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Voces colaterales:
juicio a la Fundación Joxemi Zumalabe y a la desobediencia civil
Entrevista con Patxi Azparren, Sabino Ormazabal, Pepe Uruñuela y Mikel Zuloaga

Montserrat Galcerán   Amador Fernández-Savater   Hibai Arbide Aza

Mayo de 2005

Conocimos a los entrevistados durante las «terceras jornadas sobre desobediencia civil no violenta» que tuvieron lugar el otoño pasado en Donosti, a las que acudimos como invitados y curiosos. Ya sabíamos de su caso, pero tras escuchar su historia de viva voz, agravado el timbre de la narración por la inminencia del juicio que pende sobre sus cabezas, convinimos en la necesidad de difundir los hechos fuera del País Vasco. En un contexto de guerra global permanente, los que queremos un mundo más justo no sólo deberíamos preocuparnos del problema a largo plazo de crear nuevas instituciones de democracia desde abajo, sino también del problema inmediato de salvar las astillas y fragmentos que restan del liberalismo -libertad de palabra, garantías contra la autoridad arbitraria, separación de poderes-, sin las cuales terminarán los experimentos democráticos de cualquier otro tipo.

El testimonio de estas cuatro voces no tiene más legitimidad que el de muchas otras enmudecidas y silenciadas en el País Vasco por los tribunales de excepción o las balas del terror. Pero comparten con nosotros un espacio mental y político, el interés por las dinámicas sociales autoorganizadas, por los movimientos de base como espacios públicos donde reinventar una ciudadanía activa, por la desobediencia civil como comportamiento ético y político que se sustrae a la lógica de guerra, por la absoluta necesidad de trascender el modelo binario de razonamiento y aprender a distinguir, discernir y matizar: esa cualidad esencial del pensamiento tan exaltada por Hannah Arendt y que se confunde hoy muchas veces con el ejercicio pusilánime de la «equidistancia». Las cuatro voces que van tejiendo esta conversación virtual son también heterogéneas, diversas, singulares. Es muy grato encontrarse en el País Vasco con asociaciones que hablen sobre cuestiones tan graves con voces tan diferentes, sin que eso sea un problema o una debilidad, sino una riqueza.

Entre otras muchas, estas cuatro voces han sido víctimas de la actualización contemporánea de aquella estrategia contrainsurgente que recomendaba «desecar el pantano» para acabar con la guerrilla, es decir, que cifraba el éxito antiterrorista no tanto en el acoso al enemigo, como en la destrucción del «entorno» físico y social que lo sustenta. Por supuesto, el «entorno» nunca ha tenido una definición precisa, siempre ha sido (a voluntad) amplio y difuso, un concepto instrumental e hipertrofiado que ha justificado la neutralización generalizada de libertades democráticas y derechos humanos: Vietnam, Laos o Camboya así lo atestiguan. La hipótesis del entorno también ha producido en el País Vasco muchos «daños colaterales», que no deberíamos ver como simples «errores» sino más bien como el correlato lógico de una estrategia política. Patxi, Mikel, Sabino y Pepe fueron apresados y encarcelados sin garantías judiciales sólidas ni acusaciones personales sostenibles, fueron vinculados de manera brumosa y absolutamente escandalosa a una organización terrorista cuyas prácticas rechazan radicalmente y su nombre y dignidad fueron mancillados por la mayoría de medios de comunicación, que se ciscan cotidianamente en el «derecho a la presunción de inocencia».

El terrorismo reticular no se combate considerando los derechos democráticos como si fueran en primer lugar intersticios que permiten delinquir, sino por el contrario siendo más riguroso y transparente que nunca en las imputaciones, los procesos, las medidas. De nuevo debemos decir muy alto que arrojar a la cárcel como terroristas a personas que construyen iniciativas absolutamente públicas, sin ninguna dimensión clandestina o violenta, es algo que no está ni en el cielo ni en la tierra y que debiera hacer pensar a cualquiera, más allá de su adscripción política.





