En 1991
se fundó el Group for the Scientific Reappraisal of the HIV/AIDS
Hypothesis. De sus cuarenta miembros iniciales, pronto creció a mas de
doscientos, incluyendo a ganadores del premio Nobel como Kary Mullis y
Walter Gilbert.
Este grupo defiende los siguientes postulados:
Mientras Reappraising AIDS ha seguido manteniendo, en esencia, los puntos de vista de Duesberg respecto al SIDA (lo que viene a ser algo así como la “ortodoxia” de los herejes), no se puede decir lo mismo de Rethinking AIDS. Esta publicación, mucho más ecléctica, le da un amplísimo despliegue a las opiniones más radicales, en especial a las de aquellos que simplemente niegan que el HIV exista.
La negación de la existencia del Virus de la Inmunodeficiencia Humana indudablemente que le confiere una nueva dimensión al debate; ya no es cuestión de que un virus haya sido considerado erróneamente causa de la enfermedad debido a una mala interpretación de la evidencia epidemiológica, sino que el mismo virus ni siquiera existe, y la casi totalidad de los investigadores del SIDA han estado corriendo tras un espejismo. Y no solo los pertenecientes al “establishment” científico, sino también todos aquellos heréticos que han malgastado miles de palabras intentando justificar las razones por las cuales la infección por el “imaginario” HIV prevalece de tal forma entre los pacientes con SIDA (pero no en la población general sin factores de riesgo).
Esta posición extrema es defendida principalmente por el llamado “grupo de Perth”, conformado por investigadores de esa ciudad del Australia Occidental. A la cabeza de éste se encuentra Eleni Papadopulos-Eleopulos. Rethinking AIDS le ha dado un amplísimo campo a la beligerancia de este grupo, en especial a raíz de la publicación del reto de la revista Continuum, ofreciendo 1000 libras a cualquiera que pudiera probar que el virus efectivamente ha sido aislado (hablaremos de este “reto” con más detalle en otra sección). Otro paladín a ultranza de esta postura es el alemán Stefan Lanka. De paso, esta posición es la que ha resultado más del agrado de aquellos que no solo cuestionan la forma en que se ha llevado la investigación sobre el SIDA, sino a la medicina “oficial” en general.
Todo lo que se pueda decir sobre el SIDA ha sido cuestionado y puesto bajo el
microscopio del hiperescepticismo por los herejes: su definición, los recuentos
de CD4, el SIDA en África, el AZT, los “cócteles” de drogas (“cócteles
asesinos”), la PCR, los test diagnósticos, la existencia misma del virus. Muchos
de estos cuestionamientos simplemente no se sostienen en pie tras un análisis
detallado: o ignoran muchos hechos o los hechos no los respaldan (como por
ejemplo, las ideas de Duesberg sobre el SIDA en los hemofílicos). Otros
requerirían de un tramado de fantásticas conspiraciones para poder ser
verosímiles. Y casi siempre, las “hipótesis” alternativas de la etiología de la
enfermedad terminan por ser más complicadas (y peor fundadas) que la
“convencional”.
Los test en especial han recibido numerosos ataques, sobre
todo acusaciones de poca confiabilidad. Naturalmente, obviando el hecho de que
los test de 1985 no son los mismos de 1990 ni tampoco los de 1999 (entre los
primeros y los últimos hay nada menos que catorce años de avances tecnológicos).
Pero, ¿qué ocurre si el inventor de una de las pruebas expresa de pronto dudas
acerca de su validez? Pues también eso ha sucedido.
Uno de los casos más extraños entre los herejes del SIDA es el de Kary
Mullis. Frente a casi todo el resto de la humanidad, Kary Mullis tiene una
exorbitante ventaja: recibió el Premio Nobel. Y según cierto erróneo consenso,
producto de la mala información y de la aceptación indiscriminada de hechos sin
base, un Premio Nobel es una especie de oráculo viviente e infalible. Y como
tal, sus opiniones son citadas y repetidas una y otra vez. Aquí tenemos una de
ellas:
“No hay ningún tubo de HIV en el país que sea puro. Esos son cultivos que contienen algo así como una parte en 100.000 que es HIV. Eso es todo. Eso es lo mejor que han logrado” |
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Kary Mullis ganó el Nobel en 1993 por el desarrollo de la Reacción de Cadena
Polimerasa (PCR por sus siglas en ingles). Una invención brillante, sin la menor
sombra de duda, y de un carácter totalmente revolucionario para el diagnóstico y
la investigación de las enfermedades infecciosas.
