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MUCHAS PERSONAS EN EL NEGOCIO de los ordenadores lo han pasado mal para vérselas con Be, Incorporated, por el simple motivo de que no parece tener ningún sentido. Se fundó a finales de 1990, lo cual lo hace más o menos contemporáneo de Linux. Desde el principio se ha dedicado a crear un nuevo sistema operativo que es, por su diseño, incompatible con todos los demás (aunque, como veremos, es compatible con Unix en algunos aspectos muy importantes). Si una definición de celebridad es la de alguien que es famoso por ser famoso, entonces Be es una anticelebridad. Es famoso por no ser famoso; es famoso por estar condenado. Pero lleva condenado muchísimo tiempo.

La misión de Be podría tener más sentido para los hackers que para otra gente. Para explicar la razón tengo que exponer el concepto de cruft,1 que para los que escriben código es casi tan aberrante como una repetición innecesaria.

Si han estado en San Francisco habrán visto viejos edificios que han sido sometidos a actualizaciones sísmicas, lo cual frecuentemente significa que se han erigido grotescas superestructuras de acero moderno alrededor de edificios construidos, por ejemplo, en un estilo clásico. Cuando lleguen nuevas amenazas --si tenemos otra Era Glacial, por ejemplo --podrán construirse capas adicionales de tecnología todavía más alta, a su vez, alrededor de estas, hasta que el edificio original sea como una reliquia en una catedral --un pedazo de hueso amarillento incrustado en media tonelada de un bonito amasijo decorativo.

Se pueden tomar medidas análogas para hacer que viejos sistemas operativos renqueantes sigan funcionando. Se hace todo el tiempo. Remendar un viejo sistema operativo desgastado debiera verse simplificado por el hecho de que, a diferencia de los viejos edificios, los sistemas operativos no tienen ningún mérito estético o cultural que les haga intrínsecamente dignos de salvarse. Pero en la práctica no funciona así. Si trabajan con un ordenador, probablemente hayan personalizado su escritorio, el entorno en el que se sientan a trabajar cada día, y se han gastado mucho dinero en software que funciona en ese entorno, y han dedicado mucho tiempo a familiarizarse con el modo en que todo funciona. Esto lleva mucho tiempo, y el tiempo es dinero. Como ya mencioné, el deseo de simplificar las interacciones con las tecnologías complejas a través de la interfaz, y de rodearse de enanitos de jardín y figuritas de Lladró virtuales, es natural y omnipresente --presumiblemente una reacción contra la complejidad y formidable abstracción del mundo informático--. Los ordenadores nos dan más opciones de las que realmente queremos. Preferimos elegir una sola vez, o aceptar la configuración por defecto que nos dan las compañías de software, y dejar las cosas tranquilas. Pero cuando un sistema operativo se cambia, todo se desmadra.

El usuario medio de ordenador es un anticuario tecnológico al que realmente no le gusta que las cosas cambien. Es un profesional urbano que acaba de comprarse un precioso chalet adosado y está poniendo los muebles y la decoración, y reorganizando las alacenas, de tal modo que todo esté bien. Si es necesario que una banda de ingenieros hurguen en el sótano reforzando los cimientos para que puedan soportar la nueva bañera de hierro con patas, metiendo nuevos cables y tuberías en las paredes para instalar electrodomésticos modernos, bueno, que así sea --los ingenieros son baratos, al menos cuando millones de usuarios de sistemas operativos se reparten el coste de sus servicios.

Igualmente, a los usuarios de ordenador les gusta tener el último Pentium, y poder navegar por la red, sin alterar las cosas que les hacen sentir como si supieran qué demonios está pasando. A veces esto resulta posible, de hecho. Añadir más RAM al sistema es un buen ejemplo de una actualización que probablemente no estropee nada.