Para empezar, contadnos la trayectoria, la historia de la Fundación Joxemi Zumalabe y vuestra reflexión sobre la pertinencia de impulsar el asociacionismo ciudadano en el País Vasco.

Sabino Ormazabal: Es un proyecto que tiene un inicio de película romántica. Que en una sociedad tan competitiva, egoísta y consumista alguien sea capaz de deshacerse de una herencia familiar y la ponga a disposición del bien común, no es un mal comienzo de película. Es un ejemplo del carácter social que se le imprime desde el primer momento a una Fundación que nace hace unos diez años con el fin de impulsar la reflexión, el mutuo conocimiento y el trabajo en común de los movimientos sociales.

Joxemi Zumalabe fue un amigo común a los promotores y sus integrantes son personas que se identifican con diferentes ámbitos, prácticas y culturas que dan pluralidad y enriquecen la Fundación desde perspectivas variopintas. Para el patronato se buscaron personas con trayectorias diversas y las hay conocedoras o provenientes del movimiento obrero, vecinal, ecologista, juvenil, universitario...

Pero la Fundación, como tal, no hace campañas ni coordina ni representa a nadie. Se pone a disposición de los grupos mediante un boletín en el que consta la agenda y el trabajo de los diversos movimientos; y ha organizado diversas jornadas de debate sobre consumo alternativo, el papel de la izquierda, la posición de los movimientos ante la participación institucional, la ordenación del territorio, los modelos de desarrollo...

Además, potencia la información, el conocimiento y el intercambio transversal, para lo que elaboró una guía con miles de grupos y sus actividades.

Por el carácter abierto y el prestigio ganado, a la Fundación se le suele demandar un papel de intermediación entre grupos y ha ofrecido su labor en ámbitos como el Foro Social («Otro mundo es posible»), en los encuentros «Mundua Euskal Kulturan» (un foro de conocimiento entre asociaciones de inmigrantes y asociaciones culturales del País Vasco), en Arrosa (un proyecto que abarca a cuarenta radios libres y locales).


Patxi Azparren: Uno de esos encuentros fueron los anuales denominados «Herria Mugi», jornadas de debate autogestionadas por buena parte de los movimientos sociales vascos. En las jornadas de 1999 fui uno de los representantes de Autodeterminaziaren Biltzarrak (ABK), movimiento social en el que milito desde su fundación en 1996... ABK es un movimiento social modesto pero que por alguna de sus características ha resultado atractivo para algunos, molesto para otros. Con reconocida independencia y pluralidad, nos hemos caracterizado por la defensa de la acción noviolenta y por proponer la desobediencia civil para ejercitar el derecho a la autodeterminación.

Procedentes de diferentes tradiciones políticas, en nuestra acción ha tenido especialmente fuerza la impronta antimilitarista. Nuestra práctica se ha dirigido hacia la desmilitarización y civilización del conflicto para acabar con todas sus expresiones violentas, a la vez que tratamos de ayudar a abrir un proceso autodeterminante civil y participativo.

[En cuanto a la segunda parte de la pregunta] impulsar el asociacionismo ciudadano tiene interés en cualquier lugar del planeta incluidos los Estados con democracia parlamentaria multipartidista. Entretejer una red social independiente y crítica es imprescindible para evitar regímenes partidocráticos y democracias raquíticas. La participación ciudadana directa en las decisiones y en el proceso de transformación social es una de las tareas del asociacionismo de cualquier lugar. En Euskal Herria, donde se da una situación de ebullición política permanente, tiene más importancia aún si cabe, un tejido asociativo independiente tupido. Si a este factor añadimos que en Euskal Herria sufrimos un conflicto político con expresiones violentas, multigeneracional y multilateral, el empeño por lograr una sociedad civil activa tiene especial atractivo.


En octubre de 2000 sois detenidos dentro de la «Operación Itzali» (apagar) coordinada por Baltasar Garzón. ¿Cómo sucede?