Según él mismo
confiesa, Mullis concibió sus primeras sospechas acerca de la relación HIV–SIDA
en 1988, mientras trabajaba como consultor en Specialty Labs en el marco de un
proyecto de la NIH. Mientras escribía un informe, se dio cuenta que desconocía
la referencia científica que avalaba la causalidad del HIV en el SIDA (aquí
admite, muy honestamente, que “el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida era
algo de lo que no sabía demasiado”). Una exhaustiva búsqueda no le permitió
encontrar dicho informe, por lo que optó por acercarse “a cualquiera que diese
una charla sobre SIDA y preguntarle qué referencias debía citar para esa cada
vez más polémica declaración: «el HIV es la probable causa del SIDA»”. Ni el
mismo Luc Montagnier fue capaz de contestarle. O, para ser más precisos, la
respuesta que logró no fue de su agrado.
A partir de entonces, Kary Mullis
se ha convertido en uno de los más activos detractores de la relación entre HIV
y SIDA; no hay reunión de “heréticos” que se precie a la que no prestigie
con su presencia, e incluso escribió el prefacio del libro de Duesberg
“Inventing the AIDS virus”. Como es de suponerse, sus declaraciones son
ansiosamente recogidas por la prensa (pero no precisamente porque sean las
declaraciones del individuo Kary Mullis, sino porque son las de “un Premio
Nobel”).
Aquí conviene hacer algunas precisiones. Mullis no es ningún oráculo, e incluso él mismo ha confesado que en 1988 “no sabía demasiado” sobre el SIDA. Aparte de esa duda que tanto lo ha inquietado sobre la “referencia científica” perdida, no ha aportado nada radicalmente nuevo (con una excepción) al debate sobre si el HIV es o no el causante del SIDA; por lo visto, en este campo se limita a suscribir los argumentos de Duesberg sobre la etiología tóxica, apoyándolos con su prestigio de laureado del Nobel. La excepción a la que me refiero es que Mullis no cree que la PCR (que el mismo inventó, y que fue al fin y al cabo lo que le dio el Nobel) sea capaz de detectar el HIV, ya que es demasiado eficaz, por lo que amplifica cualquier DNA que se encuentre en la muestra, indistintamente de que dicho DNA pertenezca al HIV o a un contaminante.
Por lo visto, en el mundo de los herejes del SIDA todo debe resultar sorprendente; no creo que existan muchos individuos que reciban el Nobel y ha continuación se dediquen a propagar la idea de que aquello por lo que se lo otorgaron no funciona (ya que el argumento de Mullis respecto al HIV podría aplicarse a cualquier otro empleo de la PCR, pues si es “demasiado eficaz” amplificando los contaminantes en el caso del HIV, ¿por qué no va a serlo para cualquier otro caso – digamos, por ejemplo, el citomegalovirus–? ¿no debería amplificar también los “contaminantes”? Con lo que su utilidad para la investigación y para el diagnóstico clínico quedarían en nada...).
Mullis no dice nada acerca de la evidencia epidemiológica acumulada, de los estudios en animales, del cultivo del virus, de su clonación, de la determinación de su secuencia genética, ni ofrece tampoco ninguna hipótesis alternativa. Y es probable que no esté en la capacidad de hacerlo; en realidad se trata de un técnico extremadamente competente dentro de un campo específico y muy limitado de trabajo, que tuvo una idea genial y que supo llevarla a la práctica. La mayoría de sus trabajos publicados se relacionan con la Reacción de Cadena Polimerasa. Vistos sus actuales puntos de vista, quizás el más asombroso sea éste: Identification of human immunodeficiency virus sequences by using in vitro enzymatic amplification and oligomer cleavage detection (J Virol 1987;61(5):1690-4).
En paralelo a la Conferencias Internacionales del SIDA, los rebeldes han
creado sus propias reuniones periódicas: Amsterdam (1992), Sant Cugat y Londres
(1993), Bolonia (1994), Buenos Aires (1995), Bucaramanga (1997), Barcelona
(1998). El encuentro de 1997 llevó la pintoresca denominación de “I Simposio
Internacional sobre Sustancias y Microorganismos Enigmáticos y Desconcertantes”,
y fue el escenario de un intercambio fuera de programa de opiniones
“científicas” entre Duesberg y Lanka. Una característica inquietante de esos
encuentros es la constante presencia de representantes de las mal llamadas
“medicinas alternativas”.