Por desgracia, muy pocas actualizaciones son así de pulcras y sencillas. Lawrence Lessig, que fue durante un tiempo Maestro Especial en el pleito antimonopolio del Ministerio de Justicia contra Microsoft, se quejaba de que había instalado Internet Explorer en su ordenador, y al hacerlo había perdido toda su lista de páginas favoritas (su lista personal de señales que usaba para navegar por el laberinto de Internet). Era como si hubiera comprado un nuevo juego de llantas para su coche y luego, al marcharse del taller, descubriera que, debido a algún inescrutable efecto colateral, todas las señales y mapas de carreteras del mundo hubieran sido destruidos. Si es como la mayoría de nosotros, habría gastado un montón de esfuerzo en compilar esa lista de favoritos. Este es sólo un pequeño ejemplo del tipo de problema que pueden provocar las actualizaciones. Los sistemas operativos viejos y desvencijados tienen valor en el sentido básicamente negativo de que los nuevos nos hacen desear no haber nacido.

Todos los apaños y remiendos que tienen que hacer los ingenieros para proporcionarnos los beneficios de la nueva tecnología sin forzarnos a pensar en ello, o a cambiar nuestras costumbres, producen un montón de código que, con el tiempo, se convierte en un gigantesco pegote de chicle, engrudo, hilo de embalaje y cinta aislante que rodea a todo sistema operativo. En la jerga de los hackers, se llama cruft. Un sistema que tiene muchas, muchas capas se describe como crufty, «cruftoso». Los hackers detestan hacer las cosas dos veces, pero cuando ven algo cruftoso, su primer impulso es arrancarlo, tirarlo y empezar de nuevo.

Si Mark Twain volviera a San Francisco hoy y estuviera en uno de estos viejos edificios sísmicamente restaurados, le parecería igual, con todas las puertas y ventanas en el mismo sitio: pero si saliera a la calle, no lo reconocería. Y --si hubiera vuelto con su ingenio intacto-- podría cuestionar si había merecido tomarse tanta molestia para salvar ese edificio. En algún momento, hay que hacerse la pregunta: ¿merece la pena, o deberíamos derribarlo y levantar uno bueno? ¿Deberíamos poner otra ola humana de ingenieros a estabilizar la Torre Inclinada de Pisa, o deberíamos sencillamente dejar que la dichosa torre se caiga y construir una que no esté mal hecha?

Como la restauración de un viejo edificio, el cruft siempre parece una buena idea cuando se ponen las primera capas --sólo es mantenimiento rutinario, una gestión sólida y prudente--. Este resulta especialmente cierto cuando (por así decir) nunca se baja al sótano, ni se mira detrás del encofrado. Pero cuando eres un hacker que se pasa todo el tiempo mirando las cosas desde ese punto de vista, el cruft es fundamentalmente asqueroso, y no puedes evitar querer sacarlo a golpe de escoplo. O, mejor aún, sencillamente salir del edificio --dejar que la Torre Inclinada de Pisa se caiga-- y ponerse a construir una nueva que no se incline.

Durante mucho tiempo, resultaba obvio a Apple, a Microsoft y a sus clientes que la primera generación de sistemas operativos con interfaz gráfica estaba condenada, y que acabarían por ser desechada en favor de sistemas completamente nuevos. A finales de los ochenta y principios de los noventa, Apple realizó unos cuantos esfuerzos estériles para crear nuevos sistemas operativos posteriores a MacOS, tales como Pink y Taligent. Cuando estos esfuerzos fallaron, realizaron un nuevo proyecto llamado Copland, que también falló. En 1997 coquetearon con la idea de adquirir Be, pero en vez de eso adquirieron NeXT, que tiene un sistema operativo llamado NextStep que es, de hecho, una variante de Unix. A medida que estos esfuerzos se sucedían y fracasaban, uno detrás de otro, los ingenieros de Apple, que eran de los mejores en la profesión, no dejaban de añadir capas de cruft. Estaban tratando de convertir la pequeña tostadora en una máquina multitarea y apta para Internet, y les salió sorprendentemente bien durante cierto tiempo: algo así como el héroe de una película que cruza un río en la selva saltando sobre los lomos de los cocodrilos. Pero en el mundo real los cocodrilos terminan por acabarse, o bien pisas a uno realmente listo.

