadas por una auténtica legión de recién llegados de paternidad más que dudosa. También se han asimilado últimamente a sus filas las versiones desnaturalizadas de ciertas doctrinas que pueden tener alguna validez dentro de su propio contexto (muy limitado siempre), pero que fuera de él carecen de sentido: por ejemplo, las llamadas medicinas étnicas (medicina Ayurvédica, shamanismo, etcétera). En muchas ocasiones resulta difícil precisar donde termina una pseudomedicina y comienza otra, pues estás tienden a interpenetrarse, muy a pesar de que por lo general cada una de ellas disponga de unas «bases» teóricas dogmáticas a más no poder; no es infrecuente que un homeópata amenice sus prácticas mediante el uso de la acupuntura, del poder de las pirámides o de la cristaloterapia, «especialidades» todas mutuamente excluyentes. Por otra parte, los límites con el curanderismo desnudo y silvestre y con las prácticas mágico-religiosas son asimismo difusos, y algún observador cínico podría incluso opinar que tal frontera es inexistente y que todas estas prácticas no son sino variantes de un mismo tema. Aunque sí existe al menos una diferencia: los curanderos no intentan justificarse con presuntos argumentos «científicos», ni se venden como ciencia, ni hablan de mecánica cuántica. Lo que en todo caso lo que hace es hablar en favor de los curanderos.
¿Cuántas medicinas «alternativas» existen? Sospecho que nadie lo puede decir con absoluta certeza, y por buenas razones. La primera ya fue mencionada: muchas veces las prácticas de varias de ellas se amalgaman, y no son raros los casos en que de estas mezcolanzas surgen «terapias» flamantes, como por ejemplo la homeosiniatría, que es la combinación de la homeopatía con la acupuntura. Estos híbridos bastardos a veces adquieren entidad propia, pero en otras ocasiones su vida es bastante corta y terminan reabsorbidos por sus pseudomedicinas originarias. Otra dificultad está en que muchas pseudomedicinas parecieran surgir como por generación espontánea: aparecen de la nada, y si hoy son diez, mañana son treinta o cincuenta (y también desaparecen igual, lo que dificulta su censo). Además, está el problema de las resurrecciones reiteradas, como las de esos zombisque aparecen en las malas películas de terror. Se puede incluso establecer una regla: nunca una pseudoterapia debe darse definitivamente por muerta, ya que puede ocurrir que mañana o pasado alguien vuelva a sacarla a flote. Y aquí va una muestra: las flores de Bach datan de los años treinta, quedaron olvidadas por varias décadas, y hoy, inesperadamente, han vuelto a florecer (de paso, el Dr. Edward Bach fue inicialmente homeópata). Finalmente, está la ardua cuestión de las nomenclaturas, y aquí sucede igual que con los medicamentos homeopáticos: si bien todos son agua pura, un frasco lleva un rotulo que dice Eupatorium perfoliatum y otro Hepar sulphuricus. ¿Las flores de California son lo mismo que las flores de Bach? ¿O debemos clasificarlas aparte? ¿Es lo mismo la Medicina Integral Cuántica que la Medicina Holística Cuántica? ¿Y si no son lo mismo, en que se diferencian?
A pesar de todo este barullo, quizás sea posible establecer algunos puntos comunes que quizás nos ayuden a conocer mejor qué son las medicinas alternativas.
Si algo tienen en común todas las pseudoterapias es su declarada hostilidad hacia la ciencia médica, muy a pesar de la ya mencionada táctica de esos colaboracionistas que han empezado a hablar de «Medicinas Complementarias». La mayor parte de los alternativistas proclaman abiertamente que las terapias de la medicina «oficial» no ocasionan otra cosa que incurables yatrogenias, e incluso, los hay que predicen a muy corto plazo (para mañana quizás) la desaparición de la deletérea medicina científica (si sus capacidades proféticas van a la par de sus poderes curativos podemos augurarle una larga vida a esta). Esta actitud tan negativa tiene su razón de ser, ya que las bases en que se asienta la medicina científica son incompatibles con las «bases» de las terapias alternativas, y ambas no pueden ser ciertas a la vez. Pero también existen otros motivos: sensación de minusvalía o complejo de inferioridad, pues la yatrogénica medicina científica es la única que presenta logros bien demostrados; estrategia promocional; fanatismo ciego y obcecación en el caso de los más recalcitrantes; y en muchas ocasiones, ignorancia simple y llana.