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Por supuesto, siguió entonces la inevitable réplica de Papadopulos y su grupo. Como era de esperar, estos rechazaron la respuesta de King, pues los argumento expuestos por este en su carta “no satisfacen sin ambigüedad los requerimientos de la prueba” (recuérdese aquí que King ya habían calificado esos requerimientos de “irrazonables”). Por demás, en la respuesta de Papadopulos aparecen otros datos interesantes: para empezar, hallan la justificación de sus pretendidos “siete pasos” del aislamiento de los retrovirus en una referencia de JW Beard de ¡1957! (pero ¿no habían dicho en primer lugar que eran las guías del Instituto Pasteur de 1973?). En segundo lugar, para intentar justificar la imprudente referencia al Instituto Pasteur, se vieron obligados a citar dos artículos de investigadores de dicho Instituto, sobre técnicas de purificación de virus tumorales, uno de los cuales contiene un figura titulada “Flow chart for purification of RNA viruses by double sucrose density gradient zonal centrifugation”, complementada más adelante por una tabla, dentro de todo lo cual aparecen algunos de los tan traídos y llevados siete pasos; solo que por ninguna parte aparece que se traten de "las reglas para el aislamiento de un retrovirus [...] ampliamente discutidas en el Instituto Pasteur, París, en 1973". A lo más, pueden considerarse como el método adoptado por el autor de uno de los estudios (no existe evidencia de que esto sea cierto en el otro). Uniendo los dos artículos se obtienen los citados “requerimientos mínimos”. Y que hayan o sido no discutidas ampliamente, es algo que no está documentado en ninguna parte. Es llamativo que el Instituto Pasteur sea tan descuidado como para “discutir ampliamente” las “reglas para el aislamiento de un retrovirus”, y luego “olviden” publicarlas, como no sea unas pocas aquí y otras más allá, en publicaciones dispersas. En cuanto a las alegaciones de King de que el HIV ha sido cultivado, extraído de células infectadas, su material genético purificado, y sus genes clonados, Papadopulos las rechaza en base a que previamente no se han cumplido las reglas (apócrifas) del Instituto Pasteur, y que por lo tanto no se puede saber si lo que realmente se ha clonado ha sido el virus...
A pesar de todo esto, no tardó mucho en aparecer alguien reclamando el premio. Y ese alguien resultó ser nada menos que... Peter H. Duesberg.
Pues sí, Peter Duesberg. En una carta dirigida a Continuum, Duesberg aduce que puede demostrar que “la clonación molecular de DNA infeccioso de HIV excede los criterios de las viejas «Reglas del Pasteur»” logrando exitosamente el aislamiento y la identificación del virus. Tras exponer sus pruebas, concluye que “La singularidad del HIV es confirmada por la detección de secuencias de DNA específico del HIV en el DNA de muchos individuos seropositivos. El mismo DNA no se encuentras en humanos no infectados, y la probabilidad de encontrar dicha secuencia en cualquier muestra de DNA es de 1 en 4× 10 9500”.
Papadopulos no se dejó amilanar por el calibre de este quizás inesperado oponente. Siguieron las réplicas y contrarréplicas, siempre dentro las páginas de Continuum. Por momentos, las respuestas de Papadopulos dan la impresión de que estuviera dándole una lección de virología a un alumno no muy dotado, al punto de tener que de explicarle las propiedades de los virus. Por su lado, Duesberg extrema las muestras de cortesía: “Me siento honrado por las profundas y apasionadas reacciones Hodgkinson, Lanka y Papadopulos-Eleopulos a mi carta sobre la existencia o no existencia del HIV”, pero sin dejar de señalarles que están equivocados:
Una respuesta final a Duesberg estuvo a cargo de Stefan Lanka. Este es uno de los más radicales de los herejes, y se ha caracterizado por su antipatía sin concesiones (que en ocasiones raya en lo patológico) hacia los retrovirólogos. En su artículo–respuesta Rethinking HIV – Collective Fallacy (Continuum Sept./Oct. 1996) el pobre Duesberg queda mal parado ya a partir de un epígrafe harto ilustrativo:
Como ya se mencionó antes, otras organizaciones se han sumado a la propuesta inicial de Continuum, de modo que ahora el reto es internacional: la ya mencionada Asociación C.O.B.R.A., el MuM (Alemania), el ASI–NO–SIDA (Colombia), la TAPS (Brasil), la HERETES (República Checa); con lo que el monto del premio se ha incrementado sustancialmente. Pero hay que recordar aquí que en realidad no arriesgan demasiado (o mejor dicho, nada), pues las condiciones impuestas hacen prácticamente imposible que alguien lo reclame, así estas no tengan el más mínimo apoyo documental (pues las llamadas guías del Instituto Pasteur simplemente no existen como tales). C.O.B.R.A. incluso impone unas condiciones aún mas absurdas y menos probatorias, al parecer inventadas por el mismo Lanka. Contra ese riesgo mínimo obtienen un arma propagandística poderosísima: nadie reclama el premio porque nadie puede probar que el virus existe (aunque se les olvida aclarar “como nosotros queremos...”).
