El universo digital abre nuevas posibilidades para la difusión de la cultura pero los productores culturales (discográficas, editoriales...) tratan de subyugar la innovación tecnológica para perpetuar su statu quo.
Imagine un mundo en el que no puede grabar su serie favorita porque no existen
los vídeos. Un mundo en el que la única forma de escuchar música es comprando
discos porque las radios no emiten ni una canción.
Podríamos vivir en un mundo así, un mundo en el que el acceso a la cultura es
mucho más limitado que actualmente si los productores culturales
(editoriales, discográficas, productoras de cine, sociedad de gestión de
derechos de autor, etc.) hubieran tenido éxito cada vez que han intentado
prohibir e ilegalizar una nueva tecnología del conocimiento que les
atemorizaba.
Las batallas del pasado nos dicen mucho de la guerra por la propiedad
intelectual del presente. Cuando las radios comenzaron a emitir música
enlatada (grabaciones) a mediados de la década de los treinta los músicos que
hasta entonces se ganaban la vida tocando en directo en las emisoras se
opusieron. ¿De qué iban a vivir si la radio usaba grabaciones?.
En el caso del vídeo fueron los productores de cine, Warner Bros. para más
señas, los que llevaron a principios de la década de los ochenta a Sony ante
los tribunales con la intención de ilegalizar esta tecnología. Su argumento
era simple: el vídeo permitía copiar contenidos (películas) que«eran suyos».
La respuesta del tribunal fue sencilla: el vídeo permitía también grabar
películas para verlas más tarde, un uso en su opinión legítimo. Desde luego,
las productoras no imaginaban el suculento partido económico que sacarían con
el tiempo al vídeo. La mitad de los ingresos que obtienen actualmente
provienen de la venta de cintas.
Son sólo dos ejemplos, entre muchos. La misma actitud reaccionaria y
tecnofóbica han mantenido los productores culturales frente a desarrollos como
las fotocopiadoras, los reproductores de música digital, el DVD, la televisión
digital, etc.
El alcance de la cultura, las formas de acceder a ella, de usarla, de
compartirla y de transformarla ha estado siempre limitado por su sustrato
material (las tecnologías del conocimiento). Cada nueva máquina de
conocimiento (desde los ordenadores a la radio, pasando por el vídeo, la
imprenta, la televisión...) ha roto alguna de esas barreras y ha abierto
nuevos mundos posibles para la cultura.
Internet y el universo digital suponen la emergencia de un mundo de
posibilidades. Pero en esta ocasión el cambio que se produce es diferente
porque afecta a toda la cultura (no sólo a un sector) y porque es una
revolución abierta, permanente, inacabada.
Las empresas y los mismos usuarios no dejan de desarrollar nuevas formas de
acceder a la cultura, usarla, difundirla... desde la redes P2P
(peer-to-peer) para el intercambio de ficheros hasta el formato de
música MP3, el DivX, etc. El universo digital es un espacio
extraordinariamente fértil para la innovación, una innovación que con cada
desarrollo habilita nuevos escenarios para la cultura.
Nuestras sociedades se enfrenta a un desafío sin precedentes. Cuando la
tecnología abre la mayor de las posibilidades para que se reconfiguren las
posibilidades materiales de la cultura, sus formas de acceso, de uso, de
distribución etc. los productores culturales lanzan su mayor ataque contra el
desarrollo tecnológico. Su objetivo es perpetuar el modelo existente aunque
sea a costa de sacrificar la innovación como trataron de hacerlo con las
radios, con el vídeo, con cada nueva tecnología que sentían que les amenazaba.
Su intención es someter el desarrollo tecnológico, subyugarlo, acabar con los
nuevos mundos posibles.
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