No, no voy a referirme al maravilloso poder de las palabras que curan. Las pseudomedicinas también se caracterizan por el uso (o más bien, abuso) que hacen de palabras imponentes o prestigiosas. Por ejemplo, alguna vez oiremos mencionar la Medicina Psiónica y sin duda quedaremos impresionados. Suena sobrecogedor, y en el acto pasarán por nuestros cerebros tenebrosas imágenes de individuos de bata blanca manipulando computadoras que se conectan directamente a los centros nerviosos del paciente. Pero nada de eso: aquí solo estamos hablando del vulgarísimo péndulo, o para que suene mejor, de la radiestesia. No hay pseudomedicina que no apele a semejantes argucias verbales para encubrir la vacuidad de sus conceptos. Encontramos así calificativos tales como Medicina Integral Quántica, Biorresonancia, Moraterapia, Quirorreflexoterapia, Magnetoterapia, Ozonoterapia, Técnica Bioenergética Cuántica Holográmica (!!!). Un homeópata no agita un frasco, lo dinamiza. Esto también se observa en el abuso indiscriminado que hacen de vocablos expoliados a la física, y así nos infieren a mansalva términos como energía, iones, cuantos, cargas positivas, cargas negativas, electromagnetismo, salto quántico (notese la "q"), frecuencia vibratoria, campo, inducción, radiaciones, fotón, y, de más está decirlo, sin tener la menor idea de lo que significan (consejo gratis para todos los alternativistas y sus seguidores: leerse en alguna buena enciclopedia los artículos mecánica cuántica, electromagnetismo y Teoría de la Relatividad). Si se da el caso, también son muy útiles los expresiones importadas de las culturas orientales, en especial si son hindúes, chinas, tibetanas o japonesas: chakras, feng shui, zen, tántrico. Hasta el momento las medicinas alternativas no parecen haber encontrado nada de particular interés en Afganistán, Birmania, Kazajistán o Borneo, pero sospecho que esta omisión no tardará mucho en ser subsanada.
La posición de las pseudomedicinas respecto al conocimiento científico es ambivalente. Por una parte, no hay terapia alternativa que se respete que no se promocione como científica, muy a pesar de que la única denominación consecuente que les cabe vistos sus principios sea la de sectas pseudorreligiosas. El disfraz científico lo logran mediante las ya mencionadas contorsiones verbales, la asimilación de términos extraídos de ramas auténticas del conocimiento (por ejemplo, el saqueo despiadado que le han hecho a la mecánica cuántica), el uso eventual de aparatos de aspecto vagamente tecnológico (el acumulador orgónico, el dermatrón, los biorresonadores), y la invariable apelación a estudios genéricos e imprecisos: «varios estudios demostraron», etc. Pero, por regla general, nadie nos dice quien realizó el estudio, como lo realizó, donde fue publicado o si fue reproducido de manera independiente. Si nos empeñamos en exigir precisiones descubriremos en unos pocos casos que los mencionados estudios aparentemente si fueron realizados, pero ¡únicamente por el inventor del método o por alguno de sus discípulos más cercanos! Y que jamás han sido reproducidos adecuadamente, ni publicados en una revista científica reconocida. Por otro lado, las pseudomedicinas rechazan todos aquellos conocimientos provenientes de ciencias tan bien establecidas como la química, la física, la bioquímica, la fisiología, la biología, la farmacología, siempre que sean contrarios a los intereses de sus propios postulados. Y esto será así por muy bien que halla sido demostrado dicho conocimiento. La supuesta aura fotografiada por la cámara Kirlian ha sido explicada satisfactoriamente y hasta la saciedad como un fenómeno eléctrico relativamente trivial, pero ¡intente explicarle eso a un partidario de la bioenergía! La fisiología experimental ha prescindido exitosamente desde hace casi dos siglos de las fuerzas nebulosas para explicar sus hallazgos, encontrando en todas partes interrelaciones precisas entre enzimas, mediadores, iones, membranas, receptores y fosfatos de alta energía, pero un pseudomédico considerará todo esto puras falacias, o, si es condescendiente, como el mero aspecto superficial de la acción de energías intangibles y trascendentes (que de paso, nadie ha visto nunca). Este es un caso para la navaja de Occam. Los más audaces de los pseudomédicos harán incluso extensivo este repudio al método científico: después de todo, existen formas mejores de lograr el conocimiento (por ejemplo, apelando a la Conciencia Cósmica). Por supuesto, ante cualquier eventualidad incómoda, siempre es la Ciencia la que se equivoca (y no ellos). Por lo demás, también hacen gala de un dogmatismo a toda prueba (lo que dijo el fundador es la Verdad Absoluta), y de una incapacidad total de autocrítica. Los homeópatas siguen consultando devotamente la Materia Médica Pura de Hahnemann, a pesar de que terminó de publicarse en 1821. ¡Hace casi ciento ochenta años! Sería de esperar que en todo ese tiempo la «ciencia» homeopática hubiera hecho algunos avances, pero tal parece que no. Esto sería equivalente a que en alguna cátedra clínica de medicina «oficial» se pretendiera establecer como textos de consulta las obras de Galeno o de Boerhave.