La polémica volvió a reavivarse una vez más en el encuentro de Bucaramanga de 1997. En esa oportunidad, Duesberg y Stefan Lanka sostuvieron un prolongado encuentro verbal tras una conferencia de este último (que, naturalmente, versaba sobre la inexistencia del HIV) que ocasionó “preocupación” entre muchos de los asistentes. Que este intercambio de opiniones no debe haber transcurrido precisamente dentro de las más depuradas reglas académicas lo demuestra la descripción incidental que del mismo hace el redactor de la omnipresente Asociación C.O.B.R.A., cuando se refiere a “la preocupación que este choque produjo, manifestada oralmente por unas personas y simplemente con la expresión de sus caras por otras muchas”. Y uno no puede menos que compadecer al pobre Duesberg: después de ser el que inició la lucha, y de haber dejado en ella su prestigio académico y la consideración de sus colegas (en un artículo se menciona que “ha sido privado de su influencia en su Departamento, y ha sido colocado a cargo de tareas como organizar el picnic anual”), al final viene a resultar que algunos de sus compañeros de herejía lo vienen a considerar, en el mejor de los casos, como un tonto o un terco dogmático, y en el peor, una especie de compinche de Robert Gallo y de los perversos retrovirólogos...
Por supuesto, para los practicantes de las terapias complementarias de cualquier pelaje, el repetido reclamo de Duesberg sobre que el AZT es “SIDA por prescripción” no podía dejar de sonar como música celestial para sus oídos, siempre atentos según acostumbran a cualquier rumor que les permita atacar a la agonizante y malsana medicina “oficial”. Y la postura extrema de los negadores de la existencia del HIV no pudo venirles mejor: la medicina “oficial” no solo suministra medicamentos que matan en vez de curar, sino que ni siquiera existe aquello contra lo que se indican. ¿Acaso es concebible mayor perversidad?
Aclaremos: la mayor parte de los “herejes del SIDA” son individuos cuyos referencias académicas son intachables; ahí encontramos a un Harvey Bialy, a un Walter Gilbert, a un Peter Duesberg, incluso a un Kary Mullis, y a muchas decenas más. Ya se han mencionado los antecedentes de Peter Duesberg: de haber continuado en su línea de investigación, muy probablemente habría terminado por recibir el premio Nobel. Esto no implica que no puedan estar equivocados (y de hecho, todo parece indicar, lamentablemente para ellos, que lo están). Pero también encontramos otra clase de gente, incluyendo autodenominados “expertos” que no son tales, e individuos disfrazados de “herejes del SIDA” que en realidad son herejes respecto cualquier forma de pensamiento racional y organizado.
Naturalmente, la presencia en el debate de está clase de elementos no favorece en nada la repetida solicitud de los heréticos “ortodoxos” de que la comunidad científica inicie una discusión crítica respecto al rol del HIV en el SIDA; en todo caso, lo que hace es desnaturalizarlo. Por continuidad se asimilan los argumentos (buenos o malos) de los “herejes” a las especulaciones perfectamente gratuitas del gremio de los alternativos. Por supuesto, los heréticos ganan un foro para sus ideas (dada la repercusión desmedida que tienen en los medios de comunicación las ridiculeces paracientíficas) pero pierden credibilidad ante la comunidad científica y ante el público bien informado.
Veamos algunos ejemplos de estos discutibles “herejes”.
