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El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo

Raúl Sánchez

Septiembre de 2006

Abstract: El artículo que presentamos es la respuesta a un texto de Santiago Alba Rico publicado en Diagonal.1 La deriva moral y política de cierta intelectualidad “antiimperialista” no por conocida deja de ser preocupante. Las tesis que jalean –opuestas a la postura histórica de la izquierda, que ha contemplado siempre la coexistencia de dos Estados independientes (israelí y palestino)– son las del ultraconservador Ahmadinejad: destruir Israel. Sin complejos ni medias tintas. Israel, a diferencia del resto de naciones del mundo, adolece de un pecado original que le priva del derecho a existir, a juicio de esta izquierda maniquea y fanatizada. Tanto da si para reforzar sus tesis hay que apuntarse al revisionismo histórico o reeditar viejos libelos judeófobos (presentando a Israel como el mayor peligro para la paz mundial) o dignificar esa nueva forma de fascismo que es el integrismo islámico como “lucha antiimperialista”. Tanto da si hay que aproximarse al negacionismo neonazi, utilizando alguno de sus argumentos favoritos (como el de banalizar la shoah): el respeto a la verdad, a los hechos, a una solución justa, son todas ellas veleidades “criptosionistas”:2 a juicio de este neoantisemitismo3 de salón, pero sectario y despiadado, todo vale por la causa de destruir a Israel... aunque sea al precio de envenenar aún más la situación, enconándola al máximo y dificultando un poco más una solución negociada y justa para la zona. Que todavía haya voces en la izquierda, como el artículo que publicamos a continuación, que se atrevan a cuestionar la demonización de Israel y a defender una causa (la palestina) sin por ello alimentar las ansias de venganza ni abogar por el exterminio de otras causas (la israelí), nos parece más necesario que nunca. Y como tal lo celebramos, aunque solo represente una gota de sentido común y de decencia ética en una mar de propaganda sectaria e ignorante. –Redacción de la Biblioweb.
Escribo estas líneas movido por la profunda inquietud que me produjo la lectura del artículo de Santiago Alba Rico, “Israel es el peligro”, publicado en el anterior número de esta publicación. Quisiera ir al grano directamente, pese a la dificultad de la cuestión: su tesis, expuesta en el título y remachada a lo largo del texto, nos es conocida, porque forma parte de la guerra de enunciados que acompaña desde principios del siglo XX la disputa territorial entre árabes palestinos y judíos (desde 1948 israelíes), pero lo inquietante es que la contribución de un occidental, simpatizante de la causa palestina (y, por lo tanto, panarabista) no sólo no aporte ideas, argumentos, propuestas, nuevas exposiciones de problemas, sino que contribuya, más aún si cabe, a consolidar, en nuestras disposiciones éticas, en nuestra indignación ante la guerra infinita en la que hoy se inserta el conflicto palestino-israelí, y en nuestra desesperación ante el continuo sufrimiento de la población de Oriente Medio, el odio y el fanatismo que habrán de impedirnos decir, hacer algo valioso como “occidentales”, algo distinto de sumar nuestra ansia de venganza y nuestra obcecación a un conflicto que hace mucho tiempo dejó de ser un conflicto regional y que, como justamente señala Alba Rico, se encamina a pasos de gigante hacia una catástrofe que destruye nuestra capacidad de resistencia racional y colectiva –y que, dicho sea de paso, difícilmente nos evitará nuestra cuota de horror y muerte. Sin embargo, para la brújula enloquecida de este “antiimperialismo” parece haber unas catástrofes más aceptables que otras.

No escatima Alba Rico en su alegato recursos retóricos para ahondar en la llaga del sufrimiento y convertirla en acicate del furor antiisraelí. Sin embargo, sólo en los textos revisionistas habíamos encontrado las virtudes heurísticas de la comparación llevada al extremo, por ejemplo, de sopesar las respectivas capacidades de albergar prisioneros de Gaza y... Auschwitz –y por supuesto el primer “campo” es mucho peor. Sin detenernos en que podría pensar al respecto el célebre revisionista militante Mahmoud Ahmadinejad, preguntémonos lo siguiente: ¿qué puede haber llevado a escritores de izquierda a semejante desprecio del significado histórico y ético de la Shoah, y de la invención humana llamada Vernichtungslager, campo de exterminio? ¿A semejante e indigna contabilidad comparada, que es lo contrario del ejercicio de la memoria y el pensamiento de lo más terrible de nuestra historia contemporánea? De aquello que, como escribiera Primo Levi, nos ha impreso indeleblemente en la piel “la vergüenza de ser hombres”. Una parte de la izquierda occidental, que se considera “antiimperialista”, ha enfermado de fanatismo y de impostura ante una realidad que ya no comprende y se aferra a unos mitos que ya no reciben refrendo de los seres humanos reales ni de (las causas de) su sufrimiento inconmensurable.