Como presumen de ser «ciencias», a la fuerza han de tener basamentos «científicos», y de más está decirlo, estos no pueden depender de las engorrosas enzimas e iones de los fraudulentos fisiólogos y bioquímicos. Una característica de sus «basamentos» es su cristalina simplicidad: casi invariablemente se reducen a apelar a alteraciones energéticas y otras tenuidades metafísicas, las cuales pueden ser corregidas mediante los talismanes y conjuros adecuados (perdón, quise decir mediante los instrumentos terapéuticos adecuados). Frente a esto, la arcaica medicina «oficial» pretende que la inmensa mayoría de las enfermedades son multicausales, lo que le complica bastante la situación. En ocasiones esta simplicidad no es tan aparente, pero esto se debe únicamente a que han aplicado el punto 2, y el concepto queda arropado de términos altisonantes. Y aquí va un ejemplo:
El ÉTER abarca la energía biomagnetica invisible para el ojo humano, pero que actualmente gracias a la tecnología científica, ya se puede detectar con dispositivos electrónicos (sic). En esta área se trabaja desde los centros vitales de energía, llamados "Chakras", abriendo y retirando la basura acumulada y llenando con energía positiva todos los átomos del cuerpo eterico, desbloqueando todos los canales por donde fluye la energía vital llamada "Ki", y de esta forma se logra que todas las moléculas tengan una vibración armónica y recobren el balance de polaridad. Los seres humanos también funcionamos con dos polos de energía vital, el Positivo (Yang) y el Negativo (Yin). La medicina china enseña que para curar realmente en todos los aspectos, se debe lograr el equilibrio de estas dos fuerzas. (Terapia Holística. Medicina Alternativa, Naturista, Holística y Cuántica Universal. Sin autor)
Esas energías tan sutiles se aplican mediante una diversidad de métodos, desde los dinamizados homeopáticos hasta la imposición de manos, pasando por los biorresonadores y los cristales de cuarzo. En el caso de algunos métodos de pseudodiagnóstico, como la iridología y la reflexología facial simplemente se inventan conexiones «neurológicas» o «canales energéticos» entre el órgano a estudiar y su imaginaria expresión en el iris o en la cara; si esto es ciencia moderna, quizás los romanos no estaban tan equivocados al revisar el hígado de una res para predecir el futuro.
Las científicas «terapias» de la medicina alternativa suelen ser bastante más complicadas que sus fundamentos «fisiopatológicos», y casi siempre llevan aparejado algún tipo de ritual mágico. Los homeópatas sacuden sus frascos tantas veces, los pacientes deben tomar su medicamento a tal hora y no a otra, sin que la cuchara toque los labios y luego deben meterla en un horno caliente, los cristales deben colocarse en los puntos «energéticos adecuados», la terapia orgónica se efectúa metiendo a la víctima (quiero decir, el paciente) dentro de una caja de madera recubierta de metal por dentro, los adeptos a la Medicina Integral Quántica deben asociar sus alimentos de acuerdo a sus siete grupos de colores o «frecuencias vibratorias». Todo esto en nombre de la energía. ¿Y cuándo no?
