La fábrica de la infelicidad
Prólogo a la edición
castellana1
Franco Berardi, Bifo
Diciembre 2002
CUANDO ESTE LIBRO FUE ESCRITO en la primavera de 2000, la
new
economy mostraba los primeros signos de una crisis que se agravó hasta
desencadenar la recesión en la que el mundo entró en 2001. La crisis se
precipitó de forma trágica cuando, el 11 de septiembre, el símbolo del
poder económico occidental, las torres del World Trade Center, fueron
destruidas por el ataque de un comando suicida.
En el último decenio
hemos visto sucederse con vertiginosa rapidez tres fases diferentes: el
ascenso de una clase social ligada a la virtualización, que halló su
triunfo en la impresionante subida de las acciones tecnológicas en la
Bolsa; la crisis ideológica, psíquica, económica y social del modelo de
la new economy; y por último la precipitación de la crisis y su revés
angustioso en forma de violencia, guerra y militarización de la
economía.
LA FÁBRICA DE LA INFELICIDAD es un libro dedicado al análisis
de la ideología virtual, de sus aporías teóricas y, sobre todo, de su
fragilidad cultural.
La ideología virtual es una mezcla de futurismo
tecnológico, evolucionismo social y neoliberalismo económico. Floreció a
mediados de los años noventa, cuando la revista californiana
Wired se
convirtió en el Evangelio de una nueva clase cosmopolita y
libertaria,2
optimista y sobreexcitada.
En los últimos años, todos han empezado a
darse cuenta de que el neoliberalismo no es el más perfecto de los
programas políticos, de que el mercado no se corrige a sí mismo, y de que la mano
invisible de smithiana memoria no es capaz de regular los procesos
sociales y financieros hasta producir una perfecta autorregulación del
ciclo económico. Se ha hecho evidente que la infoproducción no es ese
reino de la felicidad y de la autorrealización que la ideología había
prometido como premio a los que trabajan en la economía de la red, en
las condiciones de continuo estrés competitivo de la empresa fractal
individualizada. La promesa de felicidad y autorrealización en el
trabajo estaba implícita en el edificio discursivo e imaginario de la
new economy. Esta promesa se marchitó: la crisis financiera de las
acciones tecnológicas hizo estallar un malestar que hasta ese momento
fue ocultado y calmado con masivas dosis de sustancias -financieras y
psicotrópicas. Ese malestar no se ha podido mantener oculto al quedar
claro que las inversiones disminuían y, con ello, desaparecería el
incentivo para aplazar toda reflexión, todo relajamiento y toda
profundización.
En el centro de la new economy, entendida como modelo
productivo y como discurso cultural, se halla una promesa de felicidad
individual, de éxito asegurado, de ampliación de los horizontes de
experiencia y de conocimiento. Esta promesa es falsa, falsa como todo
discurso publicitario. Impulsados por la esperanza de lograr la
felicidad y el éxito, millones de jóvenes trabajadores altamente
formados han aceptado trabajar en condiciones de un espantoso estrés, de
sobreexplotación, incluso con salarios muy bajos, fascinados por una
representación ambigua en la que el trabajador es descrito como un
empresario de sí mismo y la competición es elevada a regla universal de
la existencia humana.
El hundimiento de la ideología felicista ligada a
la economía de red comenzó cuando los títulos tecnológicos empezaron a
perder puntos en las Bolsas de todo el mundo y se empezó a prever que la
llamada «burbuja especulativa» pudiera pincharse. El sentimiento de
malestar se acentuó cuando a la crisis financiera siguió una auténtica
crisis económica, con rasgos de crisis de sobreproducción semiótica y
tecnológica. Finalmente, se abrió un vertiginoso y temible abismo cuando
la clase virtual descubrió que es físicamente vulnerable, cuando la
violencia se demostró capaz de entrar en el edificio transparente de la
virtualidad. El apocalipsis ha hecho que la clase virtual descubra que
no es inmune a la crisis, a la recesión, al sufrimiento y a la guerra.
En ese momento, las perspectivas cambiaron de modo radical. Cuando las
torres de Manhattan fueron destruidas por hombres convertidos en bombas,
la clase virtual que desarrollaba su trabajo atrincherada en esas torres
salió de su condición de espíritu puro, descubrió que tiene un cuerpo
físico, carnal, que puede ser golpeado, herido, muerto. Y descubrió
también que tiene un cuerpo social, que puede empobrecerse, ser
despedido, ser sometido al sufrimiento, a la marginación, a la miseria;
y también un cuerpo erótico, que puede entrar en una fase de depresión y
de pánico. En otras palabras, la clase virtual ha descubierto que es,
además, cognitariado, es decir: trabajo cognitivo dotado de un cuerpo
social y carnal, que es sometido conscientemente o no al proceso de
producción de valor y de mercancía semiótica, que puede ser sometido a
explotación y a estrés, que puede sufrir privación afectiva, que puede
caer en el pánico, que incluso puede ser violentado y muerto. La clase
virtual ha descubierto un cuerpo y una condición social. Por eso ha
dejado de sentirse clase virtual y ha empezado a sentirse cognitariado.
