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Mente compartida

LA AFIRMACIÓN DEL GOBIERNO DE LOS EE.UU. de que Microsoft tiene el monopolio del mercado de sistemas operativos puede ser la aseveración más obviamente absurda jamás presentada por la mente legal. Linux, un sistema operativo técnicamente superior, se regala, y BeOS está disponible por un precio nominal. Esto es sencillamente un hecho, que hay que aceptar te guste o no Microsoft.

Microsoft es realmente grande y rica, y si hay que creer a algunos de los testigos del Gobierno, no son muy agradables. Pero la acusación de monopolio sencillamente carece de sentido.

Lo que realmente está pasando es que Microsoft se ha hecho, de momento, con cierta ventaja: dominan la competición por la mente compartida, así que cualquier fabricante de hardware o software que quiera ser tomado en serio se siente obligado a fabricar un producto que sea compatible con sus sistemas operativos. Dado que los fabricantes de hardware escriben drivers compatibles con Windows, Microsoft no tiene por qué escribirlos; a todos los efectos, los fabricantes de hardware están añadiendo nuevos componentes a Windows, convirtiéndolo en un sistema operativo más capaz, sin cobrar a Microsoft por sus servicios. Es una buena posición en la que estar. El único modo de combatir a tal adversario es tener un ejército de programadores altamente competentes que escriban drivers equivalentes de forma gratuita, que es lo que hace Linux.

Pero la posesión de esta ventaja tecnológica es diferente de un monopolio en cualquier sentido normal de la palabra, porque aquí el dominio no tiene nada que ver con los resultados técnicos o el precio. Los antiguos monopolios de barones ladrones eran monopolios porque controlaban físicamente los medios de producción y/o distribución. Pero en el negocio del software, los medios de producción son los hackers que escriben código, e Internet es el equivalente a los medios de distribución, y nadie afirma que Microsoft controle eso.

Aquí, por el contrario, el dominio se encuentra en las mentes de la gente que compra software. Microsoft tiene poder porque la gente cree que lo tiene. Hace mucho dinero. A juzgar por los recientes procedimientos judiciales en ambos Washingtons, pareciera que este poder y este dinero impelieron a algunos ejecutivos muy peculiares a trabajar para Microsoft, y que Bill Gates debiera haber realizado tests de saliva antes de darles tarjetas de identidad de Microsoft.

Pero este no es el tipo de poder que encaja con cualquier definición normal de la palabra monopolio, y no es regulable legalmente. Puede que los tribunales ordenen a Microsoft que haga las cosas de otro modo. Incluso puede que partan la compañía.1 Pero en realidad no pueden hacer nada respecto del monopolio de la mente compartida, a menos que agarren a cada hombre, mujer y niño en el mundo desarrollado y los sometan a un largo proceso de lavado de cerebro.

El dominio de la mente compartida es, en otras palabras, una cosa muy rara, algo que los creadores de las leyes antimonopolio nunca podrían haberse imaginado. Se parece a uno de esos desquiciados fenómenos modernos de teoría del caos, algo relacionado con la complejidad, en la que un montón de entidades independientes pero conectadas (los usuarios de ordenadores del mundo), tomando sus propias decisiones, según una pocas reglas elementales, generan un enorme fenómeno (el dominio total del mercado por una sola compañía) que no tiene sentido por ningún análisis racional. Tales fenómenos están llenos de puntos pivotales ocultos y enmarañados con extraños bucles de retroalimentación, y no pueden entenderse: los que lo intentan acaban

  1. Volviéndose locos
  2. Rindiéndose
  3. Desarrollando teorías desquiciadas, o
  4. Convirtiéndose en consultores sobre teoría del caos muy bien pagados.

Puede que haya una o dos personas en Microsoft lo bastante tontas para creer que el dominio de la mente compartida es una posición estable y duradera. Tal vez eso explica alguno de los chiflados que han contratado en el sector de negocios, los fanáticos que jueces enfurecidos constantemente llevan a los tribunales. Pero la mayoría de ellos deben de tener la inteligencia para comprender que fenómenos como estos son desquiciantemente inestables, y que no se puede decir qué suceso extraño y aparentemente irrelevante podría hacer que el sistema pasara a una configuración radicalmente diferente.

Por expresarlo de otro modo, Microsoft puede estar segura de que el juez Thomas Penfield Jackson no emitirá una orden para que se reprogramen sumariamente los cerebros de todos los habitantes del mundo desarrollado. Pero no hay modo de predecir cuándo la gente decidirá, en masa, reprogramar sus propios cerebros. Esto podría explicar parte del comportamiento de Microsoft, como su política de tener reservas extrañamente grandes de dinero, y la angustia extrema que les entra cuando aparece algo como Java.

Nunca he visto el interior del edificio de Microsoft donde están todos los altos ejecutivos, pero tengo la fantasía de que en los pasillos, a intervalos regulares, hay grandes cajas rojas de alarma atornilladas a las paredes. Cada una contiene un gran botón rojo protegido por un cristal. Un martillo de metal cuelga por una cadena junto a él. Encima hay un gran cartel que dice:

ROMPER EL CRISTAL EN CASO DE DESPLOME
DE LA CUOTA DE MERCADO

No sé qué sucede cuando alguien rompe el cristal y aprieta el botón, pero seguro que sería interesante averiguarlo. Me imagino bancos arruinándose en todo el mundo mientras Microsoft retira sus reservas, y paquetes de billetes de cien envueltos en plástico cayendo del cielo. Sin duda, Microsoft tiene un plan. Pero lo que realmente me gustaría saber es si, a cierto nivel, sus programadores respirarían aliviados si la carga de escribir la Única Interfaz Universal para Todo fuera súbitamente retirada de sus hombros.


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2003-05-11