Art. 1. España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.
Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo.
La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones.
La bandera de la República española es roja, amarilla y morada.
Art. 2. Todos los españoles son iguales ante la ley.
Art. 3. El Estado español no tiene religión oficial.
Constitución de la República Española, de 9 de diciembre de 1931
Han pasado 69 años desde su promulgación, pero su texto es de lo más moderno. Bajo el título «En un país extraño», Eduardo Haro Tecglen publicó en septiembre de 1999 un artículo en Le Monde diplomatique, en el que hacía balance del camino recorrido desde que se derogó aquella Constitución por la fuerza de las armas: «Cuando el 14 de septiembre de este año de 1999, en el Parlamento, el Gobierno y su partido votaron en contra de una moción socialista que condenaba el golpe de Estado de 1936, estaban recordándonos que este país no es aquel y que esta democracia no es aquella, y que todo es y será siempre otra cosa. Los que ganaron aquella guerra que terminó con la República no la han perdido nunca. Destruyeron aquel país.»
Y continúa: «La nueva democracia tiene una Monarquía suave o degenerada, pero es su emblema; y una Iglesia que cuenta con el Gobierno, con gran parte de la prensa y de la radio y la televisión, con la mayoría de la enseñanza privada que es casi toda en un país donde la pública ha fracasado estrepitosamente...» No quiero deprimirles, simplemente señalar el punto de partida. La razón última por la que hay que defender la libertad en Internet a cara de perro.
No es muy distinta la situación en el resto del mundo, lo único que ocurre es que en España no se ha perdido del todo la memoria histórica. La globalización va mostrando poco a poco su verdadero rostro, y sólo el conformismo y la estulticia imperante nos impide tomar conciencia de la realidad. Pero sabemos de qué son capaces cuando se trata de imponer por la fuerza un sistema económico.
Luchar contra la globalización es combatir la fuerza de la gravedad: Internet es la expresión más acabada del mundo que nos espera. Es necesario aprender a utilizarla en un sentido revolucionario, navegando sobre la ola que va a barrer con el pasado, instaurando el peor imperialismo que la Tierra ha conocido. Un gigante de pies de silicio, en el que las máquinas pueden detenerse cualquier día.
Sin crear el caldo de cultivo nunca crecerá la resistencia. Algo que sólo puede construirse desde una amplia base social, llegando a todos los sectores productivos explotados por la globalización. Trabajando a pie de máquinas, controlándolas, dominándolas, utilizándolas para comunicarse y para cambiar el mundo.
Vuelvan a leer el segundo párrafo: prensa, radio, televisión, la enseñanza... Todo está controlado por distintos tipos de sectas. Incluyendo esos planes de negocio sin los que es imposible presentar un e-business en Madrid, y es que a la hora de la verdad, luteranos y meapilas olvidan sus diferencias: se les da tan bien chantajear al empresario como espiar al trabajador. Lo llevan en la sangre. Pues eso, tal como está el patio, a determinada gente sólo se le puede romper la cara a la salida del colegio. Y en eso estamos, esperando en la puerta: esta calle se llama Internet, y todavía es nuestra. Si no dejamos que nos la roben, algún día será República.