Hablando de ello, Microsoft abordó el mismo problema de un modo considerablemente más ordenado, creando un nuevo sistema operativo llamado Windows NT, que está explícitamente pensado para ser un competidor directo de Unix. NT quiere decir New Technology, «Nueva Tecnología», lo cual podría leerse como un rechazo del cruft. Y de hecho NT tiene la reputación de ser mucho menos cruftoso de lo que acabó siendo MacOS; en un momento dado, la documentación necesaria para escribir código en el Mac llenaba algo así como 24 carpetas. Windows 95 era, y Windows 98 es, cruftoso porque tienen que ser retroactivamente compatibles con los anteriores sistemas operativos de Microsoft. Linux trata con el problema del cruft del mismo modo en que los esquimales trataban con sus jubilados: si insistes en usar viejas versiones de software Linux, antes o después acabarás por encontrarte flotando por el Estrecho de Bering en un iceberg cada vez más pequeño. Pueden permitírselo porque la mayor parte del software es gratuito, así que no cuesta nada descargarse versiones actualizadas, y la mayor parte de los usuarios de Linux son morlocks.

La gran idea detrás de BeOS fue partir de una hoja de papel en blanco y diseñar un sistema operativo del modo correcto. Y eso es exactamente lo que hicieron. Esto era obviamente una buena idea desde el punto de vista estético, pero no es un buen plan de negocios. Algunas personas que conozco en el mundo GNU/Linux están molestos con Be por haber emprendido esta aventura quijotesca cuando sus formidables capacidades podían haber contribuido a extender Linux.

De hecho, no tiene ningún sentido hasta que uno recuerda que el fundador de la compañía, Jean-Louis Gassée, es de Francia --un país que durante muchos años mantuvo su propia versión separada e independiente de la monarquía inglesa en la corte de St. Germain, con cortesanos, ceremonias de coronación, religión estatal, y política exterior--. Ahora, la misma fastidiosa pero admirable testarudez que nos dio a los jacobinos, la force de frappe, el Airbus y las señales de Arrêt en Quebec, nos ha dado un sistema operativo realmente chulo. ¡Me cisco en vosotros, perros anglosajones!

Crear completamente un sistema operativo a partir de la nada, sencillamente porque ninguno de los existentes era exactamente adecuado, me pareció un acto de tal chulería que me vi compelido a apoyarlo. Me compré un BeBox en cuanto pude. El BeBox era un ordenador de procesador dual, con chips de Motorola fabricados específicamente para ejecutar el BeOS; no podía ejecutar ningún otro sistema operativo. Por eso lo compré. Sentí que era un modo de quemar las naves. Su característica más distintiva son dos pilotos en el panel frontal que suben y bajan como tacómetros para dar la sensación de lo duro que está trabajando cada procesador. Me pareció elegante, y además, calculé que en cuanto la compañía quebrara en unos poco meses, mi BeBox sería un valioso objeto de coleccionista.

Han pasado dos años y estoy escribiendo esto en mi BeBox. Los pilotos (Das Blinkenlights, como los llaman en la comunidad Be) parpadean alegremente junto a mi codo derecho mientras pulso las teclas. Be, Inc. sigue en activo, aunque dejaron de fabricar BeBoxes casi inmediatamente después de que yo comprara el mío. Tomaron la triste pero probablemente bastante acertada decisión de que el hardware era mal negocio, y se llevaron el BeOS a Macintosh y a clones del Mac. Puesto que estos usan el mismo tipo de chips Motorola que usaba el BeBox, no resultó especialmente difícil.

Muy poco tiempo después, Apple estranguló a los fabricantes de clones del Mac y restauró su monopolio del hardware. Así que durante un tiempo Apple fabricó los únicos nuevos ordenadores que podían ejecutar BeOS.