El hundimiento y la disolución de la new economy, es decir, del tejado
ideológico y de categorías bajo el cual se desarrolló la semioproducción
en los años noventa, no supone el hundimiento de la net
economy, es
decir, del proceso de producción conectado en red. La infraestructura de
la red ha seguido creciendo y articulándose a pesar de la crisis, y la
prioridad hoy reside en crear los contenidos, imaginar los usos, las
funciones sociales y comunicativas de la red futura. ¿Qué
encadenamientos sociales se crearán con el desarrollo de la banda ancha,
de la fibra óptica, del UMTS,3 es decir, de las infraestructuras
técnicas producidas durante la onda expansiva de los últimos años
noventa y hoy muy infrautilizadas?
Se abre un vasto campo a la
imaginación. Se trata de imaginar para los próximos años interfaces de
uso, modos de encadenamiento, formatos de narración conectiva y
narración en inmersión, de activar una nueva
mitopoiesis4 de la red, caminando al borde del abismo que la guerra y la recesión han
abierto.
Se trata de imaginar todo aquello que se volverá productivo
durante y después de la apertura del abismo porque, si la humanidad no
desaparece, la red sobrevivirá.
En los años noventa, gracias
a la participación masiva en el ciclo de inversión financiera, los
productores cognitivos pudieron actuar como capa económica
autosuficiente. Invirtieron sus competencias, su saber y su creatividad
y hallaron en el mercado financiero los medios para crear empresa.
Durante unos años la forma de la empresa ha sido el punto de encuentro
entre capital financiero y trabajo cognitivo de alta productividad. Una
forma de autoempresa que exaltaba a un tiempo la autonomía del trabajo y
la dependencia del mercado. La ideología libertaria y liberal que dominó
la cibercultura de los años noventa idealizaba el mercado al presentarlo
como una dimensión pura. En esta dimensión, natural como la lucha por la
supervivencia que hace posible la evolución, el trabajo hallaba los
medios para autovalorizarse y hacerse empresa. Abandonado a su dinámica
pura, el sistema económico reticular debía lograr resultados óptimos
para todos, propietarios y trabajadores. Este modelo, teorizado por
autores como Kevin Kelly y transformado por la revista Wired en una
especie de visión del mundo digital liberal, altanera y triunfalista, ha
quedado en entredicho en los dos primeros años del nuevo milenio, junto
con la new economy y gran parte del ejército de autoempresarios
cognitivos que animaron el mundo de las puntocom.
Ha quedado en entredicho
porque el modelo de un mercado perfectamente libre es falso en la teoría
y en la práctica. Lo que el neoliberalismo ha favorecido a largo plazo
no es el libre mercado sino el monopolio. Mientras el liberalismo
idealiza el mercado como lugar libre en el que compiten saberes, competencias y
creatividad, la realidad ha mostrado que los grandes grupos de poder
actúan de un modo nada libertario, introduciendo automatismos
tecnológicos, imponiéndose por medio de la fuerza de los medios de
comunicación o del dinero y, por último, robando sin pudor alguno a la
masa de accionistas y al trabajo cognitivo. La falsedad del libre
mercado ha quedado completamente a la vista con la presidencia Bush. La
política del gobierno Bush consiste en favorecer de modo explícito a los
monopolios -empezando por el escandaloso indulto a Bill Gates, a cambio
de una alianza política y de los correspondientes apoyos financieros
electorales. La política del gobierno Bush es de tipo proteccionista,
que impone la apertura de los mercados a los países débiles pero permite
a los Estados Unidos de América mantener aranceles del 40 por ciento
sobre la importación de acero. Con la victoria de Bush, la ideología
liberal y libertaria ha quedado derrotada, reducida a la hipócrita
repetición de lugares comunes sin contenido.
La ideología que acompañó a
la dotcommanía consistía en una representación un tanto fanática de
optimismo obligatorio y economicista. Pero el proceso real que se
desarrolló en los años de las puntocom contiene elementos de innovación
social, además de tecnológica. En la segunda mitad de los años noventa
se desarrolló una auténtica lucha de clases en el seno del circuito
productivo de las altas tecnologías. El devenir de la red ha estado
marcado por esa lucha. El resultado de la misma, en este momento, aún es
incierto. La ideología del mercado libre ha demostrado ser un señuelo.
La idea de que el mercado pudiera funcionar como un espacio puro de
confrontación en igualdad de condiciones entre las ideas, los proyectos,
la calidad productiva y la utilidad de los servicios ha sido barrida por
la amarga verdad de una guerra que los monopolios han conducido contra
la multitud de trabajadores cognitivos autoempleados y la masa un tanto
patética de microaccionistas. En la lucha por la supervivencia no ha
vencido el más eficaz ni el mejor, sino el que ha sacado los cañones.
Los cañones de la violencia, de la rapiña, del robo sistemático, de la
violación de todas las normas éticas y legales. La alianza entre Gates y
Bush ha sancionado la liquidación del mercado, y con ello ha concluido
una fase de la lucha interna en la virtual class. Una parte de ésta se ha incorporado al complejo tecnomilitar, mientras otra
ha sido expulsada de la empresa y empujada hasta el borde de la
proletarización. En el terreno cultural se están creando las condiciones
para la formación de una consciencia social del cognitariado. Este
podría ser el fenómeno más importante de los próximos tiempos y la única
alternativa al desastre.