Y aquí surgen dos grandes preguntas: ya que estamos hablando de basamentos científicos, ¿puede alguna de estas pretensiones considerarse como tal? ¿En todo esto existe algo que halla sido efectivamente demostrado? Pues la cuestión es muy simple: si consideramos como basamentos científicos hechos comprobados de acuerdo al método científico, estos simplemente no existen. Ningún partidario de las pseudomedicinas ha demostrado (ni intentado demostrar) que las energías que dicen manipular existan en algún lugar fuera de su imaginación. Ni que la alteración de esas magníficas energías sea causa de la enfermedad. Ni que efectivamente sean capaces de manipularlas. Ni que los cristales de cuarzo sirvan como algo más que de bonito adorno sobre la mesita de la sala. Ni que los asertos de la iridología funcionen alguna vez (de hecho, lo que sí se ha demostrado es que los iridólogos no son capaces de diagnosticar nada en condiciones controladas, fuera de la comodidad de sus consultorios). Pero ya dijimos que los pseudomédicos no comulgan con el método científico. Quizás porque les parece demasiado rígido y poco dado a tales expansiones del espíritu.
Todo pseudomédico que se respete debe tener pronta su «energía» a esgrimir en cuanto esté de cara al paciente (o a la prensa). Y de acuerdo a su corriente esa «energía» tendrá diferentes nombres, y será defendida con diversos argumentos, todos especiosos por igual. He aquí una enumeración no exhaustiva: éter, fuerza vital, energía vital, biomagnetismo, frecuencia vibratoria, campo electromagnético, campo energético, nivel quántico, aura, equilibrio vital, fuerza psíquica, la «otra mitad» del paciente. En la práctica todos estos términos se comportan como sinónimos, y denotan entidades igualmente quiméricas. Y de ningún modo deben ser confundidos con las formas de "energía" conocidas por la física. ¿De dónde salen entonces? En general, no se trata más que del renacimiento con otro nombre de añejos conceptos vitalistas provenientes de la prehistoria de la fisiología (que a su vez tuvieron su origen en el pensamiento mágico y en ideas más o menos religiosas). Unas pocas proceden de plagios a la medicina tradicional (en especial de la medicina china) o de las culturas orientales (lo oriental siempre resulta misterioso y atrayente). El proceso suele ser el siguiente: al gurú de una nueva medicina alternativa se le ocurre una idea (que no necesariamente es nueva, y casi nunca lo es) la enuncia con aire de iluminado a sus acólitos y estos abren la boca asombrados ante tal sabiduría. De ahí saltan (otro gran salto quántico) a las conclusiones y a las innovaciones terapéuticas ad hoc. ¿Contrastar la idea, intentar falsarla? Para eso no llevan prisa: por el camino ya irán siendo inventadas los estudios y demás demostraciones «científicas» fraudulentas. Y en todo caso siempre se podrá argumentar que cualquier oposición se debe a oscuros intereses de la sórdida nomenklatura médica «oficial».
Las medicinas alternativas siempre aducen que, a diferencia de la perniciosa medicina científica, ellas tratan a la enfermedad causalmente y que no tratan enfermedades, sino enfermos. Y pueden curar cualquier tipo de enfermedad con un altísimo índice de efectividad. ¿Y como? Pues manipulando la energía, que duda cabe, que es la causa real de la enfermedad. La imperdonable medicina científica es puramente sintomatológica, repiten una y otra vez. Y aquí ocurre una extraña paradoja: mientras la «sintomatológica» medicina científica intenta llegar siempre que puede a la causa de la enfermedad para tratarla en consecuencia, las terapias alternativas solo ven los síntomas para hacerlo. ¿Qué, es que lo duda? Revísese cualquier Repertorio Homeopático, y allí encontrará, en correcta formación interminables listas de síntomas al lado de los medicamentos aplicables a esos síntomas. ¡Bravo por las únicas medicinas causales! Y lo mismo puede aplicarse a la cristaloterapia, a la medicina psiónica, a la medicina quántica, o a cualquier otra. Con el agravante adicional de que tales síntomas son más expresiones pintorescas del estado del paciente que otra cosa, y no suelen tener una relación clara y definida con su enfermedad verdadera. ¿Por qué ocurre esto? Pues porque al depender exclusivamente de evanescentes trastornos energéticos, no existen cuadros nosológicos bien definidos, y en consecuencia deben remitirse a las puras manifestaciones sintomáticas para «diagnosticarlos» y «tratarlos». Pero esto no es de ningún modo tratamiento causal, es pura debilidad de la teoría, que no les da margen para otra cosa. Aparte del absurdo que llevan implícitos muchos de esas manifestaciones o «síntomas»: por ejemplo usar un péndulo para «rastrear» imaginarias alteraciones bioenergéticas, o las manchas del iris para diagnosticar el estado del riñón derecho o de los genitales. Y ahora si podemos entender esa machacona insistencia en que no hay enfermedades, sino enfermos: al enfermo siempre lo tienen delante, pero no tienen ni idea de cual es su enfermedad.