Sabino Ormazabal: Tú has sido detenido a altas horas de la madrugada; tu casa ha sido registrada por personas uniformadas, armadas y encapuchadas; tu familia, alterada; eres fotografiado en la calle («¡quitadle, quitadle el anorak de la cabeza!») y apareces calificado de terrorista en los medios; te llevan esposado y tapado a Madrid, y allí te vuelven a sacar fotografías y te fichan antes de poder decir «¡hola!»; te encierran en una celda, aislado, no sabes qué es lo que pasa... Una vez en la Audiencia Nacional, la declaración ante Garzón es de tralla. El juez no te mira siquiera a los ojos. Ya tiene escrito el auto de acusación, digas lo que digas.

Mikel Zuloaga: Soy el último de los detenidos (casi un mes después). Me había declarado públicamente autor de un trabajo sobre la desobediencia civil denominado «Piztu Euskal Herria», por el cual habían detenido a diversas personas de la Fundación Joxemi Zumalabe. Nada más enterarme de las detenciones me puse a disposición judicial.

Pero como era de esperar, Garzón no me llamó a declarar, sino que envió a la policía a detenerme. Para acusarme de colaborar con ETA, precisaba preparar el terreno, nadie acusado de colaboración con ETA puede llegar a la Audiencia por su propio pie. Y yo debía entrar en ese esquema, si no el argumento de la operación se desbarataba.

Llegaba a casa de Bilbao con mi niño cuando la detención. Después de un forcejeo, me arrastran a una furgoneta donde recibo repetidos golpes.

Me llevan a la comisaría de Indautxu. Desde que en edad escolar me detuvieran por organizar manifestaciones en contra de las ejecuciones del anarquista catalán Puig Antich y el vagabundo polaco Heinz Chez, varias veces he pasado por esta comisaría con diferentes resultados: en una de las «visitas» me torturaron con electrodos.

En comisaría me reciben con bofetadas y la amenaza de los electrodos. Veo a alguno de los policías que hace 20 años estaba en los interrogatorios. Esto parece que no ha cambiado. Me bajan al calabozo. Se repetían escenas anteriores. El miedo se apodera de mi cuerpo. Las piernas no me responden. Una crisis de ansiedad hace que golpee con la cabeza las paredes. No me reconozco. Existe una disociación entre la mente y el cuerpo. Me autolesiono. Viene uno que dice ser forense. No me fío. Entran un número indeterminado de policías, me cogen de los testículos, brazos, piernas, cabeza. Me inmovilizan y me inyectan no sé qué. Nadie me pregunta nada. Me acurruco en la esquina, temo por lo que me pueda pasar por la noche... cuando dejen entrar a mi compañera. Creo que todo es montaje. Me quedo seco (dormido, supongo, por efecto de la inyección) hasta que de noche me trasladan a Madrid esposado.

Intento contar algo de esto al juez Garzón, hace como si no se enterara. Esta vez no me torturaron, pero desde que me pusieron los electrodos tengo un «tic» que se reproduce en momentos determinados. Éste fue uno. Sin comer desde el día anterior me toman la declaración. En los calabozos pienso en mi hijo, imploro para que lo sucedido no le cree odio.


La investigación policial sobre las actividades de la Fundación llevaba en marcha desde 1998: ¿teníais alguna noticia o intuición sobre lo que iba a ocurrir?, ¿había algún dato nuevo en la situación política del País Vasco que contribuya a esclarecer el porqué de la investigación?

Sabino Ormazabal: Ninguno de nosotros hubiese pensado que podía suceder algo así. Pero sucedió, como anteriormente se dieron otros operativos y posteriormente se ha continuado con nuevas detenciones, cierre de periódicos y radios...

Ni todos los sumarios son lo mismo ni todo se puede meter en el mismo saco, como lo hacen Garzón y el Ministerio del Interior. Sin embargo, todos ellos tienen un hilo conductor y la acusación es común a todos los autos instruidos por la Audiencia Nacional: hubo un tiempo en que decían que la disidencia estaba dirigida y pagada por el oro de Moscú, luego vino la tesis del entorno y ahora la de que todo es ETA o todo lo que no está en el Pacto Antiterrorista está a su servicio.