Las puntocom han sido el laboratorio de formación
de un modelo productivo y de un mercado. El mercado ha sido finalmente
conquistado y ahogado por los monopolios y el ejército de
autoempresarios y de microcapitalistas de riesgo ha sido disuelto y
despojado. Se inicia así una nueva fase: los grupos que prosperaron con
el ciclo de la net economy se han aliado con el grupo dominante de la
old economy -el clan Bush, representante de la industria petrolera y
militar- y ello ha marcado un bloqueo del proceso de globalización. El
neoliberalismo ha producido su propia negación, y quienes fueron sus más
entusiastas defensores se convierten en víctimas y marginados.
En cuanto
la red empezó a difundirse y a mostrar sinergias culturales, técnicas y
comunitarias llegaron los comerciantes y los publicitarios y toda su
cohorte de fanáticos del beneficio. Su pregunta era muy sencilla: ¿puede
Internet convertirse en una máquina de hacer dinero? Los «expertos» -un
puñado variopinto de artistas, hackers y experimentadores
tecnosociales- respondieron de manera sibilina. Los californianos de
Wired respondieron que Internet estaba destinada a multiplicar la
potencia del capitalismo, a abrir inmensos mercados inmateriales y a
trastocar las propias leyes de la economía, que prevén crisis,
recesiones, rendimientos decrecientes y caídas de la tasa de beneficio.
Nadie desmintió a los vendedores digitales. Artistas de la red y
mediactivistas tenían otras cosas que hacer y sus críticas y reservas
fueron tomadas por los lamentos del perdedor, incapaz de entrar en el
gran juego. Visionarios digitales cyberpunk y artistas de la red dejaron
que el globo creciese. Lo que entraba en el circuito de la red era
dinero útil para desarrollar todo tipo de experimentación tecnológica,
comunicativa y cultural. Alguno lo ha llamado funky business. El trabajo
creativo encontró el modo de sacarle unos durillos a una marea de
capitalistas grandes, grandísimos, pero también pequeños.
Pero Internet no es una máquina de hacer dinero. No lo ha sido nunca y
no puede convertirse en ello. Esto no quiere decir que la red no tenga
nada que ver con la economía. Por el contrario, se ha convertido en una
infraestructura indispensable para la producción y la realización del
capital. Pero su cultura específica no puede ser reducida a la economía.
Internet ha abierto un capítulo completamente nuevo del proceso de
producción. La inmaterialización del producto, el principio de
cooperación, la continuidad inseparable entre producción y consumo han
hecho saltar los criterios tradicionales de definición del valor de las
mercancías. Quien entra en la red no cree ser un cliente sino un
colaborador, y por eso no quiere pagar. Ni AOL ni Microsoft ni los demás
tiburones pueden cambiar este hecho, que no es sólo un rasgo cultural un
tanto anarcoide, sino el corazón mismo de la relación de trabajo
digital. No debemos pensar que Internet es una especie de isla
extravagante en la que ha entrado en crisis el principio de valorización
que domina el resto de las relaciones humanas. Más bien, la red ha
abierto una grieta conceptual que está destinada a agrandarse. El
principio de gratuidad no es una excepción marginal, sino que puede
convertirse en el principio universal de acceso a los bienes materiales
e inmateriales.
Con el dotcom crash5 el trabajo cognitivo se ha separado
del capital. Los artesanos digitales, aquellos que en los años noventa
se sintieron empresarios de su propio trabajo, se irán dando cuenta poco
a poco de cómo han sido engañados, desvalijados y expropiados, y ello
creará las condiciones de aparición de una nueva consciencia de los
trabajadores cognitivos. Comprenderán que a pesar de poseer toda la
potencia productiva, les ha sido expropiado el fruto de su trabajo por
una minoría de especuladores ignorantes pero hábiles en el manejo de los
aspectos legales y financieros del proceso productivo. La capa
improductiva de la clase virtual, los abogados y los contables, se
apropian del plusvalor cognitivo producido por los físicos, los
informáticos, los químicos, los escritores y los operadores mediáticos.
Pero éstos pueden separarse del castillo jurídico y financiero del
semiocapitalismo y construir una relación directa con la sociedad, con
los usuarios. Tal vez entonces se inicie el proceso de autoorganización
autónoma del trabajo cognitivo. Un proceso que, por lo demás, ya está en
marcha, como lo demuestran las experiencias del activismo mediático y la
creación de redes de solidaridad del trabajo migrante.
Acabado el período del triunfalismo capitalista y de la hegemonía
ideológica neoliberal, ¿debemos volver a las viejas categorías
analíticas del marxismo y a las estrategias políticas del movimiento
obrero del siglo XX, a los horizontes del socialismo democrático o del
comunismo revolucionario? Nada sería más inútil y equivocado. El
capitalismo reticular de masas que se ha afirmado plenamente en los años
noventa ha producido formas sociales irreducibles al análisis marxiano
de las clases. No nos bastan las categorías de la crítica de la economía
política, porque los procesos de subjetivación atraviesan campos
bastante más complejos. Se empieza a dibujar un campo disciplinar en el
punto de encuentro entre los territorios de la economía, la semiología y
la psicoquímica.