A estas alturas Be, como Spiderman con su sentido arácnido, había desarrollado un agudo sentido de cuándo iban a aplastarlo como a un bicho. Incluso aunque no lo hubieran tenido, la idea de depender de Apple --tan frágil y sin embargo tan letal-- para seguir existiendo hubiera espantado a cualquiera. Emprendiendo su propia aventura de salto de cocodrilos, trasladaron el BeOS a chips de Intel (los mismos chips que usan los ordenadores de Windows). Y justo en el momento adecuado, cuando Apple lanzó su nuevo hardware, basado en el chip G3 de Motorola, mantuvieron en secreto los datos técnicos que los ingenieros de Be habrían necesitado para ejecutar el BeOS en aquellos ordenadores. Esto habría matado a Be como una bala entre ceja y ceja, de no haber dado ya el salto a Intel.

Así que ahora el BeOS se puede ejecutar en una gama increíblemente variada de hardware: BeBoxes, viejos Macs y huérfanos clones del Mac y ordenadores Intel para uso con Windows. Por supuesto estos últimos son ubicuos y sorprendentemente baratos hoy en día, así que pareciera que los problemas de hardware de Be han llegado a su fin. Algunos hackers alemanes incluso han creado un sustituto de Das Blinkenlights: es un circuito que se puede enchufar a máquinas compatibles con PC que ejecuten BeOS. Lleva los pilotos en forma de tacómetro que habían sido una característica tan popular del BeBox.

Mi BeBox ya empieza a estar viejo, como les pasa a todos los ordenadores cada dos años o así y, antes o después, tendré que sustituirlo por un ordenador Intel. Incluso después de eso, sin embargo, podré seguir usándolo. Porque, inevitablemente, alguien ya ha llevado Linux al BeBox.

En cualquier caso, BeOS tiene una interfaz gráfica extremadamente bien pensada, construida sobre un marco tecnológico sólido. Se basa desde el principio en modernos principios del software orientado a objetos. El software del BeOS consiste en entidades cuasiindependientes de software llamadas objetos, que se comunican enviándose mensajes unas a otras. El sistema operativo mismo está compuesto de tales objetos, y funciona como una especie de oficina de correos o Internet a través de la cual se mandan mensajes de objeto a objeto. El sistema operativo tiene múltiples hilos, lo cual quiere decir que como todos los demás sistemas operativos modernos puede caminar y mascar chicle a la vez; pero les da a los programadores un montón de poder sobre la generación y eliminación de hilos, o subprocesos independientes. También es un sistema operativo multiprocesador, lo cual significa que se le da inherentemente bien ejecutarse en ordenadores con más de una CPU (Linux y Windows NT también hacen esto con eficacia).

Para este usuario, un punto fuerte de BeOS es su aplicación incrustada «Terminal», que permite abrir ventanas equivalente a las ventanas xterm de Linux. En otras palabras, la interfaz de línea de comandos está disponible si la quieres. Y debido a que BeOS sigue cierto estándar llamado POSIX, puede ejecutar la mayor parte del software GNU. Es decir, que la inmensa cantidad de software de línea de comandos desarrollado por los de GNU funciona en una ventana terminal de BeOS sin problemas. Esto incluye las herramientas de desarrollo de GNU --el compilador y el enlazador--. E incluye todos los programitas de utilidades. Estoy escribiendo esto usando una especie de moderno editor de texto llamado Pe, escrito por un holandés llamado Maarten Hekkelman, pero cuando quiero averiguar cuánto he escrito, paso a una ventana terminal y ejecuto wc.

Como sugiere el informe de fallo que cité antes, la gente que trabaja para Be, y los programadores que escriben el código de BeOS, parecen divertirse más que sus homólogos en otros sistemas operativos. También parecen ser más diversos en general. Hace un par de años fui a una universidad local para asistir a la conferencia de unos representante de Be. Fui porque asumí que el auditorio estaría desierto, y me pareció que merecían un público de al menos una persona. De hecho, acabé de pie en el pasillo, pues había cientos de estudiantes llenando la sala. Era como un concierto de rock. Uno de los dos ingenieros de Be en el escenario era negro, lo cual desgraciadamente es algo muy raro en el mundo de la alta tecnología. El otro denunció animadamente el cruft, y cantó las loas de BeOS por sus cualidades libres de cruft, y de hecho acabó diciendo que en diez o quince años, cuando BeOS se volviese tan cruftoso como MacOS y Windows95, sería hora de tirarlo y crear un nuevo sistema operativo a partir de la nada. ¡Dudo que esto fuera política oficial de Be, pero impresionó a todo el mundo en la sala! A finales de los ochenta, el MacOS fue, durante un tiempo, el sistema operativo de los artistas en la onda y los hackers --y BeOS parece tener el potencial para atraer a la misma gente hoy--. Las listas de correo de Be están llenas de hackers con nombres como Vladimir y Olaf y Pierre, poniéndose a parir unos a otros en quebrado tecnoinglés.