Si algo caracteriza a las pseudomedicinas es el carácter netamente arbitrario y a la vez folklórico de sus grotescos «métodos» diagnósticos y de sus no menos estrafalarios «métodos» terapéuticos. Si bien casi todas tienen en común la invocación de presuntas fuerzas trascendentes como causa de la enfermedad, esa uniformidad desaparece en cuanto llegamos a la praxis. Cada medicina alternativa suele inventarse sus propios "procedimientos" diagnósticos y/o terapéuticos, aunque los casos de plagios descarados abunden. Los límites al parecer solo están en los que impone la feraz inventiva humana (o sea, que realmente no existe ningún límite). Esta proliferación bien pudiera calificarse de «diversidad dentro de la inutilidad».
Los métodos diagnósticos pueden ir de lo muy simple a lo exasperadamente complejo. La homeopatía realiza un interrogatorio superficialmente parecido a la anamnesis médica habitual, pero haciendo énfasis en toda suerte de intrascendencias. Se puede diagnosticar estudiando el iris (iridología), la palma de la mano o la planta del pie, la cara (la «reflexología facial») o haciendo uso de poderes psíquicos. También observando el aura (algunos pseudomédicos disponen de tal poder, por lo común vedado a los simples mortales). Los fanáticos de la alta tecnología tienen a su disposición el péndulo (radiestesia o Medicina Psiónica), la cristalización de la sangre, la fotografía Kirlian, el dermatrón, equipos especiales para medir la «biorresonancia» o cualquier otro fenómeno igual de evanescente o imaginario. Hasta la fecha, las medicinas alternativas parecen no haber considerado que se puede sacar provecho de algunos métodos tradicionales caídos en el olvido, pero cuyas bases están tan firmemente asentadas en el conocimiento científico como todos los antes mencionados: la hepatoscopia, los oráculos, la necromancia, la ornitomancia, la esticomancia, el Juicio de Dios, por nombrar solo algunos. Pero quizás día menos pensado nos encontremos con algún pseudomédico que diagnostique a sus pacientes observando a las aves que vuelan a su izquierda o a su derecha, o revisando las entrañas de un perro. ¿Y por qué no? Por lo menos, suena igual de lógico que hacerlo con un péndulo.