El modelo productivo que se dibuja en el horizonte de
la sociedad postmoderna es el Semiocapital. Capital flujo, que se
coagula, sin materializarse, en artefactos semióticos. Los conceptos
forjados por dos siglos de pensamiento económico parecen disueltos,
inoperantes, incapaces de comprender gran parte de los fenómenos que han
aparecido en la esfera de la producción social desde que ésta se ha
hecho cognitiva. La actividad cognitiva siempre ha estado en la base de
toda producción humana, hasta de la más mecánica. No hay trabajo humano
que no requiera un ejercicio de inteligencia. Pero, en la actualidad, la
capacidad cognitiva se ha vuelto el principal recurso productivo. En el
trabajo industrial, la mente era puesta en marcha como automatismo
repetitivo, como soporte fisiológico del movimiento muscular. Hoy la
mente se encuentra en el trabajo como innovación, como lenguaje y como
relación comunicativa. La subsunción de la mente en el proceso de
valorización capitalista comporta una auténtica transformación. El
organismo consciente y sensible es sometido a una presión competitiva, a
una aceleración de los estímulos, a un estrés de atención constante.
Como consecuencia, el ambiente mental, la infosfera en la que la mente
se forma y entra en relación con otras mentes, se vuelve un ambiente
psicopatógeno. Si queremos comprender el infinito juego de espejos del
Semiocapital, es necesario mirarlo desde tres ángulos:
- La crítica de la economía política de la inteligencia conectiva,
- La semiología de los flujos lingüístico-económicos,
- La psicodinámica
del ambiente infosférico, los efectos psicopatógenos de la explotación
económica de la mente humana.
El proceso de producción digital está
adquiriendo una dimensión biológica. Tiende a asemejarse a un organismo.
El sistema nervioso de una organización tiene analogías con el sistema
nervioso humano. Toda empresa industrial tiene sistemas autónomos,
procesos operativos que tienen que funcionar para que la sociedad
sobreviva. Lo que hasta ahora ha faltado son los enlaces entre las
informaciones, análogos a las interconexiones neuronales del cerebro. La
empresa digital reticular que hemos construido funciona como un
excelente sistema nervioso artificial. En él, la información fluye con
la velocidad y naturalidad del pensamiento en un ser humano, y podemos
usar la tecnología para gobernar y coordinar grupos de personas con la
misma rapidez con la que nos concentramos en un problema. Según Bill
Gates (en Business @ the Speed of Thought),6 hemos creado las
condiciones de un nuevo sistema económico, organizado en torno a lo que
podríamos llamar «empresa a la velocidad del pensamiento».
En el mundo
conectado, los bucles retroactivos de la teoría general de los sistemas
se funden con la lógica dinámica de la biogenética en una visión
posthumana de la producción digital. La mente y la carne humana podrán
integrarse con el circuito digital gracias a interfaces de aceleración y
simplificación. Nace así un modelo de producción bioinfo que produce
artefactos semióticos con las capacidades de autorreplicación de los
sistemas vivos según las leyes de funcionamiento económico del
capitalismo. Cuando esté plenamente operativo, el sistema nervioso
digital podrá instalarse con rapidez en cualquier forma de organización.
Eso quiere decir que Microsoft sólo en apariencia se ocupa de
desarrollar software, productos y servicios. En realidad la finalidad
oculta de la producción de software es el cableado de la mente humana en
un continuo reticular cibernético destinado a estructurar los flujos de
información digital a través del sistema nervioso de todas las instituciones clave de la vida
contemporánea. Microsoft debe ser entonces considerada como una memoria
virtual global escalable y lista para ser instalada. Un
ciberpanóptico inserto en los circuitos de carne de la subjetividad humana. La
cibernética acaba por devenir vida o, como le gusta decir a Gates, «la
información es vuestra linfa vital».
El sistema nervioso digital se incorpora
progresivamente al sistema nervioso orgánico, al circuito de la
comunicación humana. Lo recodifica según sus líneas operativas y su
velocidad. Pero para que este cambio pueda realizarse, el cuerpo-mente
tiene que atravesar un cambio infernal, que estamos presenciando en la
historia del mundo. Para comprender y para analizar este proceso no nos
bastan los instrumentos conceptuales de la economía política ni del
análisis de la tecnología. El proceso de producción se semiotiza y la
formación del sistema nervioso digital implica y conecta la mente, el
psiquismo social, los deseos y las esperanzas, los miedos y la
imaginación. Por ello tenemos que ocuparnos de la producción semiótica,
del cambio lingüístico y cognitivo. Ese cambio pasa por la difusión de
patologías.
La cultura neoliberal ha inyectado en el cerebro social un
estímulo constante hacia la competencia y el sistema técnico de la red
digital ha hecho posible una intensificación de los estímulos
informativos enviados por el cerebro social a los cerebros individuales.
Esta aceleración de los estímulos es un factor patógeno que alcanza al
conjunto de la sociedad. La combinación de competencia económica e
intensificación digital de los estímulos informativos lleva a un estado
de electrocución permanente que se traduce en una patología difusa, que
se manifiesta, por ejemplo, en el síndrome de pánico y en los trastornos
de la atención.
