Contra (la) información: comunicación e inteligencia colectiva
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el laberinto alcanza el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
J.L. Borges
La extensión del ciberespacio [1] ha puesto muy en evidencia los límites del esquema clásico de la teoría de la información, en la que se establece un flujo unidireccional entre el emisor y el receptor, a través de un canal determinado. Este planteamiento asimétrico es bien conocido y se trata de un elemento recurrente en todos los medios de comunicación tradicionales: por un lado, el productor de la información; por otro, su destinatari@. Es cierto que desde hace algún tiempo los medios se esfuerzan por introducir cierto grado de interactividad (teletienda, pago por visión, encuestas, intervenciones telefónicas…), pero no son más que paliativos bastante burdos. La insistencia en que la gente intervenga, opine, se solidarice, etc. no puede ocultar a nadie la ausencia de una interactividad que no existe en absoluto.
Aunque su intención sea opuesta, el esquema de la contrainformación no difiere mucho en su expresión material. Sigue habiendo un@s que producen la información –las agencias y medios contrainformativos– con muy escasos medios y otr@s que la reciben –la peña– con más buena fe que interés. Parece claro que no por repetir muchas veces ideas como horizontalidad o no-mediación, la comunicación que promovemos pasará automáticamente a ser horizontal o no mediada. Prácticas de la contrainformación como sacar a la luz informaciones obviadas o manipuladas por los medios convencionales se basan en la idea de "veracidad" o, dicho de otro modo, en la búsqueda de una aproximación máxima entre los "hechos" y el relato que se construye. Esa noción de que hay una "verdad" que hay que sacar a la luz tiene su apogeo en contextos totalitarios en el que se censura la información o bien en un esquema ilustrado de otros tiempos en el que había falta de información. No es ese ciertamente nuestro caso, en el cual el problema es más bien el contrario: flujo excesivo de información que produce ruido, distorsión, redundancia y banalidad, pasando a ser fundamental el cómo situarnos desde nuestra precariedad de medios en semejante contexto. Aquí quizá el concepto de visibilidad adquiere toda su potencia, pero en todo caso no podemos limitarnos a sumarnos a ese griterío ininteligible pues por muy buena que sea nuestra intención y muy interesantes nuestras informaciones no tenemos forma de "hablar más alto" que los medios convencionales y que se nos oiga en medio del ruido. La buena voluntad no es suficiente. Tampoco el uso de un medio u otro garantiza automáticamente una comunicación antagonista.
¿Hay pues posibilidad de comunicación alternativa, más allá de contribuir al ruido mediático? Una posible línea de fuga sería ver si podemos convertir la comunicación en algo capaz de producir formas de vida y de socialidad refractarias al mercado y al mando.Y en ese contexto, el mensaje es lo de menos. Aquí, el proceso comunicativo es lo importante, pero no cualquier proceso comunicativo sino el que producimos en una apuesta colectiva de lucha contra el poder (los poderes). Comunicación en proceso como creación de nuevos espacios de libertad, con singularidades que desbordan la disyuntiva individuo/colectivo y que son fruto de la libre circulación de saberes y experiencias diversas.
Pero el caso es que el esquema de la contrainformación se sigue centrando en el mensaje, en la información misma, o bien en el emisor y su papel (contra)informativo. Por ejemplo cuando decimos que queremos "dar voz a l@s sin voz" y cosas por el estilo. Con esto, conseguimos –en el mejor de los casos– multiplicar y diversificar el número de mensajes en la red, pero no por esto se está necesariamente contrainformando. No quiero decir con esto que hacer notas de prensa o ejercer de altavoz de aquello silenciado desde otros ámbitos sea inútil o contraproducente. Es más, hay muchos casos en que información veraz es sinónimo de contrainformación. A lo que voy es que debemos tratar de ir más allá de ese esquema y para ello resulta imprescindible reequilibrar los elementos discursivos unidireccionales (frases, imágenes, informaciones, páginas web…) con lo que se puede denominar elementos existenciales de la comunicación, esto es, los elementos éticos y políticos multidireccionales. ¿Qué etica, qué política? Una ética fundada en la horizontalidad de las relaciones entre los individuos, en la cooperación y la puesta en común de saberes y experiencias y en la posibilidad de todo el mundo de poder emitir para todo el mundo; una política de la no dominación, de la no dependencia, de la autonomía de los individuos y de los grupos sociales. Para ello hay que renunciar definitivamente al esquema del humano alienado por el Estado o adormecido por los media y que deber ser contrainformado; la información ya está ahí, de todos los signos posibles, al alcance de tod@s: lo que propongo en cambio es apostar por comunicar la comunicación, por la inteligencia colectiva, y por su espacio natural, el ciberespacio.