Los procedimientos «terapéuticos» son aún más variados, si cabe. Los más sencillos no requieren absolutamente de ningún accesorio: basta con que el «medico» efectúe la imposición de manos para que sus pavorosas fuerzas biomagnéticas (o electromagnéticas, depende del caso) afluyan hacia el atribulado paciente y este vea sus canales limpios y sus trastornos energéticos corregidos sin más. Los cirujanos psíquicos filipinos extraen tumores a mano limpia (a la hora de la verdad, dichos tumores siempre resultan ser vísceras de pollo y cosas similares). Otros apelan a dietas fantásticas en que los alimentos están clasificados por colores relacionados con los chakras (por supuesto), o a las prácticas respiratorias. Los olores (aromoterapia y afines), los colores (cromoterapia), y los sonidos (musicoterapia) son también recursos poderosísimos para el tratamiento de cualquier cosa que se nos ocurra (los sabores por lo visto siguen sin ser descubiertos). También se puede curar dando masajes en los pies o en las manos (reflexoterapia podal y quiroreflexoterapia). Y ni hablar del poder de las hierbas (aquí hay que hacer una observación obvia, pero que con frecuencia es malinterpretada: nadie niega que existan numerosísimos principios activos de interés médico en muchas plantas, y deben existir todavía más por descubrir; pero los que practican el herbalismo por lo general lo ignoran todo sobre los efectos farmacológicos de esas sustancias). Los remedios homeopáticos contienen cantidades terroríficas de energías oscuras (infundidas al medicamento por el pedestre método de sacudir el frasco que lo contiene). También puede utilizarse el poder del pensamiento positivo. Pero no todo el mundo se siente contento con tal frugalidad de medios: dar masajes, imponer las manos, administrarle agua pura al paciente o ponerlo a oler flores les sabe a poco. Para los que aprecian los tratamientos más agresivos tenemos la moxibustión, la acupuntura y su variante, la electroacupuntura, la radiestesioterapia (otra vez el péndulo), los maravillosos cristales de cuarzo (sus vibraciones tienen tremendos efectos a nivel quántico), el embarramiento con arcilla, los imanes (magnetoterapia) y, ¿cuándo no? las pirámides.
La tecnología también se ha hecho presente en este campo. Disponemos de aparatos especialmente diseñados para la magnetización y la biomagnetización, y también de ionizadores de aire. La ozonoterapia consiste en mezclar la sangre con ozono. La moraterapia o biorresonancia ya es ciencia ficción pura: el equipo inventado por el Dr. Morell y el ingeniero Rasche permite "separar las frecuencia disarmónicas producidas por las células y tejidos enfermos, e invertirlas antes de devolverlas al paciente" (lástima que la idea no se le halla ocurrido a Isaac Asimov o a Arthur C. Clark). Y el Dr. Wilhelm Reich nos ha legado el Acumulador Orgónico, que nos permite concentrar la radiación orgónica procedente del espacio exterior (sus inexplicables detractores insisten machaconamente en que ni el orgón existe, ni radiación alguna por el estilo, y que sus acumuladores no son otra cosa que cajas de madera recubiertas internamente de metal). Otras innovaciones las constituyen la estimulación de los puntos de acupuntura con rayos láser (laserterapia) o con ultrasonidos (sonoterapia).
Como ya lo dijimos antes, no hay límites para la imaginación. Tome cualquier idea, sin importar lo descabellada o ridícula que parezca, revístala de palabrería pseudocientífica, invéntese algunos estudios o casos anecdóticos y ya tiene en sus manos otra flamante Medicina Alternativa. No se preocupe si suena inconsistente o absurda en exceso: tales detalles carecen de relevancia pues siempre encontrará quien se la crea. Igual que la imaginación, la credulidad humana también carece de límites.
Pues si, mucha gente piensa que funcionan. Es más, jurarán que sus males fueron exitosamente tratados (y, de paso, causalmente) por el pseudomédico de turno (ya sea este homeópata, electroacupuntor, cristaloterapeuta o reflexoterapista). Pero la cuestión no es tan simple: antes de salir a proclamar a los cuatro vientos que una terapia funciona, debe demostrarse rigurosamente que si lo hace, y para eso existen las herramientas de investigación adecuadas, la principal de las cuales es el ensayo clínico controlado. ¿Hacen esto los médicos alternativos? De vez en cuando, y siempre a desgano. Sus estudios no suelen aparecer en revistas reconocidas, y cuando lo hacen siempre terminan desmoronados por la crítica que les señala crasas fallas metodológicas. Aparte de que existe la persistente sospecha de que los estudios con resultados desfavorables nunca salen a la luz pública. ¿Fuera de esto que queda? Solo la evidencia anecdótica, pilar fundamental de todas las pseudomedicinas.