El pánico es un síndrome cada vez más frecuente. Hasta
hace unos años los psiquiatras no conocían siquiera este síntoma, que
pertenecía más bien a la imaginación literaria romántica y que podía
asemejarse al sentimiento de quedar desbordados por la infinita riqueza
de formas de la naturaleza, por la ilimitada potencia cósmica. Hoy el pánico es
sin embargo denunciado, con frecuencia cada vez mayor como síntoma
doloroso e inquietante, como la sensación física de no lograr controlar
el propio cuerpo, con la aceleración del ritmo cardíaco, una creciente
dificultad para respirar, incluso hasta el desvanecimiento y la
parálisis.
Aunque, hasta donde sé, no hay investigaciones concluyentes
sobre esto mismo, se puede apuntar la hipótesis de que la mediatización
de la comunicación y la consiguiente escasez de contacto físico pueden
producir patologías de la esfera afectiva y emocional. Por primera vez
en la historia humana, hay una generación que ha aprendido más palabras
y ha oído más historias de la televisión que de su madre. Los trastornos
de la atención se difunden cada vez más. Millones de niños
norteamericanos y europeos son tratados de un trastorno que se
manifiesta como la incapacidad de mantener la atención concentrada en un
objeto por más de unos segundos. La constante excitación de la mente por
parte de flujos neuroestimulantes lleva, probablemente, a una saturación
patológica. Es necesario profundizar la investigación sociológica y
psicológica sobre esta cuestión. Podemos afirmar que si queremos
comprender la economía contemporánea debemos ocuparnos de la
psicopatología de la relación. Y que si queremos comprender la
psicoquímica contemporánea, debemos tener en cuenta el hecho de que la
mente está afectada por flujos semióticos que siguen un principio
extrasemiótico, el principio de la competencia económica, el principio
de la máxima explotación.
¿Cómo podría hablarse hoy de economía sin
ocuparse de psicopatología? En los años noventa la cultura del Prozac ha
sido indisoluble de la cultura de la new economy. Cientos de miles de
operadores, directivos y gerentes de la economía occidental han tomado
innumerables decisiones en estado de euforia química y ligereza
psicofarmacológica. Pero a largo plazo, el organismo puede ceder,
incapaz de soportar hasta el infinito la euforia química que hasta
entonces ha sostenido el entusiasmo competitivo y el fanatismo
productivista. La atención colectiva está sobresaturada, y ello provoca
un colapso social y económico. Desde el año 2000 en adelante, tras las
cortinas de humo del lenguaje oficial que habla de probable recuperación
económica, de leve recesión, o de double dip recession, hay algo evidente. Como sucede con un organismo
ciclotímico, como le sucede al paciente que sufre trastorno bipolar, a
la euforia le ha seguido la depresión. Se trata precisamente de una
depresión clínica, una depresión a largo plazo que golpea desde la raíz
la motivación, el impulso, la autoestima, el deseo y el sex
appeal.
Cuando llega la depresión es inútil tratar de convencerse de que pasará
pronto. Tiene que seguir su ciclo.
Para comprender la crisis de la new
economy es necesario partir del análisis psicoquímico de la clase
virtual. Es necesario reflexionar sobre el estado psíquico y emocional
de millones de trabajadores cognitivos que han animado la escena de la
empresa, la cultura y el imaginario durante los noventa. La depresión
psíquica del trabajador cognitivo individual no es una consecuencia de
la crisis económica, sino su causa. Sería sencillo considerar la
depresión como una consecuencia de un mal ciclo de negocios. Después de
trabajar tantos años felices y rentables, el valor de las acciones se ha
desplomado y nuestro brainworker se ha pillado una depresión. No es así.
La depresión se ha producido porque su sistema emocional, físico e
intelectual no puede soportar hasta el infinito la hiperactividad
provocada por la competencia y los psicofármacos. Como consecuencia, las
cosas han empezado a ir mal en el mercado. ¿Qué es el mercado? El
mercado es un lugar semiótico, el lugar en el que se encuentran signos y
expectativas de sentido, deseos y proyecciones. Si queremos hablar de
demanda y oferta debemos razonar en términos de flujos de deseo, de
atractores semióticos que han tenido appeal y ahora lo han perdido.
El mediascape es el sistema mediático en
continua evolución, el universo de los emisores que envían a nuestro
cerebro señales en los más variados formatos. La infosfera es el
interfaz entre el sistema de los medios y la mente que recibe sus
señales; es la ecosfera mental, esa esfera inmaterial en la que los
flujos semióticos interactúan con las antenas receptoras de las mentes
diseminadas por el planeta. La mente es el universo de los receptores,
que no se limitan, como es natural, a recibir, sino que elaboran, crean y a su vez ponen en movimiento nuevos procesos de
emisión y producen la continua evolución del mediascape. La evolución de
la infosfera en la época videoelectrónica, la activación de redes cada
vez más complejas de distribución de la información, ha producido un
salto en la potencia, en la velocidad y en el propio formato de la
infosfera. Pero a este salto no le corresponde un salto en la potencia y
en el formato de la recepción. El universo de los receptores, es decir,
los cerebros humanos, las personas de carne y hueso, de órganos frágiles
y sensuales, no está formateado según los mismos patrones que el sistema
de los emisores digitales.
