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Los inicios

En la informática de los años sesenta y setenta y en la cultura hacker que surgió en torno a ella, se disponía libremente de las herramientas necesarias y del código fuente de la gran mayoría de los programas. La colaboración forma parte desde antiguo de los hábitos de la comunidad científica y además, ante la diversidad de plataformas, era necesario disponer del código cuando se adquiría el programa para poder portarlo al hardware de cada cual. Era tan normal como compartir recetas de cocina y ni siquiera se hablaba de ``software libre'', pues todo el que quería programar se beneficiaba de ello y veía lógico que los demás se pudiesen beneficiar a su vez. Los hackers copiaban los programas, intercambiaban sus fuentes, podían estudiarlas, evaluarlas, adaptarlas a sus necesidades y a su hardware, reutilizaban una parte del código para hacer nuevos programas...El desarrollo de bienes públicos basados en ese modelo fue exponencial hasta el punto de que gran parte de la tecnología en la que se basa hoy Internet --desde el sistema operativo UNIX hasta los protocolos de red-- procede de esos años.

Pero, a principios de los años ochenta, ese modelo entra en crisis, y rápidamente comienza a emerger un modelo privatizador y mercantilista. Los ordenadores, hasta entonces escasos, caros y poco potentes, se hacen asequibles, cada vez más baratos y potentes y aparece un nuevo negocio, el de los productores de software. Los programas se empezaron a vender como productos comerciales independientes de las máquinas y sólo con el código binario, para ocultar las técnicas de programación a la competencia. La nueva industria del software comienza a apoyarse en la legislación sobre propiedad intelectual. El mundo UNIX se fragmenta en diversas versiones privatizadas y progresivamente incompatibles entre sí, que los programadores no pueden modificar. Lo que era práctica habitual, se convirtió en un delito: el hacker que compartía el código y cooperaba con otras personas pasó a ser considerado un ``pirata''.

Al tiempo que los sistemas van haciéndose incompatibles entre sí, la comunidad de investigadores se va desmembrando poco a poco. Muchos hackers ficharon por empresas y firmaron contratos en los que se comprometían a no compartir con nadie de fuera los ``secretos de fabricación'' (el código fuente). Por su parte, los laboratorios de investigación comenzaron a hacer lo mismo y obligaban a sus hackers a suscribir el mismo tipo de cláusulas. Para cerrar el círculo, los compiladores, los depuradores, los editores y demás herramientas imprescindibles para programar eran propietarios y se vendían a precios respetables: se trataba de que la programación ``de verdad'' sólo estuviese en manos de la naciente industria de software.

Hubo hackers que no aceptaron esta nueva situación y continuaron con sus prácticas pero parecía solo una cuestión de tiempo que la industria del software propietario arrinconara y dejara definitivamente fuera de la ley la cultura cooperativa y confiada de las primeras comunidades de hackers.4 Este contexto sirve de base y explica el auge posterior del imperio Microsoft y similares: estaba naciendo el negocio del software propietario y la próspera industria de los ordenadores personales.


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Miquel 2000-09-10