Ese es el contexto. Pero la Fundación no estaba en esos parámetros. Por eso no intuíamos nada. Es por ello que una primera tesis pudiera ser la del error. En aquel entonces decían querer actuar contra el aparato financiero de ETA y es posible que el hecho de que la Fundación contara con algo de dinero les llevara a actuar a ciegas y, una vez metida la pata, y comprobada la transparencia de la donación y de las cuentas, no supieran cómo sacarla. Esa sería la tesis magnánima, la del error.

Una segunda tesis podría ser la de que como todos los caminos pasan por Roma, en ese echar la red contra todo lo que «da alas al terrorismo» quisieran quitar de en medio a unos cuantos que no han hecho en su vida más que dar guerra desde los movimientos sociales: así se mete miedo al resto y se paralizan de paso varias asociaciones y actividades, poniendo en vilo un tejido social variopinto. Una tercera tesis, la más maliciosa, sería la de que estando en un periodo de tregua, como en el que se estaba cuando nos detuvieron, a nadie se le ocurriera ofrecer alternativas para mantener el conflicto por otros medios, aunque esos medios fueran no violentos.


¿De qué se os acusa? ¿qué pruebas presentan contra vosotros?

Sabino Ormazabal: La tesis acusatoria es ésta: que la Fundación y el taller de desobediencia civil surgido de aquellas jornadas del 99 constituyen «el instrumento organizativo del que ETA-Ekin se vale para desarrollar su proyecto Piztu, de desobediencia y de desconexión con el Estado legítimo, persiguiendo los objetivos de subvertir el orden constitucional y de crear espacios de contrapoder». Textual.

Pepe Uruñuela: En mi caso concreto, se llega a decir que soy dirigente de EKIN, algo que me resulta especialmente increíble y doloroso, porque no es ya que no sea dirigente de esa organización, sino que mi línea política nada tiene que ver con la suya, siendo nuestros planteamientos la mayoría de las veces contrarios en aquellos foros en que hemos coincidido. Yo habitualmente me he movido en movimientos de tipo libertario que nada tienen que ver con una organización tipo EKIN.

En cuanto a pruebas, puedo afirmar con rotundidad que no existen (no podían existir siendo falsa la acusación) y que la acusación se basa únicamente en informes policiales. Presumiblemente, la prueba más objetiva que presentan es que, al parecer, en un registro practicado a un miembro de ETA le fue intervenida una ponencia que también se presentó en unas jornadas de la Fundación. Hay que decir que la persona que presentó esta ponencia en las jornadas asumió plenamente su autoría, pero eso sólo sirvió para que también le detuvieran sin que modificaran su acusación sobre los demás.

Mikel Zuloaga: Pertenecer a ETA es más una lotería que algo determinado por uno mismo. Esto no es algo retórico. El fiscal Molina recientemente ha calificado: en esta tómbola de las injusticias, unos somos colaboradores (10 años), pero el colmo es que a otros compañeros, Mario Zubiaga, Pepe Uruñuela, Alberto Frías y Carlos Trenor, por la misma causa (o sea por ninguna), se les acusa de pertenencia a banda armada (12 años). Una auténtica sinrazón.

Patxi Azparren: La acusación, seis años después, está aún hoy sin estar definida para cada acusado. Luis Barinagarrementeria y yo hemos sido recientemente sobreseídos, tal como fuimos acusados y encarcelados, sin explicaciones.

Sabino Ormazabal: Si no fuera porque podrían acusarme de reincidir en delito, y por eso no lo hago, animaría a cualquier persona que esté leyendo estas líneas a hacerse con una copia de «Piztu» y a leer pausadamente ese texto que dicen ha sido escrito por ETA, y después que juzgase por sí misma. «Piztu» puede gustar más o menos, pero no lo ha hecho ETA, por mucho que lo diga Garzón.