Nada impedirá que los (muchos) halcones israelíes lleven a su país al desastre, ni que los apóstoles de la yihad de varias confesiones hundan para siempre la causa y la existencia del pueblo palestino en tanto que sujeto colectivo si no somos capaces, de entrada, de hacer un da capo, una nueva exposición del problema de Oriente Medio y del conflicto palestino-israelí que nos permita pensar y practicar una resistencia que conduzca a la paz en la región (y, un poco más cerca, en el mundo) y a una justicia que no pase por la aniquilación del enemigo, del otro radical. Para ello es preciso someter a crítica todos los relatos que fijan los términos de una guerra entre pueblos y Estados. No puede haber justificación histórica ni de la conquista, el “gran Israel”, ni de la “gran venganza”, que se cifra, desde la fundación del Estado de Israel en el lema de “echar a los judíos al mar”.

Para ello es preciso el rigor, la inversión y perversión de la perspectiva, esa Umkehrung en la que el mejor Nietzsche cifrara su batalla solitaria contra la rabies nationalis, contra los “sentimientos de venganza y resentimiento” que se concentraban ya a finales del siglo XIX en los apóstoles de una reciente acuñación propia, el “antisemitismo”. El denostado “sionismo” es hijo de la rabies nationalis que asola la primera mitad del siglo XX europeo y que causa a la judería europea el mayor sufrimiento de toda su historia como comunidad. El sionismo es el nacionalismo, la voluntad colectiva de tener un Estado, de quienes nunca lo tuvieron desde la diáspora. ¿Es peor el sionismo que otros nacionalismos, sobre todo desde que el contenido progresista de la “liberación nacional” haya desaparecido (con su corolario, en la extraordinaria conjetura de Lenin y otros): la revolución socialista? Desde este punto de vista, es tan portador de violencia como lo es, inevitablemente, toda nation building. Sin embargo, se le achaca un “crimen”: haberse constituido como Estado en 1948, justo después de que la ONU se lavara las manos con una resolución que establecía la partición del territorio colonial de Palestina, que los responsables políticos árabes y palestinos no aceptaron, declarando la guerra al recién nacido Estado de Israel. ¿O fue el acaso el crimen la migración progresiva de pioneros judíos desde principios del siglo XX a Palestina para asentarse, comprar tierras, y construir una comunidad política, y un futuro Estado judío? La nakba [catástrofe] palestina comenzó entonces, cuando el rechazo de lo irreversible por parte de las élites panarabistas se tradujo en una derrota política y militar que no ha dejado de profundizarse. Ésta es la tragedia permanente. Jalonada de guerra, resistencia, e innumerables desastres políticos y diplomáticos de la dirigencia palestina y de los Estados panarabistas, desde la Guerra de los Seis Días a la autoaniquilación de la OLP después de Oslo. Nadie puede ocultar los terribles crímenes presentes y pasados del Estado de Israel, las limpiezas étnicas perpetradas por el Irgun y la Haganah durante la guerra de 1948, y que hoy conocemos fundamentalmente gracias a los “nuevos historiadores” israelíes, ni la locura que encarnan las élites israelíes desde hace tiempo. Y sin embargo ello no puede poner en tela de juicio la existencia de Israel, al menos como punto de partida de una perspectiva de paz y justicia. Una idea “demente” consideraba Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución del papel de “agresor” al Estado de Israel en la guerra de 1948. El uso embriagador de la cantinela del “complot sionista e imperialista” en la fundación de Israel ha contribuido desde entonces a hacer imposible el objetivo histórico del pueblo palestino, esto es, un Estado viable y democrático en la zona.




1
“Israel es el peligro”, Diagonal, número 35, julio-agosto 2006.
2
“Ignacio Ramonet, ¿pro-israelí?”. Ni Ramonet se salva. La acusación de Alba Rico estremece por su simpleza: “El artículo de Ramonet es, se haya dado cuenta o no su autor, pro-israelí y, por lo tanto, injusto” ilustra a la perfección este falaz non sequitur que caracteriza esta clase de discurrir totalitario donde Israel es ontológicamente culpable, haga lo que haga (incluso si se retira de los territorios ocupados), tal y como, en otro tiempo, un judío era culpable por definición. Israel se ha convertido a ojos del doble rasero que aplican intelectuales furibundos como Alba Rico en el “judío de las naciones”. [Nota de la Bibilioweb]
3
Véase “New antisemitism” en la Wikipedia. [Nota de la Bibilioweb]

Este documento ha sido convertido desde LATEX por HEVEA para la Biblioweb.