El paradigma de funcionamiento del universo
de los emisores no se corresponde con el paradigma de funcionamiento del
universo de los receptores. Esto se manifiesta en efectos diversos:
electrocución permanente, pánico, sobreexcitación, hipermotilidad,
trastornos de la atención, dislexia, sobrecarga informativa, saturación
de los circuitos de recepción.
En la raíz de la saturación está una
auténtica deformidad de los formatos. El formato del universo de los
emisores ha evolucionado multiplicando su potencia, mientras que el
formato del universo de los receptores no ha podido evolucionar al mismo
ritmo, por la sencilla razón de que se apoya en un soporte orgánico -el
cerebro cuerpo humano- que tiene tiempos de evolución completamente
diferentes de los de las máquinas.
Lo que se ha producido podría
llamarse una «cacofonía» paradigmática, un desfase entre los paradigmas
que conforman el universo de los emisores y el de los receptores. En una
situación así, la comunicación se convierte en un proceso asimétrico y
trastornado. Podemos hablar de una discrasia entre ciberespacio, en
ilimitada y constante expansión, y cibertiempo. El ciberespacio es una
red que comprende componentes mecánicos y orgánicos cuya potencia de
elaboración puede ser acelerada sin límites. El cibertiempo es, por el
contrario, una realidad vivida, ligada a un soporte orgánico -cuerpo y
cerebro humanos-, cuyos tiempos de elaboración no pueden ser acelerados
más allá de límites naturales relativamente rígidos.
Paul Virilio
sostiene, desde su libro Vitesse et politique, de 1977,7 que la velocidad es el factor decisivo de la historia moderna. Gracias a la velocidad, dice Virilio, se ganan las guerras,
tanto las militares como las comerciales. En muchos de sus escritos
Virilio muestra que la velocidad de los desplazamientos, de los
transportes y de la motorización han permitido a los ejércitos ganar las
guerras durante el último siglo. Desde que los objetos, las mercancías y
las personas han podido ser sustituidas por signos, por fantasmas
virtuales transferibles por vía electrónica, las fronteras de la
velocidad se han derrumbado y se ha desencadenado el proceso de
aceleración más impresionante que la historia humana haya conocido. En
cierto sentido podemos decir que el espacio ya no existe, puesto que la
información lo puede atravesar instantáneamente y los acontecimientos
pueden transmitirse en tiempo real de un punto a otro del planeta,
convirtiéndose así en acontecimientos virtualmente compartidos. Pero
¿cuáles son las consecuencias de esta aceleración para la mente y el
cuerpo humanos? Para entenderlo tenemos que hacer referencia a las
capacidades de elaboración consciente, a la capacidad de asimilación
afectiva de los signos y de los acontecimientos por parte del organismo
consciente y sensible.
La aceleración de los intercambios informativos
ha producido y está produciendo un efecto patológico en la mente humana
individual y, con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están
en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa y creciente masa
de información que entra en sus ordenadores, en sus teléfonos
portátiles, en sus pantallas de televisión, en sus agendas electrónicas
y en sus cabezas. Sin embargo, parece que es indispensable seguir,
conocer, valorar, asimilar y elaborar toda esta información si se quiere
ser eficiente, competitivo, ganador. La práctica del
multitasking,8 la
apertura de ventanas de atención hipertextuales o el paso de un contexto
a otro para la valoración global de los procesos tienden a deformar las
modalidades secuenciales de la elaboración mental. Según Christian
Marazzi, economista y autor de Capitale e linguaggio,9 la última
generación de operadores económicos padece una auténtica forma de
dislexia, una incapacidad de leer una página desde el principio hasta el
fin siguiendo un proceso secuencial y una incapacidad de mantener la
atención concentrada en el mismo objeto por mucho tiempo. La dislexia se
extiende por los comportamientos cognitivos y sociales, hasta hacer casi
imposible la prosecución de estrategias lineales.
Algunos, como
Davenport y Beck,10 hablan de
economía de la atención. Que una facultad
cognitiva pasa a formar parte del discurso económico quiere decir que se
ha convertido en un recurso escaso. Falta el tiempo necesario para
prestar atención a los flujos de información a los que estamos expuestos
y que debemos valorar para poder tomar decisiones. La consecuencia está
a la vista: decisiones económicas y políticas que no responden a una
racionalidad estratégica a largo plazo sino tan sólo al interés
inmediato. Por otra parte, estamos cada vez menos dispuestos a prestar
nuestra atención gratuitamente. No tenemos ya tiempo para el amor, la
ternura, la naturaleza, el placer y la compasión. Nuestra atención está
cada vez más asediada y por tanto la dedicamos solamente a la carrera, a
la competencia, a la decisión económica. Y, en todo caso, nuestro tiempo
no puede seguir la loca velocidad de la máquina digital hipercompleja.
Los seres humanos tienden a convertirse en despiadados ejecutores de
decisiones tomadas sin atención.