¿Cómo fue vuestro paso por la Audiencia Nacional?

Mikel Zuloaga: Garzón me trató con despecho. La simpatía que requiere por el caso Pinochet contrasta con la indefensión jurídica cuando se ocupa de «lo vasco». Su discurso seudo-pacifista se contradice con la lógica de guerra que aplica cuando se aproxima al Norte. Es un juez atrevido, pero un mal juez.

En la Audiencia, el abogado defensor es un convidado de piedra, no puede ni hablar, no puede defenderte. La ley antiterrorista se lo impide.

Entre otras cosas le dije al juez que ojalá la ponencia Piztu la tuviera ETA, porque entonces debía abandonar la lucha armada, al ser prácticas antagónicas.

Cuando volví al calabozo estaba contento. Lo sabía, no había nada que me pudiera incriminar. Cuando en la celda llegó el «auto judicial», creía que se habían confundido de persona. Me acusaban de ser responsable de ETA. Era un «auto» redactado al revés. Sacaba las conclusiones y luego aportaba un refrito de cosas inconexas que me recordaban a El proceso de Kafka.

La Audiencia Nacional es un tribunal de excepción que se comporta por pálpitos políticos. Siempre hay que desconfiar de los «juicios en masa», y no hay que ser jurista para detectar en la Audiencia Nacional una falta de garantías procesales y rigor jurídico donde las acusaciones son más dogmas de fe que pruebas reales.

¿Cómo reaccionan la sociedad civil vasca y española a vuestras detenciones?

Patxi Azparren: La gran mayoría de la sociedad española, excepto la gente de los sectores ecologistas, antimilitaristas, etc., que nos conocía personalmente, aceptó íntegramente la versión policial servida en el telediario de las 15:00: «éramos unos terroristas».

Sabino Ormazabal: La respuesta en el País Vasco es impresionante. Mil setecientas personas se presentan en los juzgados y dicen que piensan y hacen lo mismo que las personas detenidas. Y dicen algo más: «Garzón persigue principios y actuaciones legítimas y legales, atacando la libertad de expresión y de conciencia». Nos consideran como presos de conciencia, y así me siento yo también. Amnistía Internacional da cuenta de nuestro caso en su informe anual. Decenas de cartas y artículos de apoyo arropan al conjunto de las personas detenidas; una gran manifestación de miles de personas en Donostia... Todo ello cuestiona la estridente acusación.


¿Cómo fueron vuestras estancias en prisión?

Patxi Azparren: Yo estuve un mes, un mes «sólo» he de decir, porque otros compañeros estuvieron ocho meses y porque decenas de personas acusadas injustamente de pertenencia a banda armada están sufriendo cuatro años de prisión preventiva y no son pocos los que tiene ya condenas firmes y aplicadas en régimen especial y bajo la política de dispersión.

Tan sólo me acerqué un poco a ese mundo, que conocía por los insumisos presos. No tuve un trato especialmente malo, se dieron situaciones incomodas en más de una ocasión y fue doloroso lo impunemente que te pueden arrancar los derechos adquiridos por tantas generaciones de luchadores de todos los países.

Sí me resultó esclarecedor ver «in situ» la situación de los presos vascos dispersados y no menos la situación de los presos sociales arrinconados fuera de una sociedad que en la mayoría de los casos no ha sabido darles opciones para llevar una vida digna y satisfactoria y a los que no ofrece otra solución que la «condena y el castigo».


Mikel Zuloaga: El colectivo de presos políticos vascos me recibió con ternura. Me cuidó en todo momento. Nada más entrar fui internado en celdas de aislamiento. Un régimen especial reservado a «terroristas» y presos «peligrosos». Un régimen duro que me recogió en la lectura. Leí mucho, desde Homero, Shakespeare, Sartre o Kerouac, a Berger, Monterroso, Rivas, Sastre, Monzó, Atxaga o Sarrionaindia, entre otros. Los presos fueron mi refugio. Mis amigos. Aprendí mucho. Los presos sociales fueron una escuela titulada: la cárcel, un régimen injusto.


