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«El hombre no es un enemigo a batir»

Entrevista con Elisabeth Badinter



Elisabeth Badinter (1944) es catedrática de Filosofía en la Escuela Politécnica de París y discípula de Simone de Beauvoir. Es conocida por sus trabajos sobre el siglo XVIII, en especial en relación con la historia de las mujeres, y por ser una de las principales estudiosas del movimiento feminista. En esta entrevista habla de su último libro, Fausse route, Odile Jacob, 2003 (editado por Alianza Editorial en 2004 con el título Por mal camino). La entrevista fue realizada por Jacqueline Remy, para L'Express, el 24 de abril de 2003 y publicada en castellano en papel en la revista Página Abierta, nº 140, septiembre de 2003. Esta edición digital en la Biblioweb de sinDominio se publica con el permiso expreso de Página Abierta.


En opinión de Elisabeth Badinter, hacer como si nada hubiese cambiado en las relaciones entre los sexos es ficticio y contraproducente.

- Este título, Por mal camino, ¿es más bien un balance o una advertencia?

- Las dos cosas. Desde finales de los ochenta y comienzos de los noventa, el feminismo va a la deriva de un modo que me sorprende.

Cegado por sus buenos sentimientos -algunos dirían por su «conformismo»- está resucitando los viejos estereotipos prefeministas más trasnochados. La imagen de la mujer del siglo XXI oscila entre el niño impotente y la reina madre: es una mujer aterrorizada y que, al parecer, tiene toda la razón para estarlo, una mujer golpeada y maltratada por el hombre, una mujer-niña irresponsable, una mujer que no sabe decir «no» y que necesita protección.

Por otra parte, para justificar el acceso de la paridad a la Constitución, algunas no han vacilado en volver a colocar en el lugar de honor a la mujer-madre. Todo esto se ajusta tan poco a los objetivos que yo deseaba para las mujeres, que no he podido por menos que decir: ¡ya basta!


- ¿Qué imagen de la mujer querrías defender tú?

- Libertad, igualdad, fraternidad. Se trata de un feminismo republicano. La libertad es lo contrario de la penalización. Igualdad, lo contrario de la «paridad». Fraternidad, lo contrario de división. Es preciso luchar para lograr la igualdad con los hombres, pero, por supuesto, no contra ellos.


- Por este libro te van a acusar de traicionar la causa de las mujeres. ¿Te consideras todavía feminista?

- Me siento extraña a la ideología de este nuevo feminismo. Todas tenemos, unas y otras, los mismos objetivos de la igualdad de sexos; sin embargo, discrepamos radicalmente acerca de los medios que hay que emplear para lograrlo.

Si yo no fuera feminista no me preocuparía ni lo más mínimo por esto, que me parece un peligro para nuestra causa común.


- ¿No ha caducado el tiempo de las conquistas feministas?

- No, desde luego, cuando dos tercios del planeta relegan a las mujeres a una condición indigna. Tampoco cuando en nuestros propios extrarradios las chicas pasan «pegadas a las paredes» para no exponerse a los insultos de los muchachos; no pueden vivir libremente su sexualidad o son víctimas de matrimonios concertados. Para millones de mujeres, la igualdad de sexos es todavía una esperanza lejana. ¡No hay ninguna razón para bajar los brazos!


- Denuncias el «victimismo» de las asociaciones feministas. ¿No están retomando la tradición de las quejas femeninas?

- Esta posición de víctima se aproxima, por primera vez, a la de heroína. Las víctimas siempre tienen razón. Aun más, tienen derecho al respeto. Así es como hoy se atrae la simpatía y la conmiseración. No es casual que una de las más célebres feministas radicales norteamericanas, Andrea Dworkin, hable de la población femenina como «supervivientes». Sin duda alguna, cuando las feministas se movilizan en ayuda de las víctimas de la violencia objetiva, están haciendo lo que deben. Sin embargo, cuando extienden el concepto de violencia masculina a todo y a cualquier cosa, cuando trazan un continuum de la violencia que va desde la violación al acoso verbal, moral, visual..., pasando por la pornografía y la prostitución, entonces cualquier mujer un poco paranoica puede declararse víctima -real o potencial- de los hombres en general.

Es alucinante observar cómo en el momento en el que las mujeres están a punto de lograr una revolución enorme, el discurso feminista actúa como si se tratase de falsos avances, como si no hubiera ninguna diferencia entre las condiciones femeninas hoy, ayer y en cualquier lugar del mundo. Se está poniendo globalmente en cuestión a la otra parte de la humanidad -«todos los hombres son unos cabrones»-. Es un intento de instaurar la separación de sexos.