La evidencia anecdótica se refiere a casos aislados de aparentes curaciones debidos a una terapia determinada. Existen excelentes razones por las que la evidencia anecdótica no pueden jamás tomarse como evidencia científica: no existe control adecuado, se depende de apreciaciones subjetivas tanto del médico como del paciente, los casos con resultado negativo pasan desapercibidos o no se toman en cuenta, la información por lo general es imprecisa o insuficiente, no existe nada con que comparar. Un ejemplo: en mi consulta le aplico los milagrosos cristales a quince pacientes; de ellos siete no regresan, dos empeoran, cuatro siguen igual, dos se «curan». Entonces voy y exhibo urbi et orbi a estos dos como prueba contundente de los pavorosos poderes de mis cristales de cuarzo. Incluso es muy probable que sean los mismos pacientes los que lo hagan. Pero, ¿qué he demostrado desde el punto de vista científico? Absolutamente nada. Y si lo dudan, vayan y pregúntenle su opinión a los siete pacientes que no regresaron.
¿De donde salen estos casos anecdóticos? Algunos son simples invenciones; esto se da particularmente en las ramas más rastreras de las pseudomedicinas, donde «terapeutas» advenedizos no sienten el menor escrúpulo de saltar de lo meramente no convencional al fraude sin atenuantes. Pero dudo que esto se aplique a muchos de los practicantes de las medicinas alternativas, ya que entre ellos pesa por lo general más la ignorancia y el autoengaño que el afán de lucro (aunque puedo estar equivocado). Otros casos se explican por información deficiente: ¿fue realmente diagnosticada una enfermedad? ¿y por quién? ¿y cómo? ¿se verificó la curación? ¿era la enfermedad de una naturaleza tal que se excluye la resolución espontánea o la remisión temporal? ¿la «curación» persistió en el tiempo o el enfermo recayó? Todas estás preguntas suelen quedar sin respuesta. En otras ocasiones hablamos de enfermedades que se autolimitan, que hubieran sanado con o sin tratamiento, y esto puede ser válido incluso para enfermedades que en un momento dado pueden ser muy severas y comprometer la vida del paciente. O de enfermedades puramente imaginarias, en las que el efecto placebo resultará determinante. También se dan con frecuencia pretendidas curaciones en las que la historia inicial, por lo general muy anodina, va siendo embellecida y aumentada con el paso de un relator a otro, e incluso multiplicándose, según el mismo mecanismo por el que se producen las oleadas de OVNIs: de golpe, un solitario caso dudoso se transforma en diez o quince «comprobados».
Todas las pseudomedicinas tienen siempre bajo la manga sus casos anecdóticos, para presentarlos como «evidencia irrebatible» de sus pretensiones a la menor oportunidad. Lamentablemente, lo único que demuestran es su analfabetismo científico.
No lo digo yo, lo dicen ellos: las terapias alternativas curan cualquier cosa, y con un altísimo índice de efectividad. Y no podía ser de otra forma, pues tratan la enfermedad causalmente. La medicina científica no puede pretender nada ni remotamente parecido. Pero ¡ay!, de pronto aparece un aguafiestas y nos recuerda que en el mundo real (no en los planos superiores de la consciencia) las medicinas alternativas todavía no han demostrado convincentemente curar nada. ¿Qué hacer en tal caso? Aquí los más prudentes de los alternativistas (presuntamente los mismos que inventaron lo de la Medicina Complementaria) han optado por la sagaz estrategia de refugiarse en un grupo de enfermedades para las que tampoco la Medicina Científica tiene respuestas satisfactorias: las enfermedades crónicas. En este grupo entran la mayor parte de los cuadros reumatológicos, las alergias y las enfermedades degenerativas. Todos estos han constituido un auténtico filón áureo para las pseudomedicinas más variopintas, ya que su manejo presenta indiscutibles ventajas si uno se empeña en emplear una terapia inútil: la medicina convencional ofrece relativamente poco, estas enfermedades tienen tendencia a presentar remisiones periódicas (cualquier remisión por breve que sea se le atribuirá al influjo de las energías maravillosas), un adecuado manejo psicoterapéutico puede hacer que el paciente se sienta realmente mejor, sobre todo si se realiza a través de la evocación cuasimágica de fuerzas telúricas y trascendentes. Y ya que se trata en muchas ocasiones de hacer una «terapia complementaria», nunca quedará claro si cualquier mejoría se le debe atribuir a la medicina «convencional» o a la manipulación de energías ignotas. Incluso la Organización Mundial de la Salud ha incurrido en el gesto demagógico de avalar esta clase de prácticas. Existen otras variantes de este procedimiento: tomemos por ejemplo, a la acupuntura. Colocando las agujas en los puntos energéticos de los meridianos adecuados deberían curarse innumerables enfermedades; al menos, eso es lo que dice la teoría. ¿O no? Pero de golpe alguien descubre que su principal utilidad está en el manejo del dolor, y en esa dirección se precipitan de inmediato los menos obtusos de los devotos. Y empiezan a aparecer de inmediato películas mostrando milagros tales como intervenciones mayores realizadas supuestamente sin anestesia; los cínicos que nunca faltan aducirán sin duda que no son otra cosa que fraudes manifiestos. Por otra parte siempre habrá quien nos recuerde (quizás el mismo aguafiestas de antes) que la percepción del dolor tiene un fuerte componente subjetivo, y que la sola confianza del paciente en el procedimiento puede lograr que este tolere mejor el dolor, sobre todo cuando estamos hablando de enfermedades crónicas como la artritis. Pero aquí interesa resaltar un aspecto en especial: en todos estos casos el remedio panaceico se nos ha transformado en un modesto coadyuvante. En pocas palabras, se va de la pretensión de curar a la simple analgesia, a un limitado paliativo.