Sabino Ormazabal: Respecto a mí, supuso una experiencia impactante. La vida diaria en las prisiones es una constante lucha por la dignidad.


Pepe no llegó a entrar en prisión.


¿Qué perspectivas tiene el juicio que dará comienzo en algún momento de este año?

Mikel Zuloaga: En el sumario 18/98 convergemos diversas tribus políticas y sociales unidas por el juez Baltasar Garzón y la Audiencia Nacional. Un sumario que pretende crear jurisprudencia con «la tesis del entramado de ETA», un saco en el cual toda expresión social no controlada es susceptible de ser catalogada como «colaboración» o «pertenencia» a banda armada. El sumario va a escenificarse en diversos macrojuicios. Para contrarrestar estas actuaciones estamos construyendo los pilares de una campaña no tradicional bautizada «18/98 +». Un «más» que significa transversalidad con otros sumarios (Haika, Egin, Udalbiltza, Egunkaria...). Una carpa común en la que cada pieza y sumario es libre de realizar su propia campaña, juntándonos para unas pocas acciones (Congreso de Juristas Internacionales, manifestación, charlas). Al grupo de encausados se unen otras personas de diferentes sensibilidades (no siglas), en un grupo de trabajo flexible, amplio y abierto. Tomamos la comunicación como eje de la campaña, una interlocución con todos los agentes sociales, políticos, sindicales, culturales, religiosos... Se eleva la campaña a instancias y agentes de ámbito estatal e internacional.

Pepe Uruñuela: En mi caso concreto vamos a organizar la campaña desde Navarra una serie de gente que puede representar un poco el tipo de movimientos alrededor de los cuales yo me he movido siempre. Hubiéramos preferido un tipo de campaña unitaria de todos los miembros de la Fundación, pero no ha sido posible. La discrepancia fundamental ha sido si el enfoque del juicio y de la campaña debía ser conjunto de todos los implicados en el 18/98 o autónomo de la Fundación. Por diversas razones, yo me inclinaba por esta última postura y, al no haber acuerdo, voy con una defensa aparte.


Los movimientos sociales en el País Vasco están sometidos a una doble presión: la incuestionable politización de la justicia (una prevaricación casi sistemática) y la instrumentalización que la Izquierda Abertzale hace de todo el espectro de la movilización social. En un contexto tan saturado y codificado por la violencia de ETA, ¿cómo podría la desobediencia civil pacífica abrir espacios que permitan respirar?

Patxi Azparren: Sin duda, los movimientos sociales en Euskal Herria han estado sometidos a una doble presión procedente de la bipolarización extrema. Cuando en un conflicto político el protagonismo pasa a manos de los agentes legales o ilegales que practican la violencia, deja de quedar espacio para los matices, para las acciones civiles, para propuestas diferentes, se «sacraliza» la actividad política, unos hablan de condenas, otros mitifican el sacrificio.

Los agentes políticos, mediáticos y armados han dificultado enormemente el desarrollo libre de actividades alternativas, pero no es menos cierto que son precisamente grupos y asociaciones que escapaban de esa maraña los que han conseguido resultados más duraderos en cultura, euskera, asociacionismo, pacifismo, antimilitarismo, defensa medioambiental, sindicalismo...

Por otra parte, para conocer mejor la situación actual, no puedo dejar de mencionar que ese escenario bipolar y mortal ha sufrido unos cambios radicales desde 1998, desde el Acuerdo de Lizarra-Garazi (Acuerdo de Estella), aunque hay poderosos agentes sociopolíticos y económicos que siguen empeñados en hacernos volver al escenario de confrontación permanente.

Desde el acuerdo mencionado, algo cambió en el panorama político vasco y en nuestras mentes. Se vio y se sintió que el conflicto violento no tenía ese carácter crónico al que querían que nos resignáramos. Se abrió una puerta a una solución.