Tomemos como ejemplo la modificación del texto de la ley sobre el acoso sexual, que debe empezar a aplicarse en el año 2005. Este texto me parece monstruoso: se está pasando de sancionar un chantaje sexual realizado por un superior, es decir, de un abuso de poder, a la penalización de no se sabe muy bien qué: ¡una atención sexual no deseada! Con cada ley se construyen barreras un poco más elevadas entre los sexos.

No obstante, aquí hay un auténtico reto: ¿cómo hacer avanzar la igualdad entre los sexos sin amenazar las relaciones de mujeres y hombres? Yo no estoy segura de que éste sea el objetivo de todas las feministas. Puede ser, incluso, el contrario.


- Vas demasiado lejos. Dices que hay engaño intelectual. El discurso feminista se apoyaría sobre cifras infladas artificialmente y en argumentos a menudo tergiversados.

- Para justificar leyes tan protectoras, es imprescindible demostrar que las mujeres son constantemente víctimas de los hombres. Hay un malentendido que se está extendiendo en Francia y en toda Europa acerca de las violencias de que serían víctimas las mujeres, y esto no es inocente. ¿Es legítimo sumar violencias, lesiones y presiones psicológicas como si se tratase en todos los casos de una misma violencia?

Cuando todos los medios de comunicación repiten que el 10% de las francesas son objeto de violencias conyugales, sin más precisiones, el público y algunos periodistas traducen inmediatamente: el 10% de las francesas son mujeres maltratadas. Lo cual es falso. Leyendo la encuesta que se halla en el origen de este «índice global de violencias conyugales», un 2,5% de mujeres son objeto de agresiones físicas, un 0,9% serían víctimas de violaciones conyugales y otras prácticas sexuales impuestas, mientras que un 37% se considera víctima de presiones psicológicas. ¿Por qué se silencian siempre estas precisiones tan necesarias? Y ¿por qué esta cifra del 10% se convierte en un 12% o un 14% al hilo de artículos y emisiones consagradas a este tema, si no es porque, conscientemente o no, se obtiene de ello un beneficio un poco perverso?

Hay una especie de alegría, de escalada, en la explotación de las estadísticas: un 10% de mujeres víctimas significaría un 10% de hombres violentos. ¡Aquí tenemos un signo claro de la dominación masculina!


- Tú sugieres que las mujeres también pueden ejercer violencias contra el otro sexo.

- Yo me sublevo contra las representaciones generalizadoras: «todas víctimas», que remite a «todos verdugos». Es verdad que hay muchas más mujeres que son víctimas de los hombres que al revés. Pero también hay verdugos-mujeres y arpías de todo género. En uno y otro caso son minorías que competen a la patología social o psicológica, y no a la realidad de los dos sexos.


- ¿Se está atacando, en realidad, a la «esencia» del hombre?

- Se actúa como si nada hubiera cambiado, como si no hubiera ninguna diferencia entre la situación de las mujeres orientales y las occidentales.

Hay una complacencia en la idea de que el hombre es en todas partes un opresor, un tirano, incapaz de evolucionar. Encuentro esta generalización falaz y contraproducente. La lucha contra los abusos masculinos será más eficaz cuando las feministas se alejen de sus fantasmas para acercarse más a la verdad.


- Denuncias la tendencia de las nuevas feministas a erigirse en censoras. Les reprochas que defienden el orden moral, mientras que, en los años setenta, sus madres lo vilipendiaban, cantando los beneficios de la contraconcepción y el amor libre.

- Pero no es el mismo orden moral. En 1970, las chicas luchaban por «gozar sin trabas». En el año 2000, las asociaciones feministas militan por una «sexualidad sana y gozosa», que supone nuevas prohibiciones, un modelo de sexualidad «decente» que niega las peculiaridades masculinas y al que los hombres deberían someterse. En nombre de la «dignidad femenina», habría que castigar la prostitución, la pornografía e incluso los avances sexuales no deseados, etc. Se razona por analogía. Se dice: «la violación es un atentado a la integridad». Si se considera que ver una imagen pornográfica es un atentado a la integridad, entonces hay que concluir que es una especie de violación. Todo lo que es violencia simple se reconduce a lo peor: la violación, de la que las feministas dicen que es más grave que un asesinato.


- ¿No es necesario proteger la imagen de las mujeres, y su sexo?