La única pregunta real acerca de BeOS es si está condenado o no.

Últimamente, Be ha respondido a la cansina acusación de que están condenados con la aseveración de que BeOS es un «sistema operativo multimedia» fabricado para los creadores de contenidos multimedia, y por tanto no entra en competición con Windows. Esto es un poco ingenuo. Por volver a la analogía de los concesionarios de coches, es como si el dueño de la tienda de batmóviles afirmara que en realidad no compite con los demás porque su coche puede ir tres veces más rápido y además puede volar.

Be tiene una oficina en París y, como mencioné, la conversación en las listas de correos sobre Be tiene un sabor fuertemente europeo. Al mismo tiempo se han esforzado mucho por hallar un nicho en Japón, e Hitachi acaba de empezar a meter BeOS en sus PC. Así que, si tuviera que lanzar una predicción, yo diría que están jugando al go mientras Microsoft juega al ajedrez. Por el momento, se mantienen lejos de la posición abrumadoramente fuerte de Microsoft en Norteamérica. Están tratando de asentarse en los bordes del tablero, por así decir, en Europa y Japón, donde la gente puede estar más abierta a sistemas operativos alternativos, o al menos puede ser más hostil a Microsoft, que en los Estados Unidos.

Lo que mantiene a Be trabado en este país es el hecho de que a la gente inteligente le da miedo parecer imbécil. Corres el riesgo de parecer ingenuo cuando dices: «He probado BeOS, y esto es lo que opino.» Parece mucho más sofisticado decir: «Las probabilidades de que Be encuentre un nicho en el mercado altamente competitivo de los sistemas operativos se aproximan a cero.» Es, en jerga técnica, un problema de mente compartida. Y en el negocio de los sistemas operativos, la mente compartida es algo más que una mera cuestión de RP; tiene efectos directos sobre la tecnología misma. Todos los enredos periféricos que pueden enchufarse a un ordenador personal --las impresoras, escáneres, interfaces de PalmPilot y Lego Mindstorms-- precisan de unos elementos de software llamados controladores o drivers. Igualmente, las tarjetas de vídeo y (en menor medida) los monitores necesitan drivers. Incluso los diferentes tipos de placas madre en el mercado se relacionan con el sistema operativo de diferentes maneras, y se precisa un código distinto para cada una. Todo este código específico para el hardware no sólo ha de escribirse, sino también probarse, mejorarse, actualizarse, mantenerse, y repararse. Debido al hecho de que el mercado del hardware se ha vuelto tan enorme y complicado, lo que realmente determina el destino de un sistema operativo no es lo bueno que sea técnicamente, ni cuánto cueste, sino la disponibilidad del código específico del hardware. Los hackers de Linux tienen que escribir ese código ellos mismos, y han mantenido una rapidez asombrosa. Be, Inc. tiene que escribir todos sus propios drivers, aunque a medida que BeOS ha ido ganando impulso programadores independientes han empezado a contribuir con drivers, que están disponibles en el sitio web de Be.

Pero Microsoft lleva ventaja, de momento, porque no tiene que escribir sus propios drivers. Cualquier fabricante de hardware que lance hoy día una nueva tarjeta de vídeo o un nuevo periférico al mercado sabe que será invendible a menos que incluya el código específico del hardware que haga que funciones con Windows, y así todos los fabricantes de hardware han aceptado la carga de crear y mantener su propia biblioteca de drivers.2


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2003-05-11