El universo de los emisores -o
ciberespacio- procede ya a velocidad sobrehumana y se vuelve
intraducible para el universo de los receptores -o cibertiempo- que no
puede ir más rápido de lo que permiten la materia física de la que está
hecho nuestro cerebro, la lentitud de nuestro cuerpo o la necesidad de
caricias y de afecto. Se abre así un desfase patógeno y se difunde la
enfermedad mental, como lo muestran las estadísticas y, sobre todo,
nuestra experiencia cotidiana. Y a medida que se difunden las
patologías, se difunden los fármacos. La floreciente industria de los
psicofármacos bate récords cada año. El número de cajas de Ritalin,
Prozac, Zoloft y otros fármacos psicotrópicos vendidas en las farmacias
crece, al tiempo que crecen la disociación, el sufrimiento, la
desesperación, el terror a ser, a tener que confrontarse constantemente,
a desaparecer; crece el deseo de matar y de morir.
Cuando hacia finales de los setenta se impuso una aceleración de los
ritmos productivos y comunicativos en las metrópolis occidentales, hizo
aparición una gigantesca epidemia de toxicomanía. El mundo estaba
saliendo de su época humana para entrar en la época de la aceleración
maquinal posthumana. Muchos organismos humanos sensibles empezaron a
usar cocaína, sustancia que permite acelerar el ritmo existencial hasta
transformarse en máquina. Muchos otros organismos humanos sensibles
empezaron a inyectarse heroína, sustancia que desactiva la relación con
la velocidad del ambiente circundante. La epidemia de polvos de los años
setenta y ochenta produjo una devastación existencial y cultural de la
que aún no hemos sacado las cuentas. A continuación, las drogas ilegales
fueron sustituidas por las sustancias legales que la industria
farmacéutica pone a disposición de sus víctimas, y se inició la época de
los antidepresivos de los euforizantes y de los reguladores del humor.
Hoy la enfermedad mental se muestra cada vez con mayor claridad como una
epidemia social o, más precisamente, sociocomunicativa. Si quieres
sobrevivir debes ser competitivo, y si quieres ser competitivo tienes
que estar conectado, tienes que recibir y elaborar continuamente una
inmensa y creciente masa de datos. Esto provoca un estrés de atención
constante y una reducción del tiempo disponible para la afectividad.
Estas dos tendencias inseparables devastan el psiquismo individual.
Depresión, pánico, angustia, sensación de soledad, miseria existencial.
Pero estos síntomas individuales no pueden aislarse indefinidamente,
como ha hecho hasta ahora la psicopatología y quiere el poder económico.
No se puede decir: estás agotado, cógete unas vacaciones en el Club
Méditerranée, tómate una pastilla, cúrate, deja de incordiar, recupérate
en el hospital psiquiátrico, mátate. No se puede, por la sencilla razón
de que no se trata de una pequeña minoría de locos ni de un número
marginal de deprimidos. Se trata de una masa creciente de miseria
existencial que tiende a estallar cada vez más en el centro del sistema
social. Además, hay que considerar otro hecho decisivo: mientras el
capital necesitó extraer energías físicas de sus explotados y esclavos,
la enfermedad mental podía ser relativamente marginalizada. Poco le
importaba al capital tu sufrimiento psíquico mientras pudieras apretar
tuercas y manejar un torno. Aunque estuvieras tan triste como una mosca
sola en una botella, tu productividad se resentía poco, porque tus músculos podían funcionar. Hoy el capital necesita energías
mentales, energías psíquicas. Y son precisamente ésas las que se están
destruyendo. Por eso las enfermedades mentales están estallando en el
centro de la escena social. La crisis económica depende en gran medida
de la difusión de la tristeza, de la depresión, del pánico y de la
desmotivación. La crisis de la new economy deriva en buena medida de una
crisis de motivaciones, de una caída de la artificiosa euforia de los
años noventa. Ello ha tenido efectos de desinversión y, en parte, de
contracción del consumo. En general, la infelicidad funciona como un
estimulante del consumo: comprar es una suspensión de la angustia, un
antídoto de la soledad, pero sólo hasta cierto punto. Más allá de ese
punto, el sufrimiento se vuelve un factor de desmotivación de la compra.
Para hacer frente a eso se diseñan estrategias. Los patrones del mundo
no quieren, desde luego, que la humanidad sea feliz, porque una
humanidad feliz no se dejaría atrapar por la productividad, por la
disciplina del trabajo, ni por los hipermercados. Pero se buscan
técnicas que moderen la infelicidad y la hagan soportable, que aplacen o
contengan la explosión suicida, con el fin de estimular el consumo.
¿Qué
estrategias seguirá el organismo colectivo para sustraerse a esta
fábrica de la infelicidad?
¿Es posible, es planteable, una estrategia de
desaceleración, de reducción de la complejidad? No lo creo. En la
sociedad humana no se pueden eliminar para siempre potencialidades, aún
cuando éstas se muestren letales para el individuo y, probablemente,
también para la especie. Estas potencialidades pueden ser reguladas,
sometidas a control mientras es posible, pero acaban inevitablemente por
ser utilizadas, como sucedió -y volverá a suceder- con la bomba
atómica.
Es posible una estrategia de
upgrading11 del organismo humano, de
adecuación maquinal del cuerpo y del cerebro humano a una infosfera
hiperveloz. Es la estrategia que se suele llamar posthumana.
Por último,
es posible una estrategia de sustracción, de alejamiento del torbellino.
Pero se trata de una estrategia que sólo podrán seguir pequeñas
comunidades, constituyendo esferas de autonomía existencial, económica e
informativa frente a la economía mundo.