- ¿La desigualdad entre los sexos no se ilustra sobre toda esta compulsión de cada una de ellas a tratar al otro como un objeto? ¿Dónde comienza y dónde termina la imagen degradante de una mujer o de un hombre? Yo tengo más confianza en el público que en las censuras autodesignadas para decidir qué es lo aceptable, a pesar de los riesgos de patinazo.

En cuanto a la prostitución, no soy una militante, y soy la primera en decir que no es un oficio como los demás. Pero no hay que mezclar la prostitución ejercida libremente y la prostitución forzada, bajo la férula de un proxeneta.


- Opinas que estas nuevas reivindicaciones «moralizantes» se dirigen a demonizar al hombre. Pero ¿no es cierto que las feministas de todos los tiempos han cedido a esta tentación?

- No. Hay que distinguir entre feminismo radical y feminismo liberal. Para unas, minoritarias, el hombre es el enemigo, con el que no se puede negociar. Para las otras, se trata de aparentar que se negocia, pero imponiéndoles (a los hombres) la ley. Por fin, para otras, entre las que me cuento, el objetivo de la igualdad entre los sexos debe perseguirse con el concurso de los hombres. Se trata de hacerles ser conscientes de una situación injustificable moralmente que exige un cambio por su parte. El proceso es largo, porque implica una evolución de la mentalidad masculina, pero es el único posible. Sin esto, estamos ante la guerra de sexos que nadie quiere. El hombre no es un enemigo a batir.


- Pero a los ojos del nuevo feminismo es intrínsecamente «el otro», el que funda sus reivindicaciones sobre la teorización de las diferencias entre los sexos. De donde procede el recurso a la discriminación positiva, por ejemplo, la ley sobre «paridad».

- Ese feminismo cree que lo que nos distingue es más fuerte que lo que nos une, mientras que yo pienso lo contrario.

El diferencialismo y el comunitarismo venidos del otro lado de Atlántico harán siempre muchos adeptos en Francia (y en toda Europa), en tanto que el sistema republicano y universalista parece bloqueado.

¿Por qué hay tan pocas mujeres en los Parlamentos; pero también, ¿por qué tan pocos obreros, tan pocos franceses de segunda generación, etc.?

La solución consiste no tanto en cambiar de sistema como en desbloquear el nuestro, que ha terminado por hacer pensar en una discriminación negativa.

La paridad, que ha instaurado el «uno a uno», ha venido a poner fin a un concepto relevante de la ciudadanía. Todavía más, a partir de ahora queda consagrado en la Constitución que hombre y mujer son dos entidades diferentes, con distintas naturalezas, distintos valores y distintos intereses. Es la proclamación de una especie de separatismo: lo contrario de la igualdad. Se es seleccionado, en primer lugar, en función de la condición sexual. Por mi parte, encuentro esto humillante. Pero muchos han creído que el fin justificaba los medios: para que haya más mujeres en los Parlamentos, podemos volver la espalda a nuestros principios morales y políticos. ¡Es un gigantesco paso atrás!


- Pero, ¿por qué ha calado tan hondamente esta idea de la «paridad»?

- No es tanto una concepción del feminismo, que la ha llevado a la opinión pública, como la novedad de la palabra «paridad» -mucho más accesible que el clásico concepto de igualdad-. La paridad remite a la idea de par, de pareja mixta, más evidente que esa otra idea abstracta de neutralidad ciudadana.

El eslogan «Un hombre, una mujer» parece ilustrar el concepto de humanidad, sin que haya una verdadera preocupación por sus implicaciones políticas y filosóficas.

En una época en la que la imagen domina, en la que todo el mundo no tiene en la boca más que la palabra «concreto», y en la que la «abstracción» es blanco de todas las desconfianzas, no es extraño que los que apelan a esta última tengan perdida la partida.


- ¿Por qué los hombres, que son los primeros perjudicados por esta ideología separatista y esta visión caricaturesca de la masculinidad, no protestan?

- Están contagiados por el pensamiento feminista «bienpensante», y se mueren de miedo ante la idea de pasar por «machos», es decir, por cabrones reaccionarios. En el momento del debate sobre la paridad, cualquiera que manifestase su discrepancia era «fusilado» por los grandes diarios de izquierda, Le Monde y Libération. Hay que tener poco o nada que perder para afrontar estos ultrajes.


- Este «diferencialismo» que denuncias ¿está avanzando?

