Por el principio de que dos personas pueden guardar un secreto siempre que una
de las dos esté muerta, se sigue que una conspiración con el suficiente poder
para cambiar algo sería conocida por tanta gente que finalmente saldría a la
luz. Dos personas mantienen un secreto, pero tienen poco poder; diez personas
adecuadamente situadas pueden cambiar mucho, pero se sabrá. La gente cambia.
Se divorcia. Tiene depresiones. Sufre conversiones religiosas. Enferma de
cáncer. Cuando un conspirador pasa por una de estas fases de cambio vital, la
probabilidad de que largue todo lo que sabe (en formato libro, a ser posible)
no es despreciable. Por eso las conspiraciones se acaban conociendo.
La conspiración con éxito y secreta es una contradicción en los términos. Otro
de los rasgos que definen a toda teoría de la conspiración es que achaca al
enemigo una inhumana omnicomprensión de los hechos, y una increíble velocidad
de ejecución no templada por el error. Ellos son inhumanos: todo lo saben,
todo lo entienden, todo lo planifican y conocen con certeza todas las
reacciones de sus actos. Jamás hay en las teorías de la conspiración lugar
para el error, la duda, el fallo, la incompetencia: todos los participantes en
ella saben lo que han de hacer, cuándo y cómo. Y lo ejecutan con robótica
eficacia, sin que el atasco inoportuno, el despertador averiado, la linterna
sin pilas o la cartera perdida se interpongan jamás en sus acciones. Cuando lo
cierto es lo contrario: nunca debe achacarse a la maldad lo que la estupidez
puede explicar... la única constante es el fallo; la única certeza es el
error.
La conspiración es deseable
La conspiranoia es un dulce consuelo que sustituye a la religión,
proporcionando un sentido al absurdo de la existencia. Achacando las
catástrofes, los reveses de la fortuna, las maldades y los golpes del azar a
una inteligencia maligna podemos al menos consolarnos en pensar que lo que
ocurre es lógico y tiene un propósito, aunque sea malvado. Lo verdaderamente
impensable es que las atrocidades sean tan sólo eso, sucedidos carentes de
razón, aleatorias jugadas de una baraja que no obedece a regla alguna. Nuestro
cerebro, diseñado por la evolución para extraer sentido (para crear leyes del
caos), abomina del vacío lógico, en especial ante un enorme drama humano.
¿Cómo contemplar la muerte de un ser querido como un resultado del frío azar?
De alguna manera retorcida culpar a alguien consuela a los supervivientes al
convertir a las víctimas en héroes de una guerra no declarada; en mártires de
una causa misteriosa pero vital. Si de paso podemos achacar nuestra mala
suerte al enemigo de nuestra predilección no sólo aumentaremos nuestra
estatura, al recrecer la suya, sino que le difamaremos, justificando así
nuestro odio preexistente. El enemigo es poderoso, casi omnipotente, y me
odia. La paranoia no es más que una forma de egotismo: vienen a por MÍ (luego
soy una amenaza para un enemigo omnipotente). La conspiranoia así explica el
universo, justifica nuestras manías y nos ensalza, proporcionando consuelo,
razón y vanidad. ¿Extraña que sea irresistible?
La conspiración es inevitable
Desde cierto punto de vista quedar con unos amigos para ir al cine es una
conspiración. Adam Smith decía que cuando dos empresarios quedan para cenar se
está gestando una conspiración contra el público; el 18 de julio de 1936 fue
una conspiración, como lo fue el asalto al edificio Watergate. El mundillo
político y económico puede considerarse como una espuma de conspiraciones que
burbujean en las instituciones y empresas, a veces estallado en superficie,
otras veces, permaneciendo latentes. Nuestra tribal tendencia a los
grupúsculos, facciones y sectas (yo, contra mi hermano; mi hermano y yo,
contra mis primos; mis primos, mi hermano y yo, contra el mundo), nuestra
ambición y nuestra vanidad conspiran contra nosotros haciéndonos participar en
miles de conspiraciones diarias. La vida social no es más que una lucha entre
conspiraciones. Algunas, como la OPEP, la Trilateral, los partidos políticos o
los lobbies, son públicas y notorias. Otras, como las facciones políticas o
las sectas religiosas, viven en el gris entre lo público y lo secreto. Muchas
cagadas de los gobiernos permanecen en o cerca de este limbo (Ustica). Luego
están las misteriosas, de las que sólo se habla en susurros (Skull&Bones, el
Grupo Bilderberg, Bohemian Grove, los Illuminati). Internet está llena de las
más peculiares conspiranoias de la variedad extrema, algunas de las cuales
(Majestic) empezaron como un juego, pero ahora son tal vez algo más... Según
cierta escuela cosmológica, basada en el denominado Principio Antrópico
Fuerte, literalmente el mismo universo ha sido creado específicamente para que
nosotros podamos vivir en él; una conspiración cósmica...
La conspiración es indestructible
La última característica del pensamiento conspiranoico es que sus
razonamientos son irrefutables. Haciendo uso de un intuitivo conocimiento de
la lógica, que dice que es imposible demostrar una negativa, y de un infinito
depósito de explicaciones ad hoc, sospechosas ausencias de información y
razonamientos de sentido común basados casi siempre en la ignorancia, es
imposible convencer a un conspiranoico de que su teoría favorita carece de
sentido. Cualquiera que desee dedicarse al ingrato oficio de desguazar
conspiraciones haría bien en recordar que al quitarle su juguete a un
convencido, estamos atacando su propio sentido de la importancia. En algunos
casos, puede ser suficiente para provocar hasta reacciones violentas. Y si el
propio universo es una conspiración: ¿qué mas da?