¿Dónde quedan entonces el manejo «causal» de la enfermedad, la integridad holística, la corrección de la energía alterada, los efectos quánticos y demás palabrería hueca? El tratamiento paliativo de la enfermedad, por ejemplo, mitigar los dolores de un artrítico crónico, puede ser algo realmente loable, pero está en las antípodas de la oferta inicial de curar causalmente. ¿No habíamos dicho que se trata al enfermo y no a la enfermedad? Por lo visto más bien tratan a algunos enfermos y a ninguna enfermedad. ¿O es que nos estuvieron mintiendo desde el principio?
¿Por qué muchas personas creen en la pseudomedicinas? La principal razón es que creen (sin base) que funcionan. Aquí tiene mucho que ver la falta de formación científica que nos garantiza los modernos sistemas educativos, y que incluye una carencia casi total de sentido crítico. Fuera de su especialidad todo el mundo tiende a ser bastante crédulo. También influye la creciente desconfianza hacia la ciencia en general y hacia la medicina científica en particular y el no menos creciente auge de las creencias irracionales de moda. No es infrecuente que el seguidor de una mal llamada terapia alternativa sea también un furibundo creyente en la presencia de los alienígenas entre nosotros, en los misterios de las pirámides, en la combustión humana espontánea, en el tarot, en las conspiraciones y en los fenómenos PSI. ¿Por qué muchos médicos practican o apoyan a las pseudomedicinas? Las razones, contra lo que cabría imaginar, no son muy diferentes. La formación científica de la mayoría de los profesionales de la medicina es muy pobre (muchos médicos no son otra cosa que técnicos en enfermedades) y son muchas las ocasiones en que no podrán dar un juicio de valor sobre si la utilidad de una terapia ha sido demostrada o no; con frecuencia confundirán la evidencia anecdótica con la evidencia científica. Sin un adecuado conocimiento de la fisiología y la bioquímica es fácil empezar a creer en fuerzas oscuras. Los intereses crematísticos tampoco pueden ser dejados de lado: las pseudomedicinas son por lo general monetariamente muy productivas (cosa que los seguidores de las terapias alternativas optan por no mencionar), y con una gran ventaja, que producen a corto plazo, en tanto que cualquier especialista de la medicina «oficial» solo comenzará a ver los resultados de su trabajo luego de varios años. Y un último factor, para nada desdeñable: la soberbia intelectual de muchos médicos.
¿Tienen justificación las Medicinas Alternativas? Aquí la respuesta solo puede ser un no tajante. No hay justificación para que alguien con una enfermedad curable si se trata racionalmente a tiempo vaya a ponerse en manos de alguien que invocará fuerzas y le colocará cristales o agujas u otros tratamientos igual de inútiles. Tampoco tiene justificación que alguien enferme o muera de una enfermedad prevenible simplemente porque al gurú de turno no le simpatizan las vacunaciones. Las pseudomedicinas no son otra cosa que colecciones bastardas de opiniones gratuitas, asociadas a «terapéuticas» sin base ni utilidad, y deben ser tratadas en consecuencia.
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