- Sí, porque el modo de pensar comunitarista se extiende día a día frente a la inercia republicana. Desde hace más de 10 años, la República ha doblado varias veces la rodilla ante el «diferencialismo». Por temor a ser acusada de intolerancia o de etnocentrismo, la República, según los casos, ha dejado hacer (así, el asunto del velo en las escuelas); combatido débilmente (por ejemplo, la ablación de clítoris o la poligamia de los recién llegados); o, en el peor de los casos, ha oficializado situaciones como la diferenciación entre los sexos consagrada en la Constitución.

Así, hoy en día, estamos viendo aumentar la fuerza del «diferencialismo» religioso, que no sólo es fuente de conflictos entre las comunidades, sino que utiliza cínicamente el «diferencialismo» sexual para volverle contra las mujeres. ¡Estupendo resultado!


- ¿Y tú cómo explicas la pobreza teórica del nuevo feminismo francés?

- Por la razón evidente de que ya no hay teoría filosófica que oriente la acción. Ahora se glorifica el pragmatismo, se actúa golpe a golpe. La gran quiebra es, una vez más, el asunto de la paridad. Numerosas feministas universitarias que se consideraban universalistas se han guardado la bandera en el bolsillo para adherirse a lo que les parecía deseable desde el punto de vista práctico, pero que es injustificable desde la óptica de los principios filosóficos. Desde entonces, únicamente el feminismo «diferencialista» se hace oír, aunque se presente casi siempre enmascarado.


- Afirmas que el feminismo de moda restablece las «virtudes femeninas» de antaño. Sin embargo, nunca antes tan gran proporción de mujeres ha trabajado, ha tenido responsabilidades...

- Es cierto, las mujeres han avanzado mucho desde la publicación de El segundo sexo. Esto no impide que, por primera vez desde los años sesenta, la diferencia de salarios entre hombres y mujeres se incrementase ligeramente el año pasado; que el número de madres con dos o tres hijos que trabajan haya retrocedido; que el trabajo a tiempo parcial sea una cuestión de mujeres; que la lactancia materna se haya convertido más en un deber que en una elección; que el mito del instinto maternal haya tomado nuevo vigor. La dura crisis económica de los años noventa no ha pasado en balde.

Y sin embargo, las feministas no se han movilizado masivamente contra todo esto. Y con razón: las «diferencialistas» han forzado la mano sobre su concepción de la mujer-madre, y las demás se han «suicidado». Algunas voces aisladas han roto el silencio, pero sin poder llegar a encabezar una movilización eficaz.


- ¿Francia está particularmente extraviada en materia de feminismo? En tu opinión, ¿qué país está haciendo un buen trabajo?

- Actualmente, el feminismo «francés» está inmerso en el feminismo europeo que, por su parte, está influenciado por el feminismo americano, victimista y puritano. Ha sido nada menos que el Parlamento Europeo -lugar privilegiado del lobby feminista- el que ha votado esta nueva ley sobre el acoso sexual, que se define como sigue: «Un comportamiento no deseado, verbal, no verbal o físico con connotaciones sexuales, que persigue atentar contra la dignidad de la persona, creando una situación intimidatoria, hostil, degradante, humillante u ofensiva». Releyendo este texto, siento que el feminismo francés está muerto...Mañana será la prostitución, pasado mañana la pornografía.

No nos engañemos, éste es el espíritu del feminismo radical americano que estamos importando.


- ¿Tiene todavía el feminismo peleas que afrontar?

- Sí, una batalla clave de la que depende todo el resto: el reparto de las cargas familiares y domésticas. Es un combate largo y difícil, porque no depende de la ley, sino de las mentalidades y la vida privada. Y para llevar adelante esta lucha no hay que remitirse a la prosa «diferencialista».


- ¿Tú crees realmente en la intercambiabilidad de los papeles?

- Actualmente, la bisexualidad psíquica se ha convertido en una evidencia. En función de su educación y de su historia, cada uno o cada una presenta una mezcla muy personal de feminidad y masculinidad, que le inclina a desempeñar tal papel más bien que tal otro. El gran cambio en relación con el pasado es que esta elección es individual y no el resultado de los dictados sociales. En todo caso, queda prohibido hablar de intercambiabilidad de papeles como un modelo obligatorio.


- ¿Qué te gustaría decirle a tu hija pequeña?

- Lo mismo que a mi hijo pequeño: el hombre es el mejor amigo de la mujer a condición de que tanto uno como otra aprendan a hacerse respetar.


Bibliografía de Elisabeth Badinter

Obras editadas en España:

Otras obras en francés:



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