Sabino Ormazabal: En el País Vasco pasa como en todos los sitios. El que tiene una concepción leninista de los movimientos trata de utilizarlos para sus objetivos partidistas. Pero eso no es nuevo ni se circunscribe a una única sigla o movimiento. Hay mil anécdotas para poder contar sobre lo que hacen unos y otros, incluso colectivos que se declaran apartidistas o teóricamente libertarios.

Yo nunca he pertenecido a un partido político. Tampoco he sido ni de KAS ni de Ekin, ni de ninguna vanguardia. Pero cuando mi generación entró a pelear en los distintos movimientos sociales ya existía para entonces el conflicto violento tal y como ha perdurado hasta ahora. Nuestra generación se pringó en los temas sociales estando ETA actuando. Si hubiéramos rehusado a hacerlo porque no se puede reivindicar nada hasta que ETA no deje las armas, muchas de las conquistas sociales conseguidas en estos años no hubieran tenido lugar.

La desobediencia civil tiene un campo abierto por delante. Eso es lo que se empezaba a discutir cuando fuimos detenidos. Así lo creía entonces y así sigo creyéndolo ahora.

Pepe Uruñuela: Para mí, uno de los grandes fallos que se cometen en el sumario es el de identificar movimientos sociales con lo que se conoce como Movimiento de Liberación Nacional Vasco, porque muchas de las personas que participamos en los primeros no tenemos nada que ver con el segundo y estamos en desacuerdo con muchos de sus planteamientos.

En la vida real ocurre muchas veces lo mismo. Un fenómeno al que hemos tenido que hacer frente muchas veces es al intento de monopolizar una serie de movimientos en cuanto han empezado a tomar una cierta fuerza: el ejemplo más paradigmático es el del movimiento de objeción de conciencia, que en un primer momento era incluso mal visto desde la izquierda abertzale y, cuando se comprueba el arrastre social que tenía, se trata de monopolizar.

De ahí esa doble presión de la que habláis. Por un lado, al utilizar unas prácticas de desobediencia civil tienes que arrostrar las consecuencias jurídicas que ello acarrea de enfrentamiento con la justicia. Por otro, tienes que luchar también desde dentro para evitar que tu movimiento sea identificado con otro con el que no estás de acuerdo.

Por eso me parece muy significativo lo que aquí ocurre. Que se te acuse de ser de ETA por defender actitudes de desobediencia civil cuando estás en contra de la actividad de ETA.

Aun así, yo quiero ser optimista respecto a la actitud social. Efectivamente, la sociedad cada vez es más sensible a este tipo de actitudes no violentas que cuestionan el sistema y luchan desde abajo llegando a la gente y más contraria a políticas de guerra, que creo muy desprestigiadas. Y creo que en ello han tenido mucha culpa estos movimientos sociales de resistencia, que han hecho una labor muy eficaz.

Mikel Zuloaga: Es hora de dar pasos irreversibles por parte de todos y que la lógica militar se trasforme en civil. Son momentos de cambio, de transformación de los modelos, de transición, de construcción de una sociedad nueva y plural desde el respeto a todas las personas y a todos los derechos humanos. Y deseo remarcar lo de todos los derechos humanos sin excepción y todas las personas sin exclusión (incluidos los emigrantes).

Es contradictorio (y una barbaridad) hablar de democracia y a la vez practicar la tortura, cerrar un periódico o ilegalizar un partido. Como es contradictorio (y una barbaridad) hablar de pluralidad, libertad de ideas y atentar contra un concejal.

Mucha democracia es posiblemente una solución. Le escuché al escritor John Berger que el Subcomandante Marcos le contaba algo similar a esto (recojo de memoria): en un mundo representado como un laberinto de altos muros había un hombre intentando romper la pared, golpeándola persistentemente con la cabeza. Un señor se aproximó y le dijo que ese no era el método adecuado, que cogiera un martillo. Pero el hombre le contestó que aquellos muros sólo se podían derrumbar con la cabeza.

Y en eso estamos.



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