Y es que mientras hemos estado discutiendo sobre si las nuevas tecnologías son liberadoras o son un instrumento más al servicio del poder, ya se nos está imponiendo una manera de hacer y la dinámica social nos ha sobrepasado y ya está indagando desde hace tiempo en sus atractivos, también en sus límites y peligros. Cuando estas tecnologías empiezan a estar arraigadas socialmente, cuando empezamos a vislumbrar la posibilidad de su uso antagonista, igual ya es demasiado tarde, ya están emergiendo otras tecnologías en la frontera nebulosa donde se inventan las ideas, las cosas y las prácticas. Y no son empresas ni Estados sino grupos indeterminados de individuos que se mueven con criterios que me atrevo a calificar de marginales y con los que tenemos mucho que ver (aunque nunca les veamos ;-). Por ejemplo, ningún Estado, ninguna empresa, había previsto ni anunciado el desarrollo de la informática personal, ni el de las interfaces gráficas interactivas para tod@s, ni el de las BBS o el apoyo mutuo de las comunidades virtuales, ni de los hipertextos, ni de la Web, ni de los programas de criptografía personal e inviolable, ni de GNU/Linux.[2] Estas tecnologías, todas ellas empapadas de sus primeros usos y de los proyectos de quienes las concibieron, nacidas de mentes visionarias, transportadas por el trasiego de movimientos sociales y de prácticas de base y cooperativas, han llegado donde ningún tecnócrata podía siquiera sospechar, pero parece que tampoco lo esperaban los medios de comunicación, incluyendo aquí a los colectivos de contrainformación.
Los medios de comunicación tradicionales fabrican un público homogéneo, el mensaje mediático busca el "común denominador" mental de sus destinatarios, pues el mismo mensaje debe ser leído, escuchado o visto por mucha gente. No tiene pues en cuenta la singularidad del receptor, sus opiniones sociales, su microcultura, su estado de ánimo o su situación particular: es la masa, la audiencia, el público, también la "peña". Aunque parezca increíble, en cierto sentido el ciberespacio nos retrotrae a la situación comunicativa que había antes de la escritura –a otra escala, obviamente– en la medida que la interconexión y el dinamismo en tiempo real de las memorias en línea hace que nuevamente se comparta un contexto comunicativo común, imperfecto, inacabado pero en evolución constante, lleno de vida que incluye a las personas y donde nada hay ya extemporáneo o "fuera de contexto".
La extensión del ciberespacio ha hecho saltar muchos dogmas acerca de la organización de los grupos humanos, y ha dado pie a que se se establezcan relaciones entre los individuos y los colectivos radicalmente nuevos, sin precedentes en la historia ni en la biología. El ciberespacio no es otra cosa que el soporte técnico indispensable para dar pie a la inteligencia colectiva. El movimiento social que se desarrolla en el ciberespacio –las comunidades virtuales–, cada vez más masivo y potente, prefigura y actualiza muchas de las cosas de las que teorizamos en los ámbitos antagonistas como un ideario de futuro. La activación de modos de cooperación flexibles, transversales y no mercantiles y la distribución coordinada de los centros de decisión están creando formas comunitarias, emancipadoras, socializadoras y horizontales. En efecto, el movimiento social que se mueve en el ciberespacio carece de programa político, pero la autonomía, la apertura a la diferencia, el espacio sin fronteras (la universalidad) y la libre circulación del saber –la oposición radical al copyright y a la propiedad intelectual– son sus valores constituyentes. Sin centros ni líneas directrices, sin contenido particular, acepta todos los contenidos ya que se limita a poner en contacto –comunicar– un punto cualquiera con otro, sea cual sea la carga semántica o política de cada uno de ellos. Y sería trágico caer en el error de creer que no hay que preocuparse demasiado de lo que sucede en el ciberespacio, porque es virtual y no tiene consecuencias en el mundo "real": está transformando ya, y lo va a hacer mucho más en el futuro inmediato, las condiciones materiales y subjetivas de vida en sociedad.
Queda para otra ocasión reevaluar desde una perspectiva antagonista algunas de las implicaciones políticas del volcado de los medios de comunicación tradicionales –el teléfono, la televisión, la radio, el fax, los periódicos, los libros…– en el ciberespacio. Aunque conviene aclarar que no creo que resulte posible prever las mutaciones con que la digitalización –y por tanto la posibilidad de tratamiento numérico con ordenadores– modificará nuestras formas de comunicarnos después del año 2000, sí que se hace necesario anticiparse de alguna manera a sus efectos, indagar en esos usos antes de que sean definitivamente recuperados por el mando.
[1] El ciberespacio es un concepto creado por William Gibson en su extraordinaria novela de ciencia-ficción Neuromante (1984) y que fue inmediatamente adoptado por los hackers. En un sentido amplio, hace referencia al espacio de comunicación abierto por la interconexión mundial de los ordenadores y de sus recursos. Esta definición (de Pierre Lévy) comprende el conjunto de sistemas de comunicación electrónicos digitales (incluyendo el conjunto de redes hertzianas y telefónicas clásicas). Un par de aclaración: las autopistas de la información y el ciberespacio no son lo mismo: el ciberespacio se sirve de ellas (también del éter o de las líneas teléfonicas) pero no se refiere a una tecnología determinada o a Internet únicamente, sino a un tipo particular de relación entre personas.
[2] No hay duda de que la mayoría de estos hallazgos van siendo recuperados y utilizados por la industria. Pero hay que reconocer que la industria también ha realizado, de alguna manera, los objetivos de toda esa gente que ha ido creando herramientas y promoviendo usos políticos antagonistas. Hay que subrayar una vez más que la informática personal y el mismo Internet no han sido decididos –y menos aún previstos– por ningún Estado ni por ninguna transnacional. Su inventor y principal motor fue un movimiento social que se quiso reapropiar, en beneficio de las personas ("computers for the people" decían los hackers californianos de mediados de los setenta), de una potencia técnica hasta entonces monopolizada por grandes instituciones burocráticas tanto públicas como privadas.