Este libro no se alarga hasta ese punto. No trata de elaborar una
estrategia de sustracción. Este libro se propone señalar y cartografiar
un nuevo campo disciplinar que se encuentra en la intersección de la
economía, la tecnología comunicativa y la psicoquímica. Una cartografía
de este nuevo campo disciplinar es indispensable si queremos describir y
comprender el proceso de producción del capital y la producción de
subjetividad social en la época que sigue a la modernidad industrial
mecánica y, por tanto, si queremos elaborar estrategias de sustracción.
A fines de 2002, mientras escribo esta
introducción, el mundo parece colgado sobre el abismo de la guerra.
Negri y Hardt, en Imperio, sostienen que el dominio global tiene los
rasgos de un Imperio, parecido al Imperio Romano. Hay algo de cierto en
esa descripción, pero resulta más ajustada a los años noventa que a la
actualidad. En los años de la presidencia Bush todo parece haber
cambiado. Mientras la nueva economía sufre una crisis de mercado y,
sobre todo, de confianza, la vieja economía, la del petróleo y las
armas, ha recuperado su fuerza y trata de guiar el mundo.
Si el imperio tuvo los rasgos de un dominio cada vez más extenso,
construido por medio de la imposición de estándares tecnológicos, de la
hegemonía de un imaginario mercantil globalista, lo que aparece en los
años de la recesión no se parece al imperio soft del que nos hablan los
autores de ese libro, escrito a mediados de los noventa. No soy capaz de
ver, en la política del grupo dirigente norteamericano, una lógica, un
pensamiento racional, una estrategia equilibrada y lineal. Entreveo el
efecto de una locura que se va difundiendo por todos los espacios de la
vida planetaria. La enfermedad mental ha alcanzado la cabeza del
imperio, porque el proyecto de control total es un proyecto enloquecido,
destinado a producir desastres incluso para quienes lo han concebido.
Los Estados Unidos de América son la mayor potencia de la Tierra, como
lo fue Roma en los primeros siglos de la era cristiana. Pero como
sugiere Marguerite Yourcenar en Las memorias de Adriano, los
imperios pueden mantener su dominio mientras no pretendan someter al
Caos por medio de la fuerza. El Caos no se derrota por medio de la
guerra, pues el Caos se alimenta de cuanto lo combate. Por ello, la
guerra ilimitada que el Imperio ha decidido desencadenar contra
cualquier desviación del orden establecido por los integristas
cristiano-liberales está destinada a erosionar el poder global, hasta
hundirlo en la demencia y el caos. Tal vez estemos a punto de entrar en
una fase de descomposición acelerada de todo orden y toda racionalidad.
Y el Imperio que emergerá será el Imperio del Caos.
Copyright
© 2003 Franco Berardi
Se permite la copia parcial o
total, en papel o en formato digital, de los contenidos de este libro
siempre y cuando se respete la autoría del texto.
Notas al pie
- ...
castellana1
- El libro completo fue publicado en noviembre de 2003 con
licencia libre por la editorial Traficantes de Sueños y puede ser
descargado desde su web.
- ...libertaria,2
- En el sentido norteamericano de liberal radical partidario de una
absoluta libertad del mercado y de los individuos frente al Estado, distinto de su
acepción europea como sinónimo de anarquista. [N. del E.]
- ... UMTS,3
- UMTS son las siglas de «Universal
Mobile Telecommunication System» (Sistema Universal de Telecomunicaciones
Móviles), también conocida como «telefonía de tercera generación»,
es una tecnología que combina el acceso móvil de alta velocidad con los
servicios basados en el Protocolo Internet (IP), que permitirá el
trasvase real de información multimedia y la conexión permanente a
Internet mediante los telefónos móviles.[N. del E.]
- ...
mitopoiesis4
- Mitopoiesis podría ser traducido como
«generación creativa de mitos». El neologismo, de doble raíz helénica, ha
quedado sin embargo incoporado al léxico político de los movimientos,
gracias en buena medida a la actividad del grupo italiano Wu Ming, y de
su predecesor europeo Luther Blissett. Para un desarrollo de la
actividad de este grupo léase Wu Ming, Esta revolución no tiene rostro,
Madrid, Acuarela, 2002. [N. del E.]
- ... crash5
- Hundimiento de las acciones de las
empresas puntocom, cuya actividad se realiza sobre todo en, y en
relación con, Internet[N. del E.]
- ... Thought),6
- Bill Gates
y J. A. Bravo, Los negocios en la era digital, Barcelona,
P & J 1999.
- ... 1977,7
- Paul
Virilio, Vitese et politique: essai de dromologie, Paris,
Galilée 1977.
- ...multitasking,8
- Realización simultánea y en paralelo de
más de una tarea. [N. del E.]
- ... linguaggio,9
- Christian
Marazzi, Capitale e linguaggio. Dalla
new economy all'economia di guerra, Roma, DeriveApprodi 2002.
- ... Beck,10
- Thomas H. Davenport y John C. Beck, La
economía de la atención: el
nuevo valor de los negocios, Barcelona, Paidós 2002.
- ...upgrading11
- Actualización, puesta al día, incremento
artificial de su capacidad. [N. del E.]
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