El Dr. Heinrich Kremer se nos presenta como “exdirector médico de una clínica de drogodependencia”, posición de la que hubo de dimitir debido a sus puntos de vista sobre el SIDA (por supuesto). Pues bien, el Dr. Kremer tiene algunas cosas interesantes que contarnos. Ha descubierto que el SIDA es ocasionado por la lesión mitocondrial que produce el uso del Trimetropim–sulfametoxasol o cotrimazol, combinación de antimicrobianos de amplísimo uso a nivel mundial (sus componentes inhiben pasos sucesivos del metabolismo del ácido fólico). Demás está decirlo, el apoyo documental a esta brillante observación es inexistente (por lo visto, es algo que simplemente se le ocurrió). Por supuesto, los homosexuales comenzaron a tomarlo consuetudinariamente y sus mitocondrias se dañaron, por lo que terminaron enfermando. A partir de aquí el buen Dr. Kremer desarrolla la típica teoría conspiranoica: desde altas instancias gubernamentales y de la industria farmacéutica se decidió inventar la Operación SIDA para ocultar la verdad; según parece, en la génesis de esta operación estuvo implicado nada menos que el entonces vicepresidente de los Estados Unidos, George Bush. Por lo visto, este solo fue el inicio, pues posteriormente alguien decidió seguir sacándole provecho a la situación y comenzaron a aparecer los dañinos antirretrovirales. ¿Y que hay respecto a los hemofílicos? Ellos no toman cotrimazol rutinariamente, y por lo tanto, no deberían enfermar ¿No?. Pero el Dr. Kremer también tiene su respuesta a mano: es porque recibieron sangre con proteínas contaminadas. ¿Con que se contaminaron? Pues eso no se sabe (presuntamente no fue con el HIV). Debemos señalar aquí que los “argumentos” del Dr. Heinrich Kremer no son más que una burda simplificación de los de Duesberg. Pero aún hay más: después de darnos todas estas razones “científicas”, y antes de que la depresión ocasionada por el conocimiento de verdades tan sorprendentes nos induzca al suicidio preventivo, el Dr. Kremer nos ofrece una luz de esperanza: en lugar de los nocivos inhibidores artificiales de las proteasas, se deben tomar productos que ayuden a recuperar el funcionamiento correcto de las mitocondrias como la coenzima Q-10 y Padma-28 (un producto de la fitoterapia tibetana); también resultan útiles el condritimsulfato y el agar (no faltaba más). Por no hablar de la melanotonina. De paso, hay que mencionar que Kremer es uno de los fundadores de REGIMED y asesor “científico” de C.O.B.R.A.
Tomemos también el ejemplo de uno de los heréticos más radicales, el belicoso Stefan Lanka, quien siempre se nos presenta como virólogo y genetista alemán, portavoz de REGIMED (Research Group in Investigative Medicine and journalism) y del MuM; al Dr Lanka sus credenciales académicas parecen aportarle, hasta cierto punto, alguna autoridad. Sin embargo, existen ciertos detalles que inducen precozmente a la duda, como el hecho de que también asesore al funambulesco grupo catalán C.O.B.R.A. (otro más; ¿qué será lo que los induce a juntarse?). Y he aquí que de pronto nos enteramos que el Dr. Lanka afirma que la ingeniería genética produce daños masivos en medicina, incluyendo en esto en esto el uso de insulina recombinante (??), así como en la agricultura y la ganadería (???), qué los antibióticos dañan la actividad celular y la formación de la energía y del material genético (????) y que no existen los virus de las Hepatitis B y C (?????). Semejante colección de insensateces echa por tierra cualquier credibilidad que pudiéramos atribuirle a este “investigador”, y más aún si se tiene en cuenta que las expresó en una serie de conferencias patrocinadas (cuando no) por la Asociación C.O.B.R.A., y apoyadas por una larga retahíla de centros de terapias alternativas y establecimientos por el estilo (entre los que se incluyeron, vaya a saber por que, varios restaurantes vegetarianos). Eso sí, Stefan Lanka no pierde oportunidad de proclamarse, cada vez que tiene oportunidad, como descubridor del virus Ectocarpus silicosus . Y de paso, nos recomienda también ese excelente producto tibetano que se comercializa en Suiza, el Patma-28.
Otros no intentan ni siquiera escudarse tras credenciales académicas mas o menos “convencionales” (como Lanka con su virus). El personaje más ilustrativo de esta tendencia es el archiconocido Dr. Ryke Geerd Hamer, autor de la imaginaria y celebradísima (por sus creyentes) “Ley de Hierro del Cáncer”, descubridor de los no menos imaginarios Focos de Hamer y del Síndrome Dirk Hamer, y actualmente en prisión por infracciones a la Ley de la práctica médica. No es este el lugar para detallar las extensas y enrevesadas ideas de Hamer sobre el SIDA, que no son otra cosa que una heterogénea mezcla de reinterpretaciones y plagios de los argumentos de Duesberg con la Ley de Hierro. Según parece, Hamer considera que el SIDA es conflicto de desvalorización consigo mismo, ocasionado por el diagnóstico de un paciente como seropositivo (“¡sólo se convierte en víctima del S.I.D.A. quien sabe que es seropositivo o cree serlo!” – afirma). Por lo visto, Hamer es el que ha ido más lejos al plantearse la etiología del SIDA; la causa no es un virus, sino el mismo diagnóstico (bueno, pero esto no es tampoco original; el grupo de Reppraising AIDS ya había hablado del “terror psicosomático inspirado por un diagnóstico de seropositividad al HIV”). Mas tarde, la perversa medicina oficial se encargará de liquidar al paciente por medio de sus pócimas nocivas (idea, por otra parte, nada nueva entre los devotos del alternativismo). ¿Qué tratamiento ofrece Hamer? Por supuesto, la “Nueva Medicina”, inventada por él mismo. ¿No suena todo esto conocido?
La “ayuda” de estos supuestos herejes no hace sino caricaturizar la postura de los auténticos disidentes. Y es de prever que a corto plazo, de mantenerse la tendencia actual, lleguen incluso a convertirse en mayoría. Con lo que algo que comenzó como una lucha por un debate científico abierto terminará por convertirse en uno más de los grandes mitos de las pseudomedicinas.
La evidencia epidemiológica respalda con mucha más fuerza la etiología infecciosa que la tóxica; para hacer encajar a esta última hay que apelar a argumentos forzados, como ocurre con las diferentes “soluciones” que se ofrecen para cada grupo de riesgo en particular: los homosexuales por los nitritos de amilo, los drogadictos intravenosos por el abuso de fármacos, los hemofílicos por la inmunosupresión por las transfusiones, el SIDA infantil por las madres adictas... Y lo peor es que ninguna de estas propuestas se sustenta cuando se estudian en profundidad, empezando por su inconsistencia epidemiológica.
El hecho es que aparece una nueva enfermedad, y poco después se descubre un virus completamente nuevo. El virus solo afecta al 0,3 % de la población, pero dentro de ese mínimo porcentaje se encuentran todos los casos que muestran un patrón inmunológico y un espectro clínico característicos. El virus se aísla, se cultiva, se clona y se secuencia; tres laboratoristas se inoculan accidentalmente con él y enferman. La enfermedad se transmite por vía sanguínea, pero solo si el donante está infectado por el virus. Mujeres heterosexuales sin ningún factor de riesgo tóxico enferman al mantener relaciones sexuales con un infectado. Hijos de madres con infección por el virus desarrollan también la enfermedad.
¿Errores y fallas en la posición “oficial”? Muchísimos, sin duda. Empezando por la forma en que se dio a conocer el supuesto descubrimiento del virus por Gallo, en una aparatosa rueda de prensa, sin dar lugar a que otros investigadores contrastaran previamente los hallazgos o que los sometieran a revisión crítica. Por no hablar de las absurdas expectativas que se crearon tras este anuncio, haciendo parecer que una vacuna o una cura estaban prácticamente al alcance de la mano. También la apresurada aprobación del AZT sin un adecuado respaldo experimental, quizás como un modo de intentar demostrar que al fin y al cabo se estaba haciendo algo y cediendo a la presión del momento.
Pero nada de esto influye particularmente para que Duesberg tenga que tener
razón. Solo demuestra que los hombres de ciencia son falibles (cosa sabida desde
hace mucho) y en especial cuando comienzan a hacer “ciencia” en base a
consideraciones políticas o de relaciones públicas.
La posición de los
“heréticos” trasciende el mero debate científico o académico. Nadie puede
criticar que se exija un controversia abierto sobre cualquier tema, pero existen
peligros muy reales en este caso en particular. Decir que el SIDA no es una
enfermedad infecciosa o que el HIV no existe puede echar por tierra todos los
esfuerzos de prevención y crear una falsa sensación de seguridad. Y el precio a
pagar sería muy alto.
Faltarían sin duda muchas cosas que decir. No falta quien afirme (sin el mas
mínimo apoyo documental) que el HIV fue diseñado en un laboratorio durante la
guerra fría, con la finalidad de servir de arma biológica. O que es un castigo
divino a las prácticas homosexuales y demás conductas pecaminosas. El SIDA da
para todo, en especial si se es devoto de las teorías conspiranoicas y se carece
de algunos conocimientos elementales sobre el tema. Es indudable que existe
gente capaz de creer en ideas tan absurdas como estas, como es capaz de creer en
las fantasías de los ovnis, en el biorritmo y en las pirámides. Pero ese